La presidenta del partido Opción Democrática (OD), Minou Tavárez Mirabal, denunció que la Academia Dominicana de la Historia hay un grupo dominante "de propagandistas de las dictaduras de Trujillo y de Balaguer que han situado en el centro de su quehacer el negacionismo".

Durante su discurso en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), en el acto de inicio de las actividades por el asesinato de Manolo Tavárez Justo, Minou dijo que desde que hizo la denuncia de que habían ingresado a la Academia Dominicana de la Historia "al criminal y traidor a la patria Ramiro Matos González", algunos de sus cómplices recurrieron a la búsqueda de abrigo en historiadores decentes.

Destacó que aunque esos cómplices no lo esperaban, están terminando mucho más desnudos ante la conciencia de la sociedad. "No sabían, seguro, que es absolutamente insuficiente citar a historiadores para hacernos creer que ellos lo son.

"Hay que decir la verdad y la verdad es que en esa institución financiada con fondos públicos dominan un grupo de propagandistas de las dictaduras de Trujillo y de Balaguer que han situado en el centro de su quehacer el negacionismo, ese delito de odio que comete quien niegue públicamente un delito de genocidio, de lesa humanidad o contra las personas y bienes protegidos en caso de conflicto armado”, dijo en su discurso.

En ese sentido, destacó que para recurrir con buena voluntad a la reflexión ética hace falta tener una capacidad "que quienes dominan la academia de la historia no tienen".

“Hay que tener conciencia moral, es decir, saber distinguir el bien del mal. Ocupados en su función de cómplices y encubridores nunca pudieron desarrollar esa cualidad”, indicó.

Asimismo, Minou aseguró que cuando se habla de ética en el país, ya a nadie le sorprende lo lejos que ha llegado en la permisividad, el negacionismo y en el reinado del mal.

Dijo que la discusión sobre la impunidad llevada a los extremos supone sociedades extraviadas e instituciones justificadas sólo por el mal, con protagonistas convertidos en actores y cómplices de lo peor.

Manifestó que para poder avanzar el país esta obligado a no dejar cabos sueltos y a no olvidar la gravedad y las consecuencias que tiene sobre el presente el lugar ganado por la impunidad desde que se validó “el borrón y cuenta nueva”.

“Allí está la génesis de la continuidad del trujillismo y del balaguerismo, de la falta de justicia. Del oprobio de la academia dominicana de la historia. Para ese capítulo reciente siguen pendientes el juicio histórico y la sanción moral”, expresó Minou.

Destacó que desde que denunció el ingreso a la Academia Dominicana de la Historia “al criminal y traidor a la patria Ramiro Matos González, algunos de sus cómplices recurrieron a la búsqueda de abrigo en historiadores decentes. Aunque no lo esperaban, están terminando mucho más desnudos ante la conciencia de la sociedad”.

A continuación texto íntegro:

ESTAMOS OBLIGADOS

Minou Tavárez Mirabal,

UASD, 4 de mayo de 2023

 

Compañeras y compañeros,

“Nadie muere entre nosotros, porque nosotros recordamos”.  Esa sencilla afirmación resume muy bien el motivo de este encuentro y de los actos de conmemoración de estos 60 años de la gesta de 1963 marcados, hay que decirlo, por la impunidad. Por eso quiero empezar mis palabras reafirmando que no estamos aquí para distraernos con la muerte. Estamos y estaremos aquí para celebrar la vida y lo haremos con todas sus consecuencias.

Quiero invitarlos a una reflexión que fundamente y acompañe los quehaceres de este año, e incluso de los próximos, acerca de las motivaciones y de las obligaciones que tenemos como herederos de los héroes nacionales a quienes recordamos. Todo acto de homenaje o de recordación con vocación de presente debe estar apegado al contexto y analizar los hechos desde la perspectiva de las víctimas: dichosos los pueblos que pueden beber de sus héroes y que desde la memoria de las víctimas no permitan descanso a la incómoda conciencia -si la tienen- de los victimarios.  Esos sí que no tienen otro contexto ni otra praxis que no sea la muerte.

Cuando se tienen deudas con el pasado basta mirar las noticias para confirmar la actualidad, la contemporaneidad, la vigencia, de todo lo que nos reúne. Así que a pesar de la brevedad de estas palabras, debemos empezar con un enfoque desde los aspectos éticos, históricos, políticos, de memoria y de justicia restaurativa.

Cuando se habla de ética en nuestro país, ya a nadie sorprende lo lejos que hemos llegado  en la permisividad, en el negacionismo, en el reinado del mal. La discusión sobre la impunidad llevada a los extremos supone sociedades extraviadas e instituciones justificadas sólo por el mal, con protagonistas convertidos en actores y cómplices de lo peor.

Para poder avanzar también estamos obligados a no dejar cabos sueltos y a no olvidar la gravedad y las consecuencias que tiene sobre el presente el lugar ganado por la impunidad desde que se validó el “borrón y cuenta nueva”. Allí está la génesis de la continuidad del trujillismo y del balaguerismo, de la falta de justicia.  Del oprobio de la academia dominicana de la historia. Para ese capítulo reciente siguen pendientes el juicio histórico y la sanción moral.

Desde que hicimos la denuncia de que habían ingresado a la academia dominicana de la historia al criminal y traidor a la patria Ramiro Matos González, algunos de sus cómplices recurrieron a la búsqueda de abrigo en historiadores decentes. Aunque no lo esperaban, están terminando mucho más desnudos ante la conciencia de la sociedad. No sabían, seguro, que es absolutamente insuficiente citar a historiadores para hacernos creer que ellos lo son.  Hay que decir la verdad y la verdad es que en esa institución financiada con fondos públicos dominan un grupo de propagandistas de las dictaduras de Trujillo y de Balaguer que han situado en el centro de su quehacer el negacionismo, ese “Delito de odio que comete quien niegue públicamente un delito de genocidio, de lesa humanidad o contra las personas y bienes protegidos en caso de conflicto armado.”

Y es que para recurrir con buena voluntad a la reflexión ética hace falta tener una capacidad que quienes dominan la academia de la historia no tienen. Hay que tener conciencia moral, es decir, saber distinguir el bien del mal. Ocupados en su función de cómplices y encubridores nunca pudieron desarrollar esa cualidad.

Quienes ingresaron a quien tuvo responsabilidades de mando en los fusilamientos de los héroes del 1959, del fusilamiento de Manolo Tavárez y sus catorce compañeros en Las Manaclas, de Francisco Caamaño en Nizaíto, de la represión y de las muertes de centenares de dominicanos en la llamada “Poblada de 1984”, jamás, jamás, podrán ni siquiera lograr un mínimo de reconocimiento a su proceder.

Esta conmemoración en el 58 aniversario del discurso de Francis Caamaño en el Parque Independencia exige también que recordemos la actuación de Ramiro Matos cuando nuestro país fue invadido por una potencia extranjera. El criminal y ahora “historiador” combatió junto a los invasores. La Constitución vigente de 1963 (art. 55)  establecía incluso la pena de muerte para los traidores que “en casos de acción de legítima defensa contra un Estado extranjero, se hagan culpables de delitos contrarios a la suerte de las armas nacionales, o de traición o espionaje a favor del enemigo” ¿Y todavía creen que pueden hablar de ética?

Estas permisividades, esta impunidad tiene que acabarse. No podemos seguir entregando lo mejor de nuestro pasado a quienes lo ocultan, lo niegan o lo falsifican, muchos de ellos con la abusiva intención de salvar responsabilidades individuales.

“La historia es la ciencia del hombre. Y también de los hechos, sí. Pero de los hechos humanos. La tarea del historiador: volver a encontrar a los hombres que han vivido los hechos y los que, más tarde, se alojaron en ellos para interpretarlos en cada caso.» (L. Fevre)

A nosotros nos toca que los ejemplos y las aspiraciones que nacen y renacen de esos hechos y de esos hombres sean también parte de nuestra historia contemporánea y del futuro que debe ser tan nuestro como lo es ese pasado que debemos reconstruir también historiográficamente. No hay mejor lugar que la Universidad Autónoma de Santo Domingo, el Alma Mater de Manolo, de Minerva y de tantos y tantas, para pedir a sus autoridades que nos ayuden a reconstruir el pasado con nuevos estudios históricos, de verdad científicos. Toca a esta universidad una responsabilidad única e indelegable y un aporte a la democracia (que debe ser “sin padre”) puesto que los avances sociales y políticos no son sólo un donativo del pasado: son el resultado de muchas luchas que debemos poder poner en la historia, puesto que es insuficiente la memoria.

Sería justo y necesario que en el marco de estos 60 años nuestros legisladores al momento de revisar la ley de presupuesto puedan redirigir desde la academia de la historia hacia la UASD recursos públicos destinados a estudios históricos de nuestro pasado reciente.

Cuando se avanza en el conocimiento de la verdad, avanzamos también en la justicia.  Las víctimas tenemos derechos asumidos por el Estado dominicano en diversos tratados internacionales. Urge entonces que la universidad de todos los dominicanos haga un aporte valioso incorporando a sus estudios académicos la justicia restaurativa. No abandonaremos nuestros derechos a la justicia penal en busca de sanciones a los criminales pero es necesario que el Estado dominicano se responsabilice por sus acciones violatorias de los derechos humanos, puesto que no basta con que se haga justicia: hay que reparar a las víctimas en la medida de lo posible para asegurarnos de que no habrá repetición, de que podamos todos y todas gritar a coro ¡¡Nunca más!!

El Comité me encargó que hablara del futuro. Pero solo podemos caminar tras la utopía si superamos la forma de abordar los temas políticos del pasado reciente, si somos claros y definitivos a la hora de definir de donde partirán las decisiones de futuro.

Pero el mejor futuro seguirá haciéndose inalcanzable mientras sigamos repitiendo con absoluta impunidad que los héroes del 1959, los de Las Manaclas, los del desembarco de febrero de 1973, los asesinados de los 12 años murieron víctimas de errores políticos. Tengámoslo bien presente: ¡todos ellos fueron asesinados! ¡Nadie muere producto de errores políticos!

Todos ellos murieron porque hubo agentes del Estado que en lugar de proteger la vida de los prisioneros, estuvieron dispuestos a cometer los crímenes. Esos criminales nunca podrán ser jueces de conductas políticas, ni estaban repararando presuntos errores políticos mucho menos supuestamente cumpliendo una obra de bien.

Con certeza insisto en la necesidad de erradicar para siempre la costumbre, la sinrazón, de argumentos como “Yo le dije a Manolo”, “Yo le dije a Francis”.  Los amigos de la impunidad, los intelectuales de la mediocridad, los enemigos del pueblo, han ido acuñando esas frases y de esa forma nos dejan sin justicia, sin ejemplos, sin programas.  Y sin héroes.

A quienes se han prestado a repetir esas afirmaciones, incluso compañeros, este aniversario es un buen momento para llamarlos a reflexionar serenamente sobre las consecuencias de sus dichos y a tener el decoro de callar que pedía Martí ante el sacrificio de los demás. A los otros no podemos ni queremos hacerles ningún llamado: están haciendo su trabajo.

Los cimientos de nuestras luchas futuras descansan en una sociedad cuyas motivaciones están cerca de los luchadores de ayer que nos convocan.

Y nosotros los de hoy estamos obligados a reducir esa distancia para lograr encontrarnos con ellos. Caminando con la frente muy en alto y teniendo la certeza de que los nuestros no fueron asesinados porque estaban equivocados: los mataron porque sus programas, sus proyectos eran peligrosos para los que administraban el poder en nombre de Trujillo y que hoy pretenden revictimizarnos con el griterío de que la izquierda debe hacerse una autocrítica.

Los asesinaron por exigir el fin de la dictadura, por su antiimperialismo, por su proyecto nacional y popular, por la reforma agraria, por las luchas por las libertades democráticas, por la vigencia de la Constitución del 63. Ninguna medida política o económica, ninguna orden de fuego para masacrar al pueblo dominicano ha sido dada por la izquierda dominicana, que no tiene responsabilidad en ninguna de las decisiones tomadas por los administradores del país.

Y sí, hemos cometidos errores, pero nunca horrores. Eso sí, entre los errores de los compañeros a los que honramos y para los que exigimos justicia nunca estuvo el de la renuncia a la lucha.   Y hoy, ahora, en esta sociedad individualista, sin reconocimiento de derechos como la seguridad social, la educación, la salud, el trabajo decente, nos urge avanzar en amplios procesos unitarios sociales y políticos donde el objetivo esté puesto en el horizonte post neoliberal y no en el cálculo mezquino de un carguito.

Estamos obligados a esfuerzos políticos enormes, que no insistan en votar por nuestros adversarios; con una mirada que supere la próxima elección y nos haga más fuertes y haga más fuertes y decisivas a las organizaciones populares y a sus justas reivindicaciones.

Permítanme concluir con unas palabras que dije hace casi veinticuatro años en Las Manaclas y que podrían resumir muy bien las tareas por cumplir: “Y no puedo -entre estos árboles que fueron testigos silenciosos del crimen, en medio de este viento frío que enterró sus sueños- dejar de reconocer que la responsabilidad de la tarea de construir la sociedad justa y humana que ellos imaginaron no será nunca posible si antes no esclarecemos ese reciente pasado histórico nuestro: colocando a los verdugos y víctimas en su lugar, a héroes y villanos en el sitio que les corresponde.”