Bajo el título "República Dominicana, un destino turístico en auge", el prestigioso periódico The New York Times publicó un extenso reportaje sobre cómo los trabajadores dominicanos de los hoteles de Punta Cana se cuidan de la COVID-19 y atienden a turistas cansados de las restricciones en sus países, algunos de los cuales dicen que, si se van a contagiar, mejor que sea en las playas caribeñas.

Asimismo, el reportaje da cuenta de la política gubernamental dominicana frente al turismo, de la falta de unanimidad en otros sectores donde la variante ómicron colaboró a intensificar quejas por el trato de cuidado y prevención para los nacionales y más laxo para los turistas extranjeros, la importancia del turismo para la economía, entre otros factores.

Todos ello ha incidido en que República Dominicana supere a otros destinos del Caribe en número de visitantes y es lo que refleja este texto sin desperdicio, publicado en inglés y en español, y que Acento reproduce:

A diferencia de muchos otros destinos playeros del Caribe, República Dominicana no exige pruebas de vacunación, resultados de pruebas o cuarentena a la mayoría de los viajeros que llegan. Arriba, el ambiente en Punta Cana, uno de los lugares más populares. Tony Cenicola/The New York Times

Por Heather Murphy

Algunos venían por la playa, otros por el sol, otros eligieron este destino porque, en ese momento, las cifras de COVID-19 parecían razonables. Muchos lo prefirieron a los complejos turísticos porque parecía más sencillo llegar. A otros les gustaba la idea de no tener que hacerse una prueba para entrar al país.

En conjunto, eran un total de 25 huéspedes, en su mayoría estadounidenses, canadienses y británicos, que disfrutaban de la piscina para adultos del “Club preferente” del Dreams Palm Beach Punta Cana un fin de semana reciente, aun cuando la variante ómicron del coronavirus había causado que el número de casos alcanzara cifras históricas en República Dominicana.

La piscina, que mide unas diez sillas tumbonas de ancho, ofrecía un apacible retiro de la bulliciosa piscina principal, que serpentea desde el bufé hasta la franja de playa que el complejo comparte con otros 90 centros vacacionales todo incluido.

En la zona preferente, una profesora de Chicago leía tranquilamente un libro mientras los nuevos amigos del complejo, procedentes de Míchigan y Ontario, charlaban sobre si la mujer que pasaba todo el tiempo en la terraza privada de su habitación, situada a tres tumbonas de distancia, estaba en cuarentena. Estaban bastante seguros de que así era, dado que no había salido de su habitación durante días. Era una lástima. También lo era el hecho de que al menos otros tres huéspedes de esa área habían dado positivo desde que llegaron.

El ambiente en la piscina del Iberostar Grand Bávaro en Punta Cana. Tony Cenicola/The New York Times

Sin embargo, todos parecían estar disfrutando su estancia.

Ellos, junto con todos los demás visitantes que llenaron la mayoría de las aproximadamente 42.000 habitaciones de hotel de Punta Cana ese fin de semana de enero, formaban parte de lo que muchos consideran una rara historia de éxito del turismo pandémico. En diciembre, República Dominicana atrajo a 700.000 visitantes del extranjero, mucho más de los que habían llegado no solo antes de la pandemia, sino en cualquier otro mes, según el Ministerio de Turismo. Esto elevó el total de 2021 a casi cinco millones de visitantes, más que cualquier otro país del Caribe. En diciembre, algunos analistas financieros calcularon que hacía 30 años que al país no le iba tan bien en términos económicos.

Además, Punta Cana no es el único destino que está en auge en República Dominicana. Las Terrenas, una pequeña ciudad costera que suele atraer a un público al que no le gustan los hoteles todo incluido, se ha vuelto mucho más popular durante la pandemia.

Las cifras de visitantes de República Dominicana tienen que ver, en parte, con la estrategia poco convencional que ha adoptado para obtener una ventaja competitiva. A diferencia de la mayoría de los destinos de playa del Caribe, el país no pide a la mayoría de los viajeros certificado de vacunación, prueba de COVID-19 o guardar cuarentena. En cambio, las autoridades han optado por enfrentar la COVID-19 promoviendo la vacunación y el uso de cubrebocas entre quienes interactúan con los turistas. Casi la totalidad de las 174.000 personas que trabajan en el sector turístico están vacunadas, según el Ministerio de Turismo. Y aunque los complejos turísticos con todo incluido solo requieren una reserva para entrar, muchos bancos, instituciones gubernamentales y algunos centros comerciales exigen un comprobante de vacunación o una prueba PCR reciente.

Las autoridades hacen hincapié en la vacunación y el uso de mascarillas entre quienes interactúan con los turistas, Tony Cenicola/The New York Times

“Sabíamos que era un riesgo y quisimos asumirlo”, declaró Jacqueline Mora, viceministra de Turismo, en una entrevista telefónica reciente. La estrategia ha funcionado, añadió, y señaló que el país calcula que obtuvo ingresos por alrededor de 5700 millones de dólares del turismo el año pasado, mientras mantiene una tasa de letalidad por COVID-19 inferior no solo a la de México, el otro gran destino de playa que ha adoptado un enfoque igualmente laxo respecto al ingreso del turismo, sino también a la de muchos países mucho más restrictivos, incluido Estados Unidos.

Hasta hace no mucho, pocos se oponían. Pero a medida que la variante ómicron ha hecho que las tasas de COVID-19 aumenten varios centenares por ciento en República Dominicana (ahora clasificada como de nivel 4, o de riesgo “muy alto”, en el sistema de clasificación de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos), infectando a muchas personas vacunadas, han aflorado resentimientos latentes entre algunos médicos, políticos y empleados de los centros turísticos por la decisión de permitir que los turistas se salgan con la suya.

A principios de enero, más de una decena de legisladores respaldaron una propuesta, apoyada por el presidente del Colegio Médico, la mayor asociación de médicos de República Dominicana, en la que se instaba al presidente Luis Abinader a exigirles a los  visitantes pruebas de detección y de vacunación recientes. La propuesta califica la política actual de “discriminatoria”, dado que “los residentes dominicanos deben contar con un certificado de vacunación o una prueba de PCR negativa reciente, mientras que los visitantes no se enfrentan a los mismos requisitos para ingresar a territorio dominicano”. El 31 de enero, el gobierno iba a empezar a exigir a los bancos, centros comerciales, restaurantes y medios de transporte público que pidan pruebas de que los clientes recibieron la vacuna de refuerzo. Los aeropuertos y los complejos turísticos con todo incluido no se verían afectados.

Un módulo de pruebas de COVID-19 en el Iberostar Grand Bávaro de Punta Cana. Tony Cenicola/The New York Times

En Punta Cana, olvídate del cubrebocas

Michael Rogers, londinense de 28 años, planificador de eventos, que estaba celebrando una luna de miel tardía en Punta Cana, dijo que Australia había sido su primera opción, pero las fronteras de ese país seguían cerradas a los visitantes.

“Somos los conejillos de indias de nuestra familia. Si no nos contagiamos”, dijo, refiriéndose a la variante ómicron del coronavirus, “todos saldrán de vacaciones”.

Detrás de él, la gente se registraba en el Dreams Palm Beach Punta Cana. En 2021, casi la mitad de los turistas extranjeros que fueron a República Dominicana se hospedaron en Punta Cana, en complejos turísticos como el Dreams o el Iberostar Grand Bávaro en la popular playa Bávaro. Cada uno de los casi 90 complejos todo incluido de la zona es un poco diferente: algunos son centros de fiesta para fraternidades universitarias, otros son maravillas minimalistas. Algunos sirven pan duro. Otros sirven torres de ceviche fresco. Algunos están dirigidos a estadounidenses, que constituyeron casi el 60 por ciento de todos los visitantes de República Dominicana el año pasado. Otros atraen a europeos, latinoamericanos y canadienses, que representan la mayor parte del 40 por ciento restante.

El Dreams Palm Beach Punta Cana, de 500 habitaciones, se encuentra en un punto intermedio en cuanto a precio y valoraciones de TripAdvisor. Un viernes reciente, los miembros del personal revisaban la temperatura de los visitantes a su llegada y les ofrecían chorros de desinfectante de manos junto con una copa de champán. Al hacer su registro, muchos huéspedes ya no llevaban puestos los cubrebocas del avión, pero era casi imposible encontrar a algún trabajador que dejara asomar la nariz. Este fue el primer indicio de que los huéspedes y los empleados siguen reglas distintas.

En muchos de los complejos turísticos de Punta Cana, los miembros del personal son diligentes al llevar cubrebocas, mientras que los huéspedes suelen ir sin ellas. Tony Cenicola/The New York Times

En general, a los huéspedes no les molesta.

“Llevamos dos años seguidos lidiando con esto y a veces solo quieres tirar la toalla y vivir un poco”, dijo Cara McQueeney, de 27 años, una trabajadora de la salud mental de Concord, Nuevo Hampshire, mientras ella y su novio esperaban su última cena junto al mar. No era su intención descuidarse; había estado evitando los bufés. Pero se alegraba de no tener que usar cubrebocas.

Lidiar con la covid es más razonable en República Dominicana, dijo Gaelle Berthault, de 45 años, en otro momento de ese fin de semana. Ella, su marido y su hijo de 9 años se trasladaron a Santo Domingo desde Bretaña a principios de la pandemia porque estaban hartos de las restricciones a las que se enfrentaban en Francia, dijo mientras estaba en el porche de una cabaña de color

turquesa en Las Terrenas, en la costa norte del país. Le molestaba tener que llevar un permiso emitido por el gobierno en sus paseos, que tenía que limitar a uno al día.

“Parecían tiempos de guerra”, dijo.

Desde que encontró un nuevo trabajo en Santo Domingo, se siente más libre. Los fines de semana, su familia explora ciudades costeras como Las Terrenas, donde su hijo puede pasar la mañana chapoteando en la piscina de un hotel boutique antes de aventurarse en una playa. En Santo Domingo, los autobuses públicos exigen a veces una prueba de vacunación, pero ella nunca se ha subido en uno.

Afuera de un club en el centro de Punta Cana. Muchos visitantes extranjeros dicen que aquí disfrutan de la libertad de las medidas pandémicas estrictas. Tony Cenicola/The New York Times

Tiempos difíciles

El virus llegó en un momento terrible para la industria turística de República Dominicana. En marzo de 2020, cuando la Organización Mundial de la Salud aumentó la gravedad de la epidemia y declaró una pandemia, el país acababa de recuperarse de otra crisis. En 2019, diez turistas estadounidenses murieron en el país, varios de ellos mientras dormían, sin que las circunstancias pudieran aclararse. Al final, el FBI consideró que los incidentes no estaban vinculados entre sí, pero no fue publicidad favorable. El número de visitantes disminuyó un 9 por ciento, según Mora. Y entonces, justo cuando se recuperaron, la pandemia cerró sus fronteras.

Para las 174.000 personas que trabajan directamente en el sector turístico fue un momento difícil. Aunque el gobierno repartió

dinero, varios trabajadores, entre ellos una camarista, un mayordomo, un mesero y un conserje, calcularon que se llevaban a casa entre una cuarta parte y la mitad de lo que solían ganar.

Cuando el país volvió a abrirse a los turistas en julio de 2020, durante un periodo breve las autoridades les exigieron a los visitantes que mostraran una prueba negativa reciente. Luego, en agosto, Abinader, que tiene una larga trayectoria en el sector turístico, asumió el cargo. La estrategia comenzó a girar en torno a facilitar la entrada al máximo. Hasta el pasado mes de abril, el país ofreció cubrir el costo de la atención médica, el alojamiento y los cambios de vuelo, en caso de que los huéspedes enfermaran de COVID-19. El aeropuerto siguió realizando pruebas a algunos visitantes de forma aleatoria, política que continúa, según el Ministerio de Turismo.

Hasta el día de hoy, la mayoría de las demás naciones caribeñas exigen pruebas de vacunación, resultados de pruebas y, en algunos casos, cuarentena, y también pueden restringir las reservas de hoteles a un 30 por ciento o 50 por ciento de su capacidad para mitigar la propagación del virus, según Michael Lowery, vicepresidente ejecutivo de negocios de consumo de Apple Leisure Group, propietaria de los complejos turísticos Dreams y de CheapCaribbean.com, una plataforma de reservas vacacionales utilizada por millones de personas. Dijo que República Dominicana ha sido uno de los dos destinos más populares para su empresa durante la pandemia —detrás de México— porque los viajeros no quieren lidiar con las restricciones y porque los complejos turísticos llenan sus habitaciones, manteniendo precios razonables.

“Han hecho un buen trabajo al mantener sus fronteras abiertas y permitir el 100 por ciento de ocupación en todos los resorts”, dijo.

Grupos grandes, incluso más grandes que antes, empezaron a acudir en masa a República Dominicana, dijo TJ Murray, propietario de Punta Cana Tours, un sitio de reservas.

Las parejas que antes no se planteaban a República Dominicana como destino para una boda empezaron a verla como un lugar seguro para los invitados que viajaban desde todo el mundo, dijo Jennifer Collado, propietaria de una agencia de bodas y eventos con sede en Punta Cana.

El giro radical

Para agosto de 2021, cerca de un año después de que República Dominicana reabrió sus puertas al turismo, podía notarse algo curioso al consultar las tendencias de vuelo de Kayak.com. Durante más de un mes, los destinos que estuvieron en verde todo el tiempo, es decir que generaron más interés de búsqueda que dos años antes, son de un solo país: República Dominicana.

Kayak.com

Septiembre, noviembre y diciembre fueron meses buenos para este país. Las cifras de turismo superaron los niveles anteriores a la pandemia y el recuento de casos de coronavirus se mantuvo bajo, ya que osciló entre 100 y 300 casos diarios. Pero entonces llegó la variante ómicron. El 12 de enero, una cifra récord de 7439 personas dieron positivo por COVID-19 en República Dominicana, mucho más que cualquier otro día de la pandemia. El 29 de diciembre, el país también informó que hubo ocho muertes relacionadas con la COVID-19, más de las que había visto en un solo día en meses.

“Los hospitales están llenos; niños, ancianos, todo el mundo enfermo de COVID-19”, declaró Senén Caba, presidente del Colegio Médico.

Senén Caba culpó a la laxa política del gobierno de acogida de visitantes por el sufrimiento. Aunque las personas que trabajan en el sector turístico sean en su mayoría jóvenes, sanas y estén vacunadas, pueden transmitir el virus a sus familiares y a otras personas (solo el 54 por ciento de la población cuenta con el esquema completo de vacunación).

Según el Ministerio de Turismo, este aumento marcado no es motivo suficiente para cambiar la estrategia nacional.

“Ómicron está en todas partes” y los requisitos de las pruebas ofrecen a los países poco más que la ilusión de seguridad, dijo Mora. Willie Walsh, director general de la Asociación de Transporte Aéreo Internacional (IATA), una organización comercial que representa a casi 300 aerolíneas, coincidió con este argumento en una declaración reciente.

Al preguntársele si interactuar con visitantes que podrían estar contagiados durante todo el día lo ponía nervioso, Maiken Mercedes, un mesero del Dreams Palm Beach Punta Cana, dijo: “El virus no me da miedo, me da miedo no ganar dinero para mi familia”. Otros empleados del sector hotelero también expresaron su preocupación por el hecho de que más restricciones signifiquen menos huéspedes.

Pero tiene que haber una forma de fomentar el turismo responsable, dijo Iván Lorenzo, senador por la provincia dominicana de Elías Piña, que comparte frontera con Haití.

“No podemos racionalizar las pérdidas humanas con lo que generamos económicamente”, dijo.

Ni él ni varios trabajadores de hoteleros entrevistados estaban convencidos de que la exigencia de pruebas fuera a desbaratar el crecimiento del país. De hecho, algunos consideraron insultante la sugerencia de que la política laxa es lo que atrae a la gente a la República Dominicana.

Los visitantes usan mascarilla para entrar en el club Coco Bongo, en el centro de Punta Cana. Tony Cenicola/The New York Times

La temida prueba al final de las vacaciones

Por mucho que intenten no pensar en el coronavirus, al final los visitantes tienen que hacerlo porque EE. UU., Canadá y muchos otros países exigen una prueba para volver a entrar.

Para Kelly Lynn Gasper, de 57 años, una enfermera de salud mental de Oakley, Michigan, la posibilidad era especialmente angustiante porque al principio de su visita de una semana con su hija de 18 años a Punta Cana, había empezado a sentir que le estaba dando algo. Se hizo dos pruebas rápidas que había traído y dio positivo dos veces, dijo.

Gasper tenía dudas sobre cómo proceder, pero al final optó por no pasar todas las vacaciones en su habitación; en vez de eso, intensificó el uso de cubrebocas y evitó los espacios interiores. Como dijo su hija, Caitlyn Gasper, que ya había tenido ómicron en su país, es probable que otras personas fueran positivas a su alrededor, pero no lo sabían, así que ¿por qué debería ser penalizada por dar positivo?

La popularidad del pueblo costero de Las Terrenas, arriba, se disparó durante la pandemia.Credit…Tony Cenicola/The New York Times

Para su alivio, esa mañana Gasper dio negativo en la clínica del centro turístico. Los resultados habían llegado tan rápido —en un par de minutos, en lugar de los 15 habituales— que había tenido dudas sobre su exactitud.

Kris Milavec, de 59 años, de Concord Township, Ohio, no compartía el escepticismo de Gasper, porque ese mismo día su marido y otro integrante de su grupo de casi 20 personas habían dado rápidamente un resultado positivo y estaban ahora atrapados en sus habitaciones.

En cuanto a si valía la pena, dado que su marido, un anestesiólogo al que se esperaba en el hospital, estaba aparentemente atrapado en el extranjero, Milavec hizo una pausa.

“No creo que valga la pena”, dijo mientras el resto del grupo posaba para las fotos junto a la piscina con sus trajes blancos a juego.

Enzo Conte, propietario de una empresa de software en Quebec, también preferiría no tener ómicron. Pero si va a contagiarse, dijo, bien podría ser mientras se aloja en una villa junto a la playa en la República Dominicana. Desde principios de diciembre, ha estado alternando vacaciones y trabajo a distancia desde Las Terrenas.

Si da positivo, dijo, “me quedaré un poco más”.