Es sabido que no todos los ciudadanos participan en las elecciones, y que aquellos que lo hacen votan a un candidato o a un partido por razones muy diversas.
Veamos:
1-El votante duro. Es el que tiene compromiso con un partido en el que milita y con el candidato al cual sigue, ya porque sea su líder o porque haya sido elegido por su partido. Este tipo de votante sigue las directrices del partido aunque no le guste el candidato. No es ciego ni fanático, pero repite la propaganda de campaña tratando de convencerse y convencer de que su partido será el vencedor, aunque las mediciones muestren otra realidad.
2-El votante fanático. Es el que vota por un partido o un candidato por convicción, por lealtad o por tradición, y resultará difícil convencerlo para que cambie sus preferencias políticas. El fanatismo, como es lógico, le impide ver la realidad, rechaza cualquier resultado de encuestas que no favorezcan a su litoral.
3-El votante oportunista. Se une a un partido o a un candidato por pura conveniencia, sin mirar lealtades ni identificarse con la historia o la ideología del partido. Básicamente, es un votante clientelar.
4-El votante reflexivo. Este constituye el porcentaje de ciudadanos con visión crítica, que no sigue a un líder ni se inscribe en un partido por simpatías, sino que analiza, estudia los discursos y propuestas, y ejerce el voto tratando de elegir las opciones que mejor convengan a la sociedad, y no a sus intereses personales. Regularmente, se trata de personas que no dependen de un empleo público para ganarse la vida. De este segmento suele surgir el voto de castigo contra los partidos de gobierno, cuando no se cumplen las expectativas ni promesas.
Los votantes de los grupos 3 y 4 constituyen un filón muy atractivo para los partidos y los candidatos, porque pueden inclinar los resultados de las elecciones a su favor.
En las elecciones dominicanas de 2020, por ejemplo, el segmento 4 dio la espalda al PLD y prefirió a PRM, más que todo por el problema de la corrupción en los gobiernos de Leonel Fernández y Danilo Medina.
El segmento 3 tiende a acomodarse con cada partido de gobierno para garantizarse las dádivas y canonjías, a menos que una opción de oposición derroche los recursos suficientes para atraerlo antes de las elecciones, lo que resulta improbable. No obstante, al votante oportunista se le puede conquistar.
Con el votante reflexivo (4) la cosa es más difícil, es necesario convencerlo con propuestas y discursos que sean algo más que campaña y retórica cargadas de frases cohetes. Habría que analizar por cuál de las opciones se inclinará este segmento en las elecciones de 2024.
Los segmentos 1 y 2 rara vez pueden ser persuadidos para que cambien la intención de voto. En el caso 1, lo que puede ocurrir es que, debido a crisis internas del partido, se abstenga de acudir a votar, lo que favorecería al candidato o partido que cuente con mayor intención de voto.
Como se podrá apreciar, por más agresiva que sea una campaña electoral, no será suficiente para revertir las proyecciones más creíbles sobre la intención del voto.
Si los discursos tremendistas sirvieran para algo, los partidos pequeños de ideologías extremas, que tienen decenios en la faena política, habrían crecido y ganado el poder. Pero no, se han quedado chiquitos. En el caso de los derechistas apenas sirven para aliarse a partidos más grandes, y los izquierdistas se mantienen solos, aferrados a sus convicciones ideológicas y en la incansable labor de oposición contra todo el que llegue al poder.