PEDERNALES, República Dominicana.-Luis Rodolfo Abinader Corona, presidente de la República, nunca pensó que hallaría raíces familiares en el Pedernales del suroeste fronterizo. Y las encontró por el lado de su madre Rosa Sula Corona Caba, durante la segunda visita en menos de una semana y en los primeros 15 días de su toma de posesión.
Aunque él nació en la capital, sus troncos son cibaeños, muy lejos de la frontera suroeste. Doña Sula y su pareja, el político, empresario y académico, José Rafael Abinader Wassaf, 1929-2018, nacieron en la fértil provincia Santiago, 155 kilómetros al norte de la capital.
El presidente ha descubierto su parentesco en el contexto de su intensa agenda de trabajo de 24 horas en el municipio cabecera. Llegó el sábado 29 de agosto, a las 3:25 pm, por el aeródromo de Cabo Rojo, y regresó a la capital el domingo, a las 3:30 pm, tras recorrer la zona de potencial desarrollo, reunirse con grupos de productores, empresarios, inversores y representantes de organizaciones de la sociedad civil, con dirigentes locales del oficialista Partido Revolucionario Moderno y con la familia que desconocía.
En la provincia dejó un océano de expectativas sobre la ratificación de su promesa en el discurso de jura del 16 de agosto de 2020 ante la Asamblea Nacional: construcción de 3 mil habitaciones hoteleras y el aeropuerto matriz para la región suroeste.
Si se trabaja sin desmayo –ha dicho-, en dos años y medio, esas obras estarían terminadas. Y ha garantizado que “Pedernales cambiará porque habrá desarrollo turístico integral, respetando las áreas protegidas”.
EL CALOR DEL PUEBLO
La visita del mandatario, con dormida en un hotel local sin lujos, sembró un hito. No hay antecedentes de traslado de la sede del gobierno a esta provincia fronteriza, durante un día y una noche, para trabajar.
Cuentan que Trujillo, en sus periplos de placer, con el faro y el cuartel de la Marina, como testigos, ordenaría fondear por varios días el yate Angelita, a lo lejos, al final del viejo muelle del municipio que, luego, el 29 de septiembre de 1966, el poderoso ciclón Inés arrancaría de cuajo, dejando dos o tres pilares solitarios que servían de descanso a los alcatraces que allí siempre danzan en el aire para tirarse al agua en picada milimétrica y capturar peces.
Juan Bosch, primer presidente constitucional luego de la tiranía (1962), visitaría el pueblo al siguiente año y, en El Casino (club exclusivo que funcionaba en el local del antiguo Partido Dominicano -de Trujillo-, hoy Club Socio Cultural, frente al parque central), compartió una comelona en estrecha camaradería con la comunidad, pero marchó el mismo día.
Un feriado de Semana Santa, el presidente Antonio Guzmán (1978-1982) habría viajado en una fragata hasta Cabo Rojo, para descansar en un hotel para altos ejecutivos de la minera estadounidense Alcoa Exploration Company.
Joaquín Balaguer, en sus 22 años de gestión gubernamental, se limitó a visitas de inauguraciones. Igual Salvador Jorge Blanco (1982-1986), Leonel Fernández (1996-2000/2004-2008-2012/2012-2016), Hipólito Mejía (2000-2004) y Danilo Medina (2012-2016/2020).
TEMORES POR LA FRONTERA
Los Corona fueron reclutados en 1947 en Sabana Iglesia, municipio de Santiago, para formar el poblado Flor de Oro (nombre de la hija del jefe, cambiado por el actual de Mencía), en los altos de la Sierra Baoruco, por el gobierno tiránico de Rafael Leonidas Trujillo (1930-1961). El hecho fue parte del plan de “dominicanización de la frontera” (implantación de familias de piel “blanca”) que había iniciado el gobierno de Horario Vásquez (1924-1930).
Juan Nepomuceno Corona Almonte había llegado joven a Flor de Oro con su hijo Juan Bautista Corona Jáquez (Tito Corona) a rastras. El gobierno había creado el parque nacional J. Armando Bermúdez y Danilo Trujillo desalojó de esa área del Cibao a todos los parceleros.
Padre e hijo resultaron afectados y, como compensación, les llevaron a una finca en la colonia La Altagracia, Pedernales, a cientos de kilómetros de su lar. Pero, en el 1958, el mismo gobierno se la arrebató y se la asignó a una familia japonesa. El padre se deprimió y migró a la loma del Platón, en Paraíso, Barahona, donde murió de “colerín”, a los 54 años. El hijo Tito falleció en 2007, en Pedernales, a los 79. Doña Sula y Tito Corona eran primo- segundo, y el abuelo de Tito, Francisco Corona Espinal, era hermano del abuelo de doña Sula.
Otras familias fueron llevadas desde la serranía de la hoy provincia sureña San José de Ocoa. Para situarlas, el gobierno despojó de las parcelas de café y otras plantaciones as familias de guardias establecidas en Los Arroyos y Aguas Negras y dio un ultimátum de 24 horas para salir lugar.
En los años 50, el tirano seguía con su plan de blanqueamiento y dominio de la frontera. Desplazó otro grupo de familias, aunque, en esa ocasión, los mandó a poblar Los Arroyos, hoy zona de alta producción de legumbres, papas y de los aguacates “Hass” de la discordia de hoy, por las acusaciones de los conservacionistas a los productores sobre siembras en áreas protegidas. Llegaron los Espinal, Ochoa, Hungría, Encarnación, Castillo, Rosario. En 1958 llegaron las familias japonesas Mikami y Tabata, resultado de los acuerdos del gobierno dominicano tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Los extranjeros estuvieron de tránsito en el municipio Pedernales, en una casa de campaña instalada al final de la simbólica calle Juan López. Allí mostraron su capacidad para trabajar con sus bebés colgados a sus espaldas, sus sandalias que atrapaban los dedos gordos de los pies y dejaban los otros libres, que se las quitaban al entrar a las casas y oficinas. Y se trasladaban en sus muy novedosas bicicletas con canasto, que, al marcharse hacia la sierra, cambiaron por burros, por ser más útiles en terrenos accidentados.
TENSIONES EN EL HORIZONTE
El descubrimiento de lazos sanguíneos maternos en Mencía, una pequeña comunidad a 30 kilómetros al norte del municipio, abandonada por los nativos, por insufrible, y prácticamente tomada por los haitianos sobrevivientes de la indigencia, suman una razón al presidente Abinader para afianzar su palabra empeñada con grandes inversiones públicas y privadas para sacar a Pedernales del profundo empobrecimiento y del olvido largo del Gobierno.
Él necesita atesorar esa motivación junto a la fuerza de voluntad expresada, para capear los temporales en curso, que se agigantan con las horas.
No bien ha terminado su recorrido de aproximación por algunos de los atractivos turísticos, y ya se han soltado los demonios. Una mezcla de recelos e intereses económicos subyace en un discurso mediático con tono clerical que sugiere al presidente olvidarse por ahora de cuantiosas inversiones en Pedernales y concentrarse en recuperar el sector turismo establecido, en crisis por la pandemia provocada por el SARS-CoV-2. Y se esconde en aquellos exabruptos televisuales que ubican a la provincia fronteriza como un pueblo intrascendente, con dos o tres habitantes, que no merece inversiones como las anunciadas porque –dicen- hay cosas más importantes que atender.
FUERZAS POSITIVAS
El Gobierno tiene en sus manos el Plan Maestro que servirá de guía a los desarrolladores de proyectos. No es una camisa de fuerza. Ya el presidente Abinader ha adelantado que será analizado durante un mes.
La playa Bahía de las Águilas es el “manjar” más apetecido de los inversores porque es la más conocida. Está anclada en el imaginario del mundo, no tanto por sus inigualables características positivas, sino porque simboliza el escandaloso robo de 364 millones de metros cuadrados de terrenos con vocación turística del Parque Nacional Jaragua, donde ella está, repartidos como parcelas agrícolas con el padrinazgo de funcionarios de los tres poderes del Estado, de opositores y de empresarios, durante la década del 90 (último gobierno de Balaguer).
Pero Pedernales es mucho más que eso. Y mucho más que Cabo Rojo. Lo sostiene Nicolás Corona, 52 años, el más versado del país en la flora, la fauna y la topografía de la provincia. Nadie conoce más que él sobre los secretos de las cavernas, los acuíferos escondidos, las jugarretas de los ríos El Mulito y Aguas Negras, las orquídeas locales, los humedales en extinción, los puntos ideales para miradores, la vida de las iguanas, los cerdos y chivos cimarrones, los solenodontes y las jutías que pueblan los parques nacionales Baoruco y Jaragua.
Pese a la claridad de su visión sobre la ecología del área, no fue invitado a la reunión del presidente con representantes de organizaciones empresariales, comerciales, políticas y sociales para hablar sobre la situación del pueblo y las perspectivas. Pero participó en un diálogo de 20 minutos entre Abinader y los Corona que aún viven en Pedernales.
Nicolás está convencido de que lo primero es asegurar el agua porque, si ella faltare, el río próximo es Los Patos, de Barahona, distante cerca de cien kilómetros. Ha propuesto un acuerdo entre los productores de aguacate Hass que afectan los bosques húmedos del Parque Nacional Baoruco, el Estado y conservacionistas.
“A la hora de declarar esa zona como parque, los dueños de las tierras estaban ahí; sin embargo, no les reubicaron, ni tampoco les pagaron. Luego, ellos vendieron sus propiedades a otros productores y se fueron. El problema es que de los humedales depende mucha de nuestra agua, porque tienen la capacidad de condensar de noche, retener las gotas y, cuando llega el día, la filtran a los acuíferos. Más del 80% ya está dañado. Además, arriba están deforestando todo para sembrar papas, repollo y cebollas, y la capa vegetal se ha ido hacia el mar”.
El ingeniero Tony Bretón es contundente: “El principio de todo desarrollo en Pedernales debe iniciarse por la recuperación de los bosques en la estribación sur del Baoruco, reforestando y expulsando a los invasores de Los Arroyos, y reconstituyendo la capa vegetal en la zona minera”.
LA PROPUESTA DE MARCOS
El litoral del municipio, desde la estación de radio hasta Bucanyé, es un tesoro inadvertido. Pero el alto nivel de prensa concitado por Bahía de las Águilas le ha robado el protagonismo.
El arquitecto urbanista Marcos Barinas lo tiene claro y ha presentado el proyecto del Frente Marino de Pedernales, un diseño urbano para un desarrollo de bajo impacto y arquitectura de paisajes, distante de la vulnerable playa Bahía de las Águilas.
Suficiente, para él, 30 hectáreas de terreno y 1.5 kilómetros frente al mar. Deberá satisfacer al menos 750 unidades habitacionales, 2,400 requeridas para los empleados de los primeros hoteles a desarrollar en el área de Cabo Rojo.
Plantea 400 habitaciones turísticas que fomenten el turismo urbano, y una participación más directa de la población en su prosperidad económica.
“No se trata de un malecón solamente, aunque está incluido. Con Pedernales tenemos la oportunidad de generar una oferta que sea planificada racionalmente en relación a las capacidades de acogida de su territorio, tanto en el orden ambiental, como económico, como social. Pedernales merece, por la altísima calidad y diversidad de sus recursos naturales, un turismo de alto nivel de ingresos que pueda generar los empleos necesarios para sostener otras ofertas asequibles”.
El proyecto generará una oferta alternativa de alojamiento turístico cercano al pueblo y, al mismo tiempo, un nuevo espacio urbano que recupere la belleza del frente de playa para satisfacción de su gente, según el experto.
La presidenta de la Asociación de Pedernalenses Ausentes (ASPA), Ruth Villegas, no titubea. Sintetiza la posición de la organización: “Queremos un turismo de calidad, que genere bienestar general. Un turismo que integre a la población y evite los vicios de otros polos. Necesitamos calles buenas, electricidad, agua potable suficiente, centros culturales y tecnológicos, academias, viviendas, un hospital completo, buenos empleos, hermoseamiento de la provincia y preservación de nuestros recursos naturales”.
Son muchas las esperanzas. Pero la incredulidad sigue ahí, a flor de piel, por las tantas veces que los políticos han engañado al pueblo. Abundan los temores, los demonios no cesan. El Gobierno, en fase de prueba de resistencia.