Beryl obligó a pensar en David. El huracán categoría 5 que el martes 2 de julio cruzó frente a territorio dominicano por el mar Caribe trajo a la memoria de expertos y mayores de edad a su par que azoló a República Dominicana el 31 de agosto de 1979.
David se había formado seis días antes como depresión tropical al sureste de las islas de Cabo Verde, África, distante 1,400 kilómetros.
El 27 de agosto ya era tormenta; por tanto, le correspondía nombre, y como el cuarto ciclón de la temporada, de acuerdo al alfabeto el nombre debía comenzar por D (David en la lista predeterminada por un claustro de especialistas).
Un día después, 28 de agosto, evolucionó a huracán con velocidad de 240 kilómetros por hora. El 30 de agosto el fenómeno rondaba los 280 km por hora (categoría 5 en la escala Saffir Simpson).
Según su trayectoria, los pueblos del procurrente Barahona serían impactados. Pedernales esperaba lo peor, salvo los incrédulos de siempre que desobedecían llamados de las autoridades y de mayores con experiencia de ciclones.
El Centro de Operaciones de Emergencias (COE) no existía. La única emisora, Radio Pedernales (1972), donde yo hacía pinitos de locutor, a la orilla de la playa, trasmitía mensajes mientras su director Francisco Suero aseguraba lo que podía. Pero sabía que los daños serían catastróficos. El gobernador, profesor Ruberto Vólquez Medrano, orientaba a la comunidad con los medios a su alcance y se movía de un lado para otro.
Un sol candente. De repente nubes gruesas grises y oscuras arroparon al municipio. Se revoloteaban. Parecía que caerían a tierra. La gente agitó los pasos. Feligreses corrieron a la iglesia católica Nuestra Señora de la Altagracia en la Duarte con Libertad (centro del pueblo).
Fueron a guarecerse a la edificación construida por el hoy héroe nacional ingeniero Wascar Tejeda Pimentel como parte de la reconstrucción de la ciudad ejecutada por el Gobierno tras el huracán Katie categoría 3 (16/10/1955).
Sobre todo, la ocuparon para orar, encomendarse a Dios y rogarle que alejara el “demonio” en camino porque arrancaría de cuajo a los pueblos del extremo sudoeste.
Cada minuto había más gente allí. Muchas, de rodillas ante la imagen de yeso de Jesús, rezando sin parar. Otros, hombres, comentaban. Se notaba un consenso en la resignación. Era inminente el paso del fenómeno natural sin precedentes. Los sureños tenían la experiencia amarga del Inés del 29 de septiembre de 1966, pero David le superaba en potencia.
Preguntaban con insistencia por el párroco Julio Acosta (Julín) para escuchar palabras de aliento. Él no estaba en la iglesia. Unos dijeron que andaba por las comunidades de las lomas de Sierra de Baoruco, trabajando, como siempre. Otros, que había ido al otro lado de la frontera, en Anse -a- Pitre, un pueblito requeté pobre de Haití.
Julín no era cura de modelar sotanas. Ni de andar detrás de concelebrar misas para acomodados. Ni de pensar que su iglesia se agotaba entre cuatro paredes, efigies, vinos y hostias.
Solía vestir pantalón de “ble” azul, o de kaki, camisa corta en dacrón, de cuadritos rojos y blancos, y sandalias sencillas. Cuando salía a sus misiones, se tiraba su macuto al hombro.
A media mañana, llegó el sacerdote más esperado. Hubo sonrisas, reverdecimiento de esperanzas. Seguido se agolparon alrededor de él para pedirle que orara por ellos y el pueblo.
Julín les habló sin rodeos. Como locutor incipiente y aspirante a periodista sabueso, estaba allí por coincidencia y le escuché decirles, más o menos: “Hermanos, bien que estén en la casa de Dios, pero deben protegerse porque también la casa de Dios se puede caer con este ciclón”.
De repente, Meteorología anunció que David había girado inesperadamente hacia el noroeste. La nueva ruta libraba a Pedernales y Barahona de sus vientos, marejadas y lluvias. Al salir del mar Caribe, subió entre Peravia y San Cristóbal, devastando agricultura, infraestructuras y vulnerables en todo el perímetro que comprendían sus ráfagas de 240 kilómetros por hora, que abarcaba la capital Santo Domingo y la provincia Monte Plata. Unos 2 mil muertos, la mayoría en RD, y 1,540 millones de dólares en pérdidas (4,700 a precio de 2011) dejaría el paso de David, considerado uno de los huracanes más mortíferos de la segunda mitad del siglo XX.
El Beryl del martes 2 de julio ha sido considerado por los expertos como el ciclón más temprano con categoría 5 (la máxima). La temporada ciclónica comienza el 1 de junio y termina el 30 de noviembre.
A una velocidad de 35 kph, con vientos sostenidos de 270 kilómetros por hora, ráfagas de huracán que, desde su ojo, alcanzaban los 65 kilómetros y 265 kilómetros de tormenta, el fenómeno no giró súbitamente hacia tierra.
Conforme las predicciones, navegó por el mar Caribe frente a República Dominicana y nos eximió de impacto directo. Pero, en vista de su gran magnitud, dejó secuelas en construcciones endebles de la costa y daños hondos en plantaciones agrícolas como los platanales del municipio pedernalense Oviedo. El Atlántico está caliente, se prevé la ocurrencia de grandes ciclones en este 2024.