Pedro Julio Carvajal Medina (Julito) fue un pescador singular. Desde que llegó a Pedernales, este pueblo costero de la frontera sudoeste de República Dominicana, en 1966, procedente del municipio barahonero de Paraíso, 88 kilómetros al este, hasta poco antes que el cáncer de próstata le ganara la batalla, a los 74 años, tuvo matrimonio especial con el mar Caribe.

Pedro Julio Carvajal Medina (Juñito).

En esas aguas profundas se perdió una vez y, en momentos en que familiares y amigos le buscaban desesperados y él quedaba exhausto, las corrientes le sacaron a la orilla con todo y yola. Pero la experiencia no le frenó.

Del mar vivió y vivieron su esposa y sus nueve hijas (cinco de ellas profesionales y técnicos). Y le daba para sus bebentinas de clerén (ron haitiano) en mamajuana, en francachelas de amigos; bailar, jugar dominó animado de tragos y comprar sin mancar su almanaque Bristol para seguir los cometas y eclipses junto a su prole; sobre todo, para seguir los cambios de luna y sacar provecho a la pesca.

Julito bebía, pero –como cuenta Ledy, su hija- jamás llevó bebedores a su casa, “para que no se propasaran con sus hijas” procreadas con Diana Michel Terrero: María Miledys, Luciana, Sofía, Ledys María, Fabia Altagracia, Rosa Ivonne, Dora Elizabeth y Cristian Rosanna.

Era músico, tocaba el drum, y apasionado por el béisbol, aunque no jugaba. Mejor faltaban los peloteros grandes o de pequeñas ligas que él en las gradas del play, animando.

Desde Paraíso, ya tocaba con el viejo Mon, saxofonista y barbero o peluquero de tijeras, de manos relampagueantes, simpaticón e hiperactivo, que también mudó a la comarca.

“Las Carvajal de Julito nos caracterizábamos por ser muy bailadoras en el parque. Pero era que papá nos daba lecciones de baile, porque, decía, sus hijas no podían pasar vergüenza. Él me subía sobre sus pies para enseñarme a bailar. Mi mamá casi no se acuerda, salvo de aquellos disgustos de mujeres por aquellas cosas malas de aquellos hombres vagabunditos”, relata su hija Ledys, contadora. Le brota la risa.

Evoca con nostalgia el deceso de su vástago, en 1997. Los cinco años de dolores a causa del cáncer. Su larga experiencia en fabricación de nasas. Sus salidas cada madrugada, a las 4:00, para remar y remar, mar afuera, hasta las 10 de la mañana, cuando el sol del sur ya quemaba su espalda.

“Siempre he valorado el trabajo forzado de mi padre para dar de comer a sus hijas. No recuerdo haberme ido a la cama a dormir con el estómago vacío”, cuenta y se le corta la voz.

Como Julito, Humberto Matos (Beté) descubrió temprano que Pedernales es sinónimo de pescados y mariscos. A mediados de los años 50, vino de Enriquillo, municipio de Barahona, 75 kilómetros al este. Buscaba sobrevivir, afirma su hija Isabel, activa líder de grupos de bailes folclóricos.

Humberto Matos ( Beté).

Padre de 12, la mitad hembras. Había nacido en 1926. Murió los 88 años el 22 de julio de 2014, satisfecho de haber hecho el esfuerzo posible por los suyos.

Recuerda la abundancia de peces y mariscos durante las décadas 60 y 70.

“Se pescaba prácticamente en la orilla; yo veía que dejaban las langostas en la orilla de la playa, era emocionante. Varios jóvenes vendían en las calles, en el mercado. Recuerdo a Sandy Salchichón, Ambeto, los Caneco, Chulo Madé, Fellito, Pico Chato”, cuenta Isabel.

Ramón Villega (Sijo) y sus hermanos Danilo, Roberto y Marino llegaron a inicios de los 70 desde isla Saona, provincia La Romana, unos 500 kilómetros al sureste de Pedernales. Y aquí hicieron familia.

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Ramón Villega (Sijo)

Había nacido en 1942. Casó con Rafaela Matos (Lelela), a mediados de los 70, con quien tuvo a Marisol, Ricardo y Ruth, profesionales. Falleció en 2013, a los 72 años.

Ruth Villegas, médico gineco-obstetra canceróloga, narra que “él era marino mercante y viajó en un barco desde La Romana, por la costa… Fueron a reparar algo… En ese tiempo se hablaba de Chino Aponte, de un cubano, que, por cierto, le regaló un regaló un reloj caro  a papi e hizo obsequios a otros pescadores… El asunto es que rumbearon un poco. Eran unos tiempos de cabaret y demás (lupanares). Eran bastante alegres. Fue así como se encariñaron y se mudaron al pueblo. La familia de La Romana le reclamaba que ellos se habían olvidado de su gente. Todos se casaron e hicieron vida en Pedernales. Papi salió cuando él y mi mamá se separaron, pero siempre venía mucho a Pedernales. Era muy amigo de Ramón Paula, era su canchanchán”.

Carlos Canela.

Un amigo íntimo, Carlos Canela, refiere que Sijo  “era un pescador fino de colirrubia y chillos, y junto a sus hermanos, enseñaron mucho a los pescadores de la época;  pasaban meses en isla Beata, eran tiempos muy buenos de pesca y, cuando regresaban al pueblo, tenían su recompensa económica, y, obviamente, siempre venían las parrandas. Nos montábamos en mismo botecito; íbamos de parranda porque éramos medio bebedores y medio borrachones…”

Antes, en la década del 50, en Pedernales había pescadores conocidos.

Elsa Pérez cita a: Alfredo Francés, Swat, Pedro Carrión, Manuel Francisca o Manuel Furén, Fellito Muñoz y su hijo Chino. José Bombón y Pellín conocían isla Beata al dedillo, como los pescadores que vivieron con sus familias desde los 60 en la simbólica Cueva de Cabo Rojo y luego fueron desterrados.

La Asociación de Pedernalenses Ausentes (ASPA) ha propuesto al Ministerio de Turismo readecuar el farallón para convertirlo en un centro de exhibición y venta de suvenires y otros efectos alusivos al mar, en homenaje a quienes la habitaron durante décadas. Está ubicada en el entorno del Proyecto de Desarrollo Turístico. En el presente, la desprecian al usarla como estacionamiento de vehículos de visitantes al área.

David de la Cruz Díaz (David Sánchez) ha cumplido 57 años y siente atracción por la política. Tenía nueve años a inicios de los 70 en que tuvo conciencia sobre la experiencia de los pescadores locales.

Vicente de la Cruz (Sánchez).

Hijo de Vicente de la Cruz (Sánchez), nativo de Paraíso, nacido en 1922, e Inocencia Díaz, oriunda de Oviedo, nacida en 1926, con quien procreó 11 hijos y seis aparte. Sánchez murió en junio de 2009, a los 87 años.

Resuelto, David opina: “Como hijo de pescador, nieto de pescador, hermano y tío de pescador, te puedo decir que los primeros pescadores que conocí en mi niñez, aquí en Pedernales, fue a mi papá, a Humberto Matos (Beté), Chino Muñoz, Clerito, Tinanina, Ninino, Toñito… Son de los más viejos, que elevaban nasas. En la primera generación no había motor para mover las yolas; todo era a remos. Y de  los vendedores de pescados, en aquellos tiempos, recuerdo a los dos Caneco, Carmelo mi hermano, Cla, David Clerito, Betín y Jesús, hijos de Alcántara; Lan y Tití, de Clerito, Chincho, Ma feo… Y de la última  generación, yo Ariel Alcántara, Esmeraldo Sandy, Ñego El Cuervo, Rubert el Lina y Morenito Reyes. Los ensartes de pescados eran a 25, 30 y subieron hasta 55… Eso era como en 1974”.

El TIBURÓN DE FELLITO

Rafael Muñoz Féliz (Fellito o el viejo Fello) se pasó la vida en la mar, pero a sus ocho últimos hijos, de su matrimonio con Ana Elia Pérez, no les permitió incursionar en áreas playeras; mucho menos, irse de pesca. Si lo hizo con los primeros, que habían nacido en Barahona: Agustín o Chino el Colorao, Israel, Manuel María (Currundo), que han seguido en ese oficio.

Había nacido en octubre de 1907. Desde muy joven perteneció a la Marina de Guerra, hoy Armada Dominicana. Prestaba servicio como marinero en cubierta en la fragata Julia en tiempos del tirano Rafael Leonidas Trujillo Molina (1950-1961)

José María Muñoz (Cachón), enfermero, ha cumplido 67 años. Sobre su padre, refiere:

“Estuvo a cargo de la pesca de Cabo Rojo. Había dos botes, uno que era el Alcoa II, y el Esquiolo o Tic-Toc, que era el que entraba los barcos… Entonces, formó una pesquería en Pedernales, con sus hijos mayores: Israel, Currundo y los hijos de ellos; y otros pescadores, como Beté, José Bená y otros que vivían en la Cueva de Cabo Rojo y pescaban en Bahía de las Águilas… Ellos le llamaban sociedad”.

Cada día, toda su vida de pescador, a las 4 de la madrugada se reunía con los pescadores Chino, César, Tinanina. Y echaban a andar las yolas de 15 y 20 metros de largo.

“Papá iba a la avenida San Martín de la capital, donde había una tienda que vendía los motores Jhonnson y Evinrude y Mortimer, o los socios de él se los traían al pueblo… Un español le compraba los pescados de calidad para llevarlos a los hoteles Jaragua y El Embajador. Le pagaban semanal, aunque el viejo arreglaba a diario las cuentas con los pescadores. Usaban más las nasas porque los chinchorros son peligrosos; casi no los usaban porque ahí se iban los pececitos, y papá decía que eso era crimen. La pesca era clasificada, buena. Los buzos pescaban a profundidad la langosta, lambí, La pesca grande se echaba en refrigeradores que ellos construían, compraban los bloques de hielo en la fábrica, frente a Lolola y le echaban pajas de café. La pesca normal se limpiaba y hacían ensartes con cuerdas de palmas con los salmonetes, bocayates y otros para venderlos en las calles y el mercado. Ellos no vendían peje puerco, jabón, chiquitos… Muchas mujeres iban con latas a buscarlos”.

Viejo Fello era tan de la mar que sus colegas a menudo bromeaban con él atribuyéndole la propiedad del más grande de los tiburones que coqueteaban en la orilla en busca de residuos tirados al agua desde las yolas por los pescadores. Pescaba grandes escualos, mas no, careyes. Según Cachón, él advertía a sus pescadores sobre la matanza de tortugas marinas. No calificaban para estar en la sociedad, si las mataban.

Los vendedores ambulantes de pescados (pescaeros) tenían su dinámica. Elaboraban ensartes de los pescados de menor calidad que los pescadores excluían.

“Ponían ocho y diez ensartes en cada lado del palo y voceaban en el pueblo: ¡Pescaero, pescaero! A veces, decían los precios: ¡A 15, a 20, a 25 centavos, y hasta 10 después de las tres de la tarde… ¡Oh, sorpresa, Tony! Fui en estos días a Boca Chica y por un pescado de los que papá botaba y un yaniqueque, tuve que pagar 350 pesos.  Mi hija me dijo: Papi, no compres eso. Yo le dije: Mi hija, cinco pescados esos costaban 10 cheles en Pedernales. Y las langostas, mi mamá se las regalaba a los médicos del hospital… Mamá les mandaba potes de aceituna, cinco y seis, repletos de escabeche de langosta”, cuenta Cachón.

Relata que los “pescaeros  iban subiendo de categoría. De vendedores en la calle, comenzaban a irse en yolas a pescar, a levantar nasas y a buceo… Allá iban muchos buzos de Samaná, Río San Juan, La Romana… Papá los contrataba y, en la tarde, arreglaban cuentas. Los hijos de los pescadores siempre teníamos dinero en las manos”.

El viejo Fello y otros pescadores no siempre tuvieron suerte a la hora sacar las nasas. Creían ellos. Tenían bien ubicadas y se respetaban los espacios. Atribuían a tiempos malos si las hallaban vacías, aunque duraran días fondeadas. Pero luego descubrieron que yoleros furtivos haitianos iban por ellas y se aprovechan de la pesca.

LA MAR YA NO ES LA MAR

 A la vuelta de los años, la pesca es diferente. Y los “pescaeros” no existen. Tampoco los remos. Los tiburones amistosos ya no danzan ni enseñan sus dorsales en la orilla.

Los pescadores tienen ahora yolas con motores más poderosos porque deben desplazarse muchas millas mar afuera. Y contar con el favor de  las corrientes. Aun así perciben la escasez. Hay días en que el esfuerzo no compensa.

En  la isla, así le llaman ellos a isla Beata, perteneciente al parque nacional Jaragua, la depredación es acelerada, incluyendo especies prohibidas como careyes. La “cosecha” de peces y mariscos no es como antes. La mar pasa factura.

La demanda ha aumentado. La mayoría de la producción se la llevan intermediarios a hoteles de la capital y resorts. Los precios se mantienen altos. Los pescados que antes eran botados a la orilla y los vendidos en ensartes, ahora son platos de lujo en el país entero. Los de primera, por momentos, se ponen como muela de garza para los consumidores locales.

La pesca ya no es tan pura como antes. Porque, en todo el litoral hasta Barahona, ha nacido una suerte de nuevos “pescadores” de “peces especiales” que, a ratos, van por la superficie tirados por las corrientes marinas. Ellos se confunden entre los reales, que soportan la dureza cotidiana de su trabajo.