La desnudez de todos en Manotazos de la Muerte.

De qué lado del dolor esta la vida…

Desde las civilizaciones antiguas la muerte tiene sus características muy peculiares y sigue creando complejidad en su abordaje. Desde estos grupos se repasa, y se manifiesta no es el final inesperado, es solo una trascendencia a otro plano, un cambio de lo carnal a lo espiritual.  Para los egipcios los humanos tenían la posibilidad de vivir eternamente. Los griegos, por su lado, concebían la muerte como el caos, lo salvaje, lo bárbaro. Desde el cristianismo se nos presenta la muerte como una serpiente que seduce y conduce a resultados dolorosos para el hombre, pero también, por medio de la fe se nos pauta la esperanza de una resurrección hacia lo eterno. Y así podríamos hacer un recorrido de su andamiaje por diferentes épocas y culturas. Un caso a puntual a resaltares la cultura mexicana, pues estos poseen sus matices muy patentes; ya que modifican su concepción de dolor a una celebración de vida. Podríamos decir entonces, la imagen de la muerte en la literatura ha sido un tema que siempre ha estado dando sus punzadas. Basta con hacer una mirada desde las muertes heroicas de Homero en su Odisea, o por el final de todas las cosas en la muerte de Dante en su Divina Comedia, o más bien, desde las voluntades del hidalgo en el Quijote de Cervantes, y el clásico de todos sobre la muerte; con Manrique en sus Coplas a la muerte de mi padre.

El manotazo de la Muerte, se suma a la lista de obras de grandes escritores contemporáneos, por citar algunos nombres, que han tomado en su génesis la muerte como brújula de sus plumas; Isabel Ayende, Delphine Horvilleur, Octavio Paz, Jaime Sabines, Rulfo, Borges, García Márquez, Virginia Woolf y Alejandra Pizarnik y muchos otros, que se infiltran en la muerte para desnudar en nuestras manos sus efectos.

En esta obra, el autor nos desarropa este acto y nos exhorta a recorrer con él sus ficciones, nos crea la alarma perfecta para detenernos en la parada de la vida para y así evidenciar sus golpes, para valorizar su historia y abrazar sus leyes; aunque no siempre estemos de acuerdo con sus fallos.

En la novela, la división estructural crea un rompecabezas en su universo literario que reta a la disposición clásica del género. Qué hacer, pensar y sentencia, estructuran sus capítulos que culminan con una carta que completa la desnudez emocional y narrativa del autor, de ese que viaja y regresa, que se pierde y pelea, que pregunta y responde; ese que también dispone la poesía para remediar los azotes de la muerte.

Castor sin duda, demuestra con esta novela lo polifacético que puede llegar hacer con su escritura, su larga trayectoria le ha permitido navegar entre temáticas y géneros bien definidos, conjugando así su propio estilo para situar proa entre la prosa y el verso. Una prosa cargada de ritmos y figuras que muestran una obra con profundidad y con un amplio dominio del tejido en la palabra.

La metafísica está invitada en esta recepción literaria, el autor nos va sumergiendo a una serie de cuestionamientos, que, al final nos sabemos si estamos conducidos a una misma dirección, o si a lo mejor nos hemos perdido en su camino. No sabremos si podemos responder a sus dudas: ¿Qué ocurre después de la muerte? ¿Dónde van los que mueren sonreídos de ocasión? ¿Quién soy?, ¿Qué más dolor que la de los humanos asesinándose los unos a los otros? o talvez nos quiere conducir a la posibilidad reflexiva de, ¿Estamos enojado con la muerte por sus golpes? O ¿Estamos realmente satisfechos con los puños de la vida?

Hay muchas muertes en su obra, la muerte del amor adolescente, la vergüenza: el castigo social; los estereotipos, la juventud, la familia, el movimiento, el aire, el silencio, la sombra, el camino, el llamado, los recuerdos, el amor filial, los turnos, los plazos, la banalidad material, la ambición del vivir, el trayecto, la sombra; las palabras… De igual manera podemos destacar las problemáticas de la figura del lesbianismo, el abuso sacerdotal, el cuestionamiento de la tarea de la fe, el desgarre de paisajes dolorosos en sus recuerdos; que hacen de su cosmos unipersonal un autor desgarrado que desnuda vivencias y que se hace consciente de las envestidas de esos manotazos que ha dejado la muerte en su turno y en su conciencia. De igual manera, nos depone un paisaje por tradiciones muy propias de nuestra antropología cultural e identidad como dominicanos; el cómo vivimos el proceso del viaje por este ramalazo que siempre va tras nuestras sombras.

Desde su dedicatoria “a ellos, que son el aliento, y la inmensidad del amor” nos hace participes a todos, pues todos somos y seremos testigos de su senda. En la dualidad de la muerte-vida; el autor hasta nos lleva a confundirnos, si al final estaremos hablando de una misma cosa… Vivir es un espacio también para que el dolor nos aceche, de igual manera nos dice: el tiempo es un mito, es una especie de ave migratoria que va y vuelve de nuevo al lugar de partida, solo que no podemos volvernos en una de esas partidas hacia el infinito, y nos revela: soy ese punto final de la vida que todos se niegan a aceptar como una realidad. y en su búsqueda cita también a Dios: ah contra Dios no, solo unos cuantos se lamentan de la crueldad de Dios cuando se les va un ser querido, y como si el mismo Dios le diera una respuesta, yo solo recibí órdenes. Es mi oficio. Y esa dualidad paralela nos deja; al final del viaje partiremos de nuevo, / al final del viaje comienza un camino. Porque, a fin de cuentas: no es posible morir, cuando uno es la muerte misma hecha un bagazo de carne que deambula.

El autor rastrea la muerte desde diferentes miradas; y en ellas, vuelve a desnudar sus pasiones por la escritura, el periodismo, su amor familiar, y esto no solo desde su materia narrativa, pues el mismo se adentra y se hace testigo de estos tentáculos, de estos golpes, que, desde sus historias, sus personajes, sus referencias y su testimonio, nos desnuda a todos ante una realidad de la que todos somos pieza; la controversia del vivir.

Manotazos de la muerte muestra un autor que cuestiona y pelea con la muerte, pero también nos hace cómplices, retándonos en examinar la naturaleza y la relación de la misma vida. El dolor podría ser el rio de su historia, de su verdad, de su espejo universal.  Pero la novela también es la palabra como un cadáver, ese cuestionamiento ecuménico sobre “El final de la existencia”. Pero sus manotazos no nos llegan a matar, porque antes de llegar a la muerte debemos pasar por los manotazos de la vida. Al final, solo nos queda pensar en esta novela como un atentado hacia nuestra propia conciencia; como un pellizco a los aforismos del vivir y una revolución a lo que deja, a lo que pasará después… Con este manotazo cruel y rudo, su autor deja la posibilidad de un creador que seguirá desafiando las cosas y así mismo, para seguir dando resultados muy promisorios a la literatura dominicana.

“Este mundo es el camino para el otro,

que es morada sin pensar”.

|Jorge Manrique

Julio del 2024. |Adelso Reinoso. Escritor, gestor cultural y docente.