Ayka es una película en la que el director kazajo Serguéi Dvortsevoy retorna al cine tras su ausencia de diez años y, dicho sea de paso, recupera su poética de la condición humana para explorar las realidades sociales. Se dice que Dvortsevoy entrevistó a varias personas que sirvieron como base para la historia, entre las que se hallaban madres asiáticas que abandonaban a sus hijos en hospitales de maternidad en Rusia. Esto se refleja a plenitud en su propuesta.

Dvortsevoy, con estética densa y atmosferas frías, ofrece aquí un retrato desgarrador sobre la inmigración y los sacrificios maternos, que a menudo eleva su cuota de realismo con una actuación bastante orgánica de Samal Yeslyámova como una inmigrante desesperada. Su argumento se ambienta durante un invierno en Moscú y sigue las experiencias de Ayka, una mujer kirguisa que, tras dar a luz en un hospital, huye precipitadamente sin su bebé y se enfrenta a un clima hostil en unas calles sepultadas por la nieve, mientras busca desesperadamente un empleo que le permita ganar dinero para resolver los problemas que laceran su dignidad como inmigrante.

En términos generales, la narrativa me atrapa de inmediato porque evita los golpes bajos que suelen edificarse en los dramas moralistas sobre inmigrantes y, en su lugar, Dvortsevoy opta por mostrar la realidad social de una mujer que es arrastrada al abismo de la desesperación en unas escenas que narran su imposibilidad de encontrar trabajo, su huida constante de los prestamistas, y, sobre todo, su lucha por salir adelante en una sociedad indiferente que la somete a una especie de carrera de resistencia.

En este sentido, lo que hace que el asunto sea especial es la interpretación de Yeslyámova, sobre todo cuando utiliza su amplio registro expresivo para comunicar con el silencio, la mirada y los gestos de su rostro, la fuerza de voluntad de una mujer en estado de resiliencia que nunca renuncia a la esperanza entre tanto desasosiego; en un papel magnífico que le valió el premio a Mejor Actriz en el Festival de Cannes.

Con cada paso que ella da, siento al instante la fatiga física y emocional que Ayka experimenta en las frígidas avenidas moscovitas. Los momentos de silencio, el rechinar de los dientes por el frío, el respiro entrecortado, las lágrimas de incertidumbre y los pocos diálogos que ella tiene revelan todo lo que necesito saber sobre el camino de sufrimiento que atraviesa su personaje y el pasado lóbrego que la obligó a estar en esas circunstancias.

Dvortsevoy, con un estilo cercano al documental, capta la psicología interna de Ayka con una serie de herramientas estéticas que presenta con mesura a través del primer plano, el fuera de campo, las atmósferas opresivas, el sonido diegético, el uso del color azul y el encuadre móvil de una cámara en mano que sigue de cerca los movimientos de ella con el plano secuencia. Su uso de la iluminación natural, fruto de una solvente fotografía de Jolanta Dylewska, encuadra la sordidez detrás de los entornos sombríos de la ciudad con el fin de subrayar la frialdad y la alienación que encarcela a Ayka, como si las calles implacables de Moscú fueran como una trampa helada de la que es casi imposible escapar.

No creo que se trate del punto alto de la filmografía del director de Tulpan, pero lo que me cuenta en menos de dos horas me obliga a reflexionar lo suficiente como para saber que es una película dura, auténtica, profundamente humana, que presenta la realidad de millones de migrantes que buscan una vida mejor en condiciones adversas.

Ficha técnica
Título original: Ayka

Año: 2018
Duración: 1 hr. 40 min.
País: Kazajstán, Rusia
Director: Serguéi Dvortsevoy
Guion: Serguéi Dvortsevoy, Gennadi Ostrovsky

Música:
Fotografía: Jolanta Dylewska
Reparto: Samal Yeslyámova, Zhipara Abdilaeva, Sergey Mazur, David Alaverdyan, Andrey Kolyadov

Calificación: 7/10