La sala está llena. El reloj marca las 6:40 de la tarde. Es un día cualquiera de mayo del 2024. Huele a palomitas, refrescos y hotdog. Los espectadores comentan entre sí, conversan temas vagos y algunos usan sus dispositivos electrónicos.
El personal del cine rápidamente apaga las luces amarillas y sumerge a las 40 personas en el aura de suspenso y misterio impregnada en el nuevo largometraje dominicano La cigüeña, de Alejandro Andújar.
Leila es la protagonista, encarnada por Andrea Doimeadiós, inicia el viaje cinematográfico entre las estrechas e improvisadas calles de un cementerio, vestida de negro, piel blanquecina y rizos desordenados. Rápidamente el espectador conoce sus problemas sociales, económicos y de existencia: bebe alcohol, fuma, es huérfana y quiere ser actriz.
Andújar sumerge al cinéfilo en movimientos cautelosos, que demanda prestar atención a los detalles y a las conversaciones indiferentes de Leila. Ella es quien teje, a su manera, la película. Es el ventrículo e hilo conductor entre Grace, Daniel e Inés, que luchan por no caer en el olvido de la desesperación de un laberinto construido por el protagonista.
La sinopsis establece que, tras la muerte de su madre, Leila acepta ser vientre de alquiler para Inés y Daniel, esposos médicos. Bajo la vigilancia de su empleada Grace, el embarazo de Leila se convierte en una prisión colmada de secretos y extremismos. Para cada mujer, el camino hacia la maternidad lucirá más como una trampa que una bendición.
La Dirección General de Cine (DGCine) aprobó un presupuesto de RD$ 84,679,451 para la producción de la obra cinematográfica, de los cuales se ejecutó RD$ 84,656,299, o sea, menos de RD$ 23,152 de lo presupuestado.
En el argot popular, la cigüeña es hacer referencia a fertilidad, nacimiento e hijos. En el cine, es similar: la valentía de una mujer que se desprende de su bebé para entregárselo a una familia que anhela por convertirse en padres. Quizás no sea tan claro en las primeras escenas, pero la obsesión de una mujer por tener hijos sanos, saludables y sin algún “desperfecto”.
Andrea (2005) apareció en escena y todos se quedaron asombrados, con murmullos y recuerdos de la niña que creció a velocidad de un rayo de luz. Grace, interpretada por Any Ferreiras, es la mano derecha de la retorcida familia. La inolvidable y recordada Andrea volvió al cine dominicano por todo lo alto: con un personaje que se hace odiar, detestar y desear que muera en las primeras escenas, sin saber que su afán es por algo más.
Sarah Jorge López, un personaje que desde el primer minuto se hace amar, odiar y disfrutar en partes iguales. Ella es Inés, la doctora obsesionada con tener una niña, además es sonámbula lo que obliga a Grace a contarle la verdad de su pasado a Leila. Todos están locos, definitivamente.
En la mirada oscurecida, con dejes de destellos de luz, casi como un claroscuro, Sarah Jorge López adentra al cinéfilo en un camino pedregoso encorvado de tinieblas, secretismo y ambiciones. Su fluidez y química con Héctor Aníbal, y su trato contundente, pero a la vez tierno con “la cigüeña”, nos conecta.
Hay una delgada línea entre parir por dinero cómo ser madre de vientre en alquiler y hacerlo sabiendo que la futura familia tiene problemas mentales, es tan fina que adolece de sentido común. Los cuatro personajes ocultan algo, no hay buenos o malos, negros o blancos, hay grises, marrones y azul marino.
Lantica Media, casa productora, introdujo al espectador en un escenario sombría construido en un set ubicado en Juan Dolio, San Pedro de Macorís. El desarrollo preciso, no tan lento, y contundente de los personajes protagónicos hacen de sus ambiciones un plan macabro y lleno de secretismo.
Héctor Aníbal, en su papel de Daniel, se hizo el desentendido, avalado por ser un médico aclamado que viaja frecuentemente a Londres, Inglaterra. Mientras, Leila es un ángel que ha sido tocada por las diferentes situaciones de su vida. La enfermedad de su madre, la desaparición y abandono de su padre, un mundo sumido en la pobreza y las ganas de viajar a Estados Unidos en busca de una nueva vida.
Alejandro Andújar logra complementar y reunir a un equipo protagónico en un universo cinematográfico que muestra un universo sonoro. Es arte, matiz, narración y secuencia, cuatro ejes estratégicos que son dirigidos por un laberinto sin salida.
Los diálogos abundan sin caer en la desesperación, irritabilidad o ambigüedad. Al contrario, escasea la retórica. Las tonalidades grises, negros, blancos y rojos prevalecen, donde Andújar supo mezclar cada objeto, persona y set para comunicar “algo”.
Es un largometraje, que llegará en julio del 2024, para mostrar cómo en una hora y media los actores transmiten desde la ilusión hasta la demencia.
El cubano Orestes Amador tenemos que prestarle atención y más oportunidades para desarrollar papeles de mayor fuerza cinematográfica. Debo reconocer que aún necesito explorar más la filmografía de Alejandro Andújar y sus posibles universos de suspenso. El nos quiere meter en un laberinto para hacernos creer que la cigüeña es quien da a luz un hijo.
Fue la película que se llevó los aplausos durante el Festival de Cine Hecho en RD 2024.