"Le enseñé dónde encontrar oro. Pero el oro que encuentró es solo suyo".
Eso dijo el célebre artista francés Auguste Rodin de quien los críticos calificaron a finales del siglo XIX como "la única escultora en cuya frente brilla el signo del genio".
Hablaban de Camille Claudel, la discípula más talentosa de quien es considerado como el padre de la escultura moderna.
Cuando Rodin la tomó bajo su ala, ella tenía apenas 19 años y él 42, y su extraordinaria precocidad era evidente.
A los 20 años produjo su primera gran obra, "Retrato de Paul Claudel a los 16 años" (1884), un busto de arcilla de su hermano menor, un talento igualmente precoz que se convertiría en un gigante de la literatura francesa.
Rodin resultó ser un gran estímulo creativo para joven escultora pero, como señaló la crítica de arte Fisun Güner en BBC Culture, el intenso vínculo también dio frutos en la obra del veterano artista.
Fue una relación compleja y finalmente Claudel sintió la necesidad de liberarse de su mentor, ya que no solo había sido su alumna, sino también su asistente, su musa y su amante.
La única manera de obtener reconocimiento por su propio trabajo y de que su talento creciera independientemente del de él, según sentía, era separarse.
Pero aunque su talento ardería intensamente durante algunos años después de la separación, su vida creativa duró trágicamente poco.
Terminó internada tres décadas en sanatorios hasta que falleció en 1943, sola y olvidada.
Pocos recordaban que, en su juventud, había sido considerada la más grande escultora de su generación.
¿Cómo llegó a eso y qué pasó después?
Antes
Camille Claudel nació en 1864 en un pueblo llamado Fère-en-Tardenois, Francia.
Su padre, Louis-Prosper Claudel, trabajaba en finanzas y en 1876 fue trasladado a Nogent-sur-Seine, un centro de producción de cerámica y hogar de varios escultores.
Fue allí donde su hija mayor, de 12 años, comenzó a crear piezas con arcilla local.
Aunque su madre le dijo que ser artista era "inapropiado para una dama", su padre se tomó en serio su vocación y consultó a un vecino, Alfred Boucher.
Era uno de los escultores más influyentes de la época, cuyos estudiantes incluyeron a Modigliani, Léger y Chagall.
Entusiasmado con el talento de la joven, se convirtió en su mentor.
Siguiendo su consejo, cuando la familia se mudó a París en 1881, Camille se inscribió en la Académie Colarossi, una escuela de arte progresista que era una de las pocas que admitía mujeres y les permitía dibujar modelos masculinos desnudos.
Boucher iba cada semana a inspeccionar su trabajo, pero en 1882 se le presentó la oportunidad de irse a Florencia y, como no quería dejar a Camille sin maestro, convenció a su amigo Auguste Rodin para que aceptara a su protegida como alumna.
Rodin, quien ya era un escultor de renombre mundial, quedó impresionado por el trabajo de Camille, pero también se enamoró de su belleza y su personalidad.
La contrató como su asistente y pronto se volvieron amantes, lo que causó gran revuelo, dado que él le doblaba la edad y tenía una relación con otra mujer.
Sin embargo, lo de ellos iba más allá de lo sexual: aunque la relación era tormentosa, se querían, se inspiraban e influenciaban mutuamente y el trabajo que hacían juntos era profundo.
Sueños truncados
Rodin y Claudel trabajaron exquisitamente mano a mano, literal y metafóricamente.
Rodin no solo modeló las manos de Claudel en muchas piezas, sino que ella modeló muchas de las manos, así como pies y cabezas de algunas de las obras más monumentales de Rodin, como "Las puertas del infierno".
Durante los años que vivieron y trabajaron juntos produjeron algunas de las mejores obras de sus respectivas carreras.
Una de ellas Sakountala (más tarde titulada El abandono) encuentra un tema común con las esculturas eróticas de parejas jóvenes de Rodin.
Pero la de Claudel, inspirada en "Shakuntala" del poeta indio de los siglos IV-V Kālidāsa, es romántica y dolorosamente tierna.
Cuando fue expuesta en yeso en el Salón de los Artistas Franceses de 1888 recibió una mención honorífica.
El crítico André Michel elogió su "profundo sentimiento de ternura a la vez casta y apasionada, una impresión de temblor, de ardor contenido".
La que le siguió fue igual de maravillosa: El gran vals, en el que una pareja desnuda se arremolina en una danza sensual.
Pero el gobierno francés consideró que el pas de deux desnudo era demasiado escandaloso para una obra hecha por una mujer.
Claudel -siempre esperanzada de que le comisionaran alguna de sus creaciones- cubrió sus cuerpos con unos velos drapeados.
De nada sirvió.
A diferencia de su famoso mentor, Claudel nunca recibió un encargo público, aunque expuso regularmente su trabajo durante los años en que estuvo activa y fue frecuentemente elogiada por los críticos por su extraordinario talento.
Anhelaba tornar sus creaciones de yeso en metal, pero se quedaban en lo que podrían ser, sin jamás realizarse completamente.
Lo mismo le ocurría con su vida personal.
Rodin le juraba amor eterno, y hasta llegó a prometerle matrimonio, mientras seguía manteniendo una relación estable con Rose Beuret, su fiel compañera hasta el fin de los días.
"No puedo más, no puedo pasar ya un día sin verte. Si no, la atroz locura. Se acabó, ya no trabajo, divinidad malhechora, y sin embargo te amo con furor. Mi Camille, tranquilízate, no tengo amistad con ninguna mujer, y toda mi alma te pertenece", le escribía.
Sin embargo, no renunciaba a Beuret, una exmodelo sin educación a la que mantuvo alejada de sus amigos cultos y quien, según uno de ellos, vivía "en completa ignorancia de lo que hacía".
Claudel, añadió, le dio a Rodin "la felicidad de ser siempre comprendido, de ver sus expectativas siempre superadas", lo que era "una de las grandes alegrías de su vida artística".
Ella, no obstante, era quien pagaba el precio por los chismes sobre su relación amorosa, un escándalo que la había apartado de su familia y que, a pesar de su talento, dificultaba que la vieran como algo más que "la novia de Rodin".
"Es terrible estar tan abandonada"
En 1893 dejó a Rodin.
Estaba por cumplir los 30 años y durante las siguientes dos décadas se esforzó por abrirse camino como artista.
Su estilo se volvió muy diferente al de su exmaestro y amante.
Sin embargo, su carrera en solitario nunca despegó del todo y la tensión comenzó a notarse.
"Para un hombre, ser escultor es un desafío constante al sentido común", escribiría años más tarde su hermano Paul Claudel. "Para una mujer aislada, especialmente una con el carácter de mi hermana, es una pura imposibilidad".
Ojalá hubiera estado equivocado, pero la salud mental de Camille se deterioró.
La última pieza que se sabe que terminó es de 1906.
Siete años más tarde, su madre la internó por considerarla un peligro para sí misma.
El certificado médico original de 1913, encontrado en un hospital suburbano de París, decía que estaba "mal vestida y absolutamente sucia" y vivía aterrorizada por lo que ella llamaba la "pandilla" de Rodin, que supuestamente había llevado a cabo "ataques criminales" contra ella.
La brillantemente dotada escultora fue diagnosticada con un estado de psicosis delirante, y languideció en un manicomio durante los últimos 30 años de su vida.
"He caído en un abismo. Vivo en un mundo tan curioso, tan extraño. Del sueño que era mi vida a esta pesadilla", le escribió a un amigo desde el sanatorio.
Rara vez recibía visitas.
Su padre, que siempre la apoyaba, había muerto el mismo mes y año de su internación, aunque no se lo dijeron hasta mucho tiempo después.
Su madre decidió no volver a ver a su hija. Su hermano Paul, aunque le escribía cartas, sólo la visitó poco más de una docena de veces.
"Es terrible estar tan abandonada", le escribió al médico del asilo en 1915. "No puedo evitar sucumbir al dolor que me abruma".
Quizás más triste es el hecho de que nunca más volvió a moldear un trozo de arcilla.
Su vida tal como la conocía simplemente se detuvo.
A pesar de que sus médicos recomendaron que la liberaran, su madre siempre se negó, y después de su muerte, su hermano Paul mantuvo ese veto.
Así que permaneció encerrada hasta que murió a los 78 años.
Para entonces, en medio del caos y el horror de la Segunda Guerra Mundial, había quedado reducida a un oscuro detalle en la historia del arte, recordada simplemente (si es que se la recordaba) como la musa y amante de Rodin.
Sueños realizados
Después de la guerra, Claudel siguió en un triste olvido. Pero, con el tiempo, sucedió algo maravilloso.
Fue redescubierta, no solo como modelo o compañera de cama de Rodin, sino como lo que siempre anheló: una artista importante por derecho propio.
Aunque ella misma destruyó gran parte de su trabajo, y otras de sus obras se perdieron, varias de sus creaciones fueron fundidas en bronce años después de haber sido modeladas por su marchante parisino, Eugène Blot.
Se empezaron a montar exposiciones de su obra, incluso en el Museo Rodin de París, que había abierto sus puertas en 1919 sin cumplir el deseo del escultor de que incluyera una sala Camille Claudel.
Desde la década de 1980 se fue despertando un creciente interés por su vida y su obra, con películas, numerosas biografías e incluso una obra de teatro y un ballet producidos, muchos centrados en su intensa relación con Rodin.
Luego, en 2003, Nogent-sur-Seine organizó su propia exposición de Camille Claudel.
Para la pequeña, tranquila y pintoresca ciudad a orillas del Sena, con sus apenas 6.000 habitantes, se trataba de un proyecto audaz.
Y resultó más que acertado: la muestra atrajo a 40.000 visitantes.
Inspirada por este éxito, Nogent-sur-Seine se propuso construir un nuevo museo, dedicado a la olvidada escultora.
El Museo Camille Claudel fue inaugurado en 2017, en la casa en la que la adolescente artista produjo sus primeras obras.
Habían pasado 75 años desde su muerte, y alrededor un siglo desde que se había dejado de apreciar su genialidad apropiadamente.
Un gran error, como atestiguan las 90 obras que sobrevivieron.
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