Juan Carlos Campos Sagaseta de Ilurdoz, (Koldo), ha partido de este mundo, rodeado del amor de sus tres hijas.
La muerte de Koldo en Pamplona, País Vasco se había adelantado por una información falsa en principio, pero su fallecimiento ayer llegó por parte de la familia.
En Pamplona estudió magisterio, lo que lo convirtió en maestro de escuela, pero su vocación verdadera era la del amor por la verdad, la justicia y su actitud para escribir poesía, teatro y narrativa.
Era poeta, narrador, dramaturgo, actor y columnista de medios escritos, además de un corrector riguroso y sagaz.
La mejor definición de quien fue, la elaboró él mismo: «Comencé siendo vasco –explica–, pero pronto fui también dominicano y, como insistí en seguir naciendo, ocurrió que también soy cubano, sandinista, saharauí, palestino, indio, negro, mujer…».
Koldo no dejaba indiferente a nadie y dividía las opiniones; había quienes se rendían ante una personalidad creativa, reflexiva, crítica, asentada firme en sus criterios sociales y políticos; y había quienes lo rechazaban, por esas mismas razones. En el país hubo incluso gente que le restaba toda importancia a su obra poética y dramatúrgica, mientras otros lo valoraban.
Era del tipo de creador que caía maravillosamente bien o terriblemente mal. Y en el medio local de los intelectuales, tan normado por los egos y las visiones parciales, no era monedita de oro. Él lo sabía y poco le importaba.
El compañero de trabajo
Tuve el honor de ser su compañero de trabajo en la redacción de El Nacional, durante cuatro años, siendo él corrector y columnista.
Era una personalidad chispeante de creatividad, cumplidor en extremo de su responsabilidad de corrector. Tenía una carpeta en la que guardaba los yerros más notables de periodistas y corresponsales de provincias.
Koldo, cuando no tenía materiales a corregir, salía del cubículo, y bromeaba en la redacción. Con los que eramos más cercanos, hablábamos de la actividad cultural o social en Santo Domingo. Era columnista de un suelto que título Cronopiando.