Un adolescente de espaldas con una pistola en la mano, frente a una escuela
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¿Qué hace que un joven quiera matar indiscriminadamente a niños inocentes?

Conocer el perfil psicológico de una persona que es capaz de cometer un crimen tan atroz como el sucedido el día 23 de mayo en el estado de Texas, EE.UU. es imprescindible para comprender las razones por las que un joven de tan solo 18 años puede levantarse un día normal, como otro cualquiera, recoger las armas que ha adquirido con total impunidad y dirigirse a un centro escolar y arrebatarle la vida a 21 personas entre alumnos y profesores, además de herir a otras 15.

Importante es el detalle de que, antes de salir de su casa, según informan las autoridades locales, el sujeto mantiene una discusión con su abuela, que acaba con un disparo en la cabeza. Deja a la mujer gravemente malherida y no solicita ayuda para ella en ningún momento.

Así comienza el día de Salvador Ramos, que, tras este incidente, decide salir a la calle, coger su camioneta y conducir hasta que llega al centro educativo. Es entonces cuando Salvador sale del vehículo, salta la valla del centro escolar y comienza a disparar indiscriminadamente.

¿Es posible que en realidad el sujeto no hubiera decidido con premeditación qué iba a hacer antes del incidente sucedido en su casa? ¿Es posible que la elección del lugar se debiera a una casualidad que solo tenga explicación porque el vehículo se paró justo frente a la escuela? Y la pregunta más importante: ¿se podría haber evitado?

Resulta difícil comprender que un joven adaptado a la sociedad, sin ningún antecedente criminal previo que se conozca, al menos hasta el momento, se haya visto envuelto en este trágico suceso que aparentemente no tiene explicación. Por lo que se sabe hasta ahora, no tenía ninguna relación con el centro ni con ninguno de los alumnos y profesores más allá de que pertenecía a la misma comunidad.

¿Una infancia complicada?

Sin caer en tópicos que solo podrían perjudicar a todas las personas involucradas, parece difícil creer que no se haya detectado por parte de familiares, amigos o personas cercanas alguna bandera roja que indicara que algo funcionaba mal.

Una infancia complicada con ausencia de amor fraternal, distanciamiento emocional con las personas de su entorno cercano, falta de empatía, violencia temprana con otros niños o incluso con animales pequeños, bajos niveles de asertividad, dificultades para socializar e interactuar con otros son algunos de los rasgos que pueden definir un perfil psicopático que sea coherente con un asesino.

Un joven cabizbajo sentado en un banco
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El distanciamiento emocional de un joven puede ser señal de un perfil psicopático.

Sin embargo, esto es solo una breve muestra de las señales que se pueden presentar sin que por ello la persona presente una patología mental. Lo que parece común en estos casos es que la persona que realiza semejante atrocidad mantiene un sentimiento o percepción de que ha sido tratado de manera injusta en algún momento por alguna persona o grupo de personas.

Pero nada de esto puede explicar lo sucedido y tampoco se explica el aumento que se está dando en los últimos años en EE.UU. de asesinatos masivos en centros escolares y otros lugares públicos.

Se puede alegar que una razón importante es el fácil acceso a las armas en un país en el que el número de armas de fuego supera con creces al de ciudadanos y donde solo es necesario ser mayor de edad para poder adquirir cualquier tipo de armamento con tranquilidad y sin requisito psicológico alguno.

Es cierto que estos sucesos no suelen aparecer en otras partes del mundo con la misma frecuencia y crueldad. Por eso parece lógico pensar que es necesaria una modificación de las leyes en este sentido y un mayor control de los riesgos asociados a la tenencia de armas desde una edad tan temprana.

Una comerciante de armas en Texas, frente a un mostrador y una pared con rifles de asalto
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Un factor que podría explicar el aumento de tiroteos masivos es el fácil acceso a las armas en Estados Unidos.

Por otra parte, el rápido acceso a la información puede ser una razón que, aunque no pueda explicar el origen de la idea inicial de matar a otras personas, sí que puede explicar que un individuo que tiene dicho pensamiento encuentre la forma de llevarlo a efecto y se sienta reconfortado por poder compartir lo que siente con otras personas de semejante ideología.

Parece entonces probable que este aumento de incursiones asesinas se haya visto reforzado por la posibilidad de imitación y por una mayor exposición a estos ejemplos en diferentes foros.

El acceso demasiado rápido a la información

Un adolescente consultando su teléfono móvil
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La cantidad de material violento que está instantáneamente a la mano de la juventud, puede estimular a que busquen llamar la atención de manera violenta también, señala la psicóloga.

Los jóvenes tienen acceso inmediato a la información compartida en las redes sociales, se comparten datos y contenidos de prácticamente cualquier cosa en tiempo real, y la violencia se está estableciendo como una forma normalizada de afrontar un problema cuando los perfiles en redes sociales de estos sujetos aumentan sus visitas e interacciones si se publican y comentan este tipo de situaciones.

Se fomenta el morbo, la curiosidad por ser parte de algo que está fuera de los estándares definidos por la sociedad. Y las imágenes, los vídeos y los comentarios se hacen virales y dan la vuelta al mundo en cuestión de minutos. Todo esto va a estimular y motivar a estas personas que buscan desesperadamente sobresalir, que necesitan la atención por parte de los otros.

Podemos y debemos buscar explicación a estos ataques, intentar identificar patrones cognitivos y conductuales que nos permitan prevenir que se den con demasiada frecuencia y crueldad.

Sin embargo, no es sencillo encontrar unas pautas de actuación que sean eficaces en todos los casos porque cada persona es diferente. En cada caso, un evento concreto puede funcionar como detonante de una conducta que nunca se ha presentado con anterioridad.

*Ana Isabel Beltrán-Velasco es profesora de psicología y neuropsicología de la Universidad Nebrija, en Madrid, España. Su artículo salió publicado en The Conversation, cuya versión original puedes leer aquí.


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