PEDERNALES, República Dominicana. Esta provincia costera del extremo sudoeste del territorio tiene deuda con sus cangrejos. A menudo, en hoteles, restaurantes y sitios informales de otros pueblos se encargan de resaltar que la masa o el crustáceo vivo que ofertan proviene de esta comarca, aunque sea de otras fuentes. Los manglares que han sobrevivido a la agresión de humanos, donde se reproducen, aún no son reservorios de desechos sanitarios. De ahí la fama.

Pero ya aquí estos crustáceos no abundan por millares, como en las décadas de los años 60 y 80 del siglo XX. Ya no invaden la carretera hacia Cabo Rojo, ni las calles y patios de las viviendas del municipio Pedernales. Están al borde de la extinción por la captura indiscriminada (incluye las preñadas) y el uso de técnicas criminales en su pesca cuando se tapan en sus cuevas para mudar  caparazones. El uso de carburo y otros tóxicos se ha generalizado. Y la veda es una ficción. Una señal tétrica.

Lo sabe Amarti Antonio Jiménez Heredia (Martico), 73 años, un asceta larguirucho que ha vivido su vida buscando y vendiendo cangrejos. Conoce al dedillo cada rincón de estas reservas y hasta la historia sobre el bacá del haitiano que en la era Trujillo (1930-1961) “ajorcaron por porque mató uno en Haití y salió juyendo”.

Amarti Antonio Jiménez Heredia dice; " yo no conozco el mieo, yo no tengo mieo. Él me pasa por el lao y yo sigo por el mío"/Foto: Luis E. Acosta.

Aquí cuando se menciona a Martico la comunidad piensa en cangrejos. Nadie le ha conocido otro modo de subsistencia, aunque él ha dicho que trabajó brevemente en la construcción del acueducto, en el ayuntamiento y en Obras Públicas.

De niño, su rutina ha sido salir a las cuatro de la madrugada con un saco y un pico al hombro para capturar una, dos o tres docenas del animal, casi siempre por encargo. Antes de partir, “me animo el estómago con par de panes y chocolate”.

Al regreso, antes del mediodía, tenía a manos los pesos del arroz con habichuela.

Es un personaje. Hijo de una pareja de Duvergé, vivió sus primeros años en la colonia agrícola Mencía, en sierra Baoruco. La agricultura era la fuente de vida de la familia. Pero la loma era dura y se mudó hacia el municipio. Sobrevive en una humilde casita en la Juan Bosch 17 del barrio Las Mercedes, al noroeste de la comunidad. Se respira empobrecimiento por las cuatro esquinas.

No tiene esposa, ni hijos, ni siquiera perros. La soledad es su compañía. Recuerda que en la escuela llegó hasta el quinto grado.

Es mediodía del 15 de agosto de 2021. Degusta un “picapollo” que ha comprado. Y pausa para hablar en tono bajo.

“Toy solo porque es mejor así. Yo nunca he tenío esposa, ni hijo. Me quedé solo porque siempre taba al lao de mamá y papá y, cuando hablaban con otra gente, yo fui creciendo y oyendo las vaina que la mujere le hacen a lo hombre. Entonce, yo le doy mi dinero a mujere de la calle y no tengo compromiso, así no me engañan”.

Martico no fuma, no bebe, no frecuenta el centro de la comunidad; siempre camina solo, tranquilo, sin confrontar a nadie. Pero es muy conocido, por su oficio y su tamaño nada común en Pedernales, 6.6 pies, y los brazos largos, los adecuados para llegar hasta el fondo de las inextricables cuevas de los cangrejos.

No bebo ni un trago porque me vuelvo loco. El alcohol le cae mal a la tripa, los intestinos no aguantan el alcohol y me vuelvo loco”, precisa.

De joven, jugaba béisbol. Refiere que en barrio Verde tenía un equipo que competía “con el de Pinchao”. Siente pasión desbordada por el villar. En los corrillos del pueblo es famosa la anécdota sobre un match con un hermano. Cuentan que, hace muchos años, él se ganó el premio mayor de la Lotería. Un hermano que trabajaba en la Alcoa Exploration Company, Julito, le propuso guardarle el dinero “para que no lo malbaratara”. Y él aceptó.

“Pero siempre iba a buscar dinero. Entonces el hermano le aconsejó, y él, incómodo, le respondió: deme mi dinero, que usted ha ganado mucho y nunca me lo ha dado para guardar”. Gastó hasta el último peso.

"Deme mi dinero, que usted ha ganado mucho y nunca me lo ha dado para guardar” (Foto: Luis E. Acosta.)

Tiene ocho hermanos: Divino, Manuelito, Julito, Tererere, Bartola, Mercedes, Juanita y Nérsula. Él decidió vivir su mundo: el de los cangrejos y la soledad.

“Antes, cuando Trujillo, una docena costaba 25 cheles; y ahora 300 y 350 pesos. Yo siempre los consigo. Ello duran seis meses afuera y seis metío en la cueva pa cambiar el carapacho y mudá. Cuando están ahí, abro las cuevas y los agarro, y también cuando están afuera”.

Siempre solitario por los trillos de los manglares, dice que se ha encontrado con el baká del haitiano que ahorcaron cuando Trujillo.

“Por ahí dique tenían un aparato que le llamaban baká… Eso era en tiempo de Trujillo, donde taba la puerta que puso el cubano, por Bucanyé. Por ahí ajorcaron un haitiano que era brujo y él salía ahí vuelto un vaquero… Salía no, todavía sale. Yo iba por mi lao y él por el de él. Pero yo no conozco el mieo, yo no tengo mieo. Él me pasa por el lao y yo sigo por el mío, yo nunca he tenío mieo, nunca”, especula.

Cuenta Martico que otro día, cerca de las siete de la noche, camino a Bucanyé, comenzó a llover y decidió regresar raudo hacia el pueblo.

“Venía corriendo, corriendo y trompecé y me caí. Entonce apareció un hombre frente a mí y dijo que debió haberme matao. Me asusté y seguí pacá”.

Cree firmemente que en los montes salen “aparatos” más si es camino hacia a Haití, por la costa. Pero sigue con su tarea. Pocas veces en su vida ha regresado con el saco vacío.

“Otro día, yo iba para Tiro Blanco para arriba, por la mina de sal. Estaba de noche. Bueno, por ahí salen disparates. Y me salió un hombre y me dijo: tú va acabá con los cangrejos, tú no sale de por aquí de noche. Yo no le hablé y seguí pa arriba, y llegan allá arriba, a la mina de sal, él me dijo: Martico, aquí te voy a agarrá. Le dije: bueno, agárrame. Pero tampoco lo vi porque son aparato que salen por ahí. Seguí a buscá mis cangrejos”.

Cuenta que hace muchos años vivió otra experiencia en Las Cuatro Bocas de Los Olivares, hacia el este, a menos de cuatro kilómetros del centro del municipio.

“Estaba oscuro y venía de allá arriba, y al llegar a ese punto, con cuatro docenas de cangrejos, oí que venían uno animale corriendo por la carretera. No lo veía, pero oía el trote. Salí corriendo, pero volví pa trá  otra vez y recogí mis cangrejos, y los vendí a 30 y 35 pesos en ese tiempo”.

Según el folclor dominicano, el bacá o baká es “una criatura animal o artificial demoníaca creada a través de la brujería”. Se establece por un pacto mediante el cual se concede bienes materiales y protección a su poseedor, a cambio como el sacrificio de al menos un alma de quien realiza el pacto.

Danny Altagracia Nova Pérez, vecina, relata que hace un año echó de menos a Martico. Él había salido a pescar cangrejos, pero no había regresado. No era costumbre en él.

“Miré por la ventana. Tenía horas que se había ido y me preocupé. Fui adonde la familia a decírselo. Cuando llegó, le pregunté y me dijo que se mareó y se cayó, y se quedó ahí con el sol caliente. Cuando volvió en sí, ya era tarde y se le habían escapado todos los cangrejos”.

A sus 74 años, Martico ya se siente sin fuerzas para ir a los manglares. Solo cuando no resiste la presión económica se levanta y vuelve a capturar par de docenas de cangrejos para venderla. Ahora es más difícil, porque no hay tantos como antes y la edad no le ayuda. Ahora depende más de 50 o 100 pesos que le regale un amigo. Quiere que las autoridades trabajen para que siempre haya cangrejos grandes y sanos en Pedernales.