Desde su fundación, por el decreto 4100, el Ministerio de Cultura de la República Dominicana ha sido tema de preocupación para artistas, artesanos, gestores, y todo el que desde siempre ha estado ligado al sector, a la espera de una compresión cabal del rol del Estado en la promoción, divulgación y animación de la cultura. La espera ha sido larga y sólo con dos puntos luminosos: la gestión de Tony Raful como experiencia iniciática, y la presidida por José Rafael Lantigua.
Las mayorías de las gestiones del MINC han sido terreno yermo, por diferentes razones, entre las que sobresale el desconocimiento del impacto real de la cultura cuando se administra sinérgicamente con otros organismos del Estado y vinculada a políticas y planes de desarrollo.
La vieja Casa de la UNESCO Santo Domingo, existía como secretariado de las periódicas reuniones a las que deberían ser convocados el propio Ministerio de Cultura, Turismo, Medio Ambiente y Educación, entre otros, a fin de elaborar políticas con un criterio intersectorial. Pero por más que dilatemos la memoria no podremos encontrar reunión alguna relativa a tal función.
Hemos soslayado la ocupación de Casa UNESCO hasta disecarla y convertirla en una dependencia del MINC, sin ninguna función, con una oficina invisible en uno de los pisos de la Biblioteca Nacional “Pedro Henríquez Ureña”. Nos olvidamos que esta entidad es autónoma y funciona como secretaría que levanta las actas de las referidas reuniones interministeriales.
Siendo esta labor uno de los ejes fundamentales de la creación de una entidad para gestionar la cultura, elaborar proyectos de leyes sobre los bienes patrimoniales, poner en valor los patrimonios tangibles e intangibles, visibilizar los rasgos identitarios como parte de la marca/país, explorar los mercados para la producción cultural desde la artesanía autóctona hasta el mercado del libro; podemos decir que hemos sacado baja nota en estos renglones.
En el campo de la inversión, la tasa de retorno debe analizarse desde varias perspectivas, no sólo del impacto en el PIB de los vienes tangibles o del turismo cultural, La única forma de que la inversión en cultura no constituya un “coste hundido” es dinamizando su participación en la educación, en el posicionamiento nacional, en fin, en los valores de largo y mediano plazos.
Nadie puede ser sin consciencia de su existencia. El proceso liberador comienza con la identificación de sí mismo, y desde esa identidad recuperada es posible el diálogo con los otros. De tal modo el Estado, sus gobernantes, están en la obligación de poner a disposición del pueblo ese proceso desalienante de conocerse. En nuestro país esta premisa está contenida en la propia Constitución de la República.
En uno de los puntos de la Resolución de la UNESCO, 2011, resalta el valor de la cultura como parte del desarrollo sostenible. Entre los aspectos a considerar para la lucha contra la pobreza está la satisfacción material y espiritual de las personas. Lengua, modo de vida, medios para producir, pensamiento y otras formas de consciencia de sí, deben considerarse para un plan integral de desarrollo. Mientras el desarrollismo ve al ciudadano como consumidor, el desarrollo cultural lo distingue como sujeto.
El desarrollo sostenible supone ejes como el bienestar social y el cuidado del ecosistema. Entre ambas metas está la conducta del sujeto como catalizador de la relación hombre y naturaleza, así como la intersubjetividad que será más efectiva en la medida en que los actores se apropien de sus identidades lingüísticas, patrimoniales, tradicionales y ambientales.
En una educación integral, los procesos de acumulación y dinámica de los valores culturales participan como eje transversal a los currículos formales. Por medio de una administración adecuada de nuestros valores identitarios el dicente alcanza una visión del mundo; parejo a los procesos de identidad individual, la identidad cultural le suministra las herramientas para dialogar desde lo propio con la diferencia, le suministra recursos para la inclusión y compresión de la unidad/diversidad.
La creatividad en el contexto de lo identitario, como factor dinámico del quehacer en determinado grupo social, una vez identificado y dotado de los recursos para dimensionarlo como generador de riqueza comunitaria, da origen a las empresas naranja, las cuales activan la productividad, autogestión sectorial y, finalmente, impacta en los indicadores económicos de una nación. Es aquí donde es posible visibilizar una de las fuentes de impacto positivo a la economía de la gestión cultural.
“El efecto dotación” es un concepto de la psicología económica que se define por la tendencia de valorar más aquello que no tenemos. En el campo de lo cultural identitario, tendemos a considerar la producción de valores foráneos mejor, entre otras razones por la ceguera ante lo propio. Una misión del MINC es dar a ver nuestra riqueza patrimonial tangible e intangible, no sólo como un objeto muerto para un turismo barato, sino como herencia generacional.
Sólo ante el espejo que nos brinda la cultura, observaríamos la razón de ser dominicanos.