Él se llama Jeurys y ella se llama Talía. Mírenlos. Son dominicanos, tienen sueños y esperanzas y quieren estudiar y salir adelante, como todos los niños dominicanos. Pero cada día tienen que enfrentar este calvario: caminar varios kilómetros loma arriba y loma abajo desde Fundo Viejo, el lugar donde viven, hasta El Gramazo, la comunidad donde queda la escuela más cercana.
Tienen que cruzar este río -el Río Grande-, enfrentar la soledad y peligros de los caminos y exponerse a las inclemencias del tiempo, todo para ir a tomar clases en su escuela.
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Esta zona, donde se unen el norte y el sur de la República, está situada en las montañas de Padre Las Casas y Constanza. Hay veintidós comunidades que parecen detenidas en el tiempo, y solo hay diez escuelas, la mayoría centros de ficción levantados sobre los escombros del olvido.
A falta de un gobierno que dé la cara, este puente que divide estos mundos perdidos en la cordillera Central, lo hicieron con palos y sogas los padres, para que sus hijos vayan a la escuela y para sacar las cosechas.
Pero cada vez que llueve y llegan las grandes aguas, se rompe y se lo lleva el río y quedan incomunicados.
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Al parecer, ninguna autoridad se quiere dar por enterada de que aquí, en el lugar donde nacen las aguas, en este paraíso encantando lleno de niños descalzos, de sonrisas y de sembradores, está haciendo falta un puente que conduzca a estos niños al futuro.
¿Esta es la modernidad que nos prometieron?