Cuando Mabel era muy joven y conoció a quien sería su esposo y padre de su hija, no imaginó el camino de espinas que le esperaba. Tendría una relación en la que predominarían los golpes, las persecuciones, la violencia verbal, violaciones sexuales y hasta secuestro.

¿Cómo se conocieron?, es la pregunta inicial para que Mabel, nombre ficticio, empiece a narrar la historia de violencia intrafamiliar que sufrió por ocho años.

Fue en la cafetería de la universidad. Él, un joven apuesto, se le acercó y empezaron a conversar. Ella estudiaba Mercadeo y él Arquitectura. En ese momento ella tenía 18 años y él 22.

Se enamoraron. Iniciaron una relación bonita que al año se materializó con una boda un poco apresurada por el hecho de que Mabel estaba embarazada.

"No tenía planes de casarme tan joven, pero nos enamoramos – narra -. Él no me persuadió. Era una relación formal y ya estábamos hablando de casarnos, pero la boda se adelantó por el embarazo".

La mujer tuvo un embarazo un poco complejo, por lo que necesitó la asistencia de su familia y de la madre de su esposo. Esto hizo que en esos nueve meses no convivieran por mucho tiempo bajo un mismo techo, sino en casa de sus familiares.

Sin embargo, cuando la bebé nació y empezaron a convivir en su propio hogar, la actitud del hombre fue cambiando y ella empezó a ver las primeras señales de violencia.

“Él viene de una familia un poco machista, por así decirlo, en la que al hombre hay que guardarle los calzoncillos, su ropa hay que tenérsela planchada, hacerle su desayuno, la mejor carne cuando se cocina es para el hombre… cosas así”, afirma.

Mabel aclara que no le molestaba hacer esas tareas cotidianas, pues además, la pareja había llegado a un acuerdo de que en los primeros años de vida de su hija, ella se quedaría en la casa cuidando de la menor. Para esto, la joven madre abandonó sus estudios universitarios y su trabajo.

“A mí no me molestaba eso, hacerlo. No era una obligación, pero sí una exigencia, porque estaba el tema de que como viene una familia que el papá es el rey de la casa, entonces entendía que eso era lo correcto y normal. El día que no había desayuno era reclamo de que no te preocupas por la casa y así. Una pareja debe ayudarse mutuamente", recuerda.

Los conflictos realmente importantes iniciaron cuando Mabel decide regresar a la universidad y buscar empleo.

“Empiezo a trabajar y a estudiar. A la niña la cuidaba su mamá. Ahí empezaron los celos, que para dónde vas, con quién vas, que si estás en la universidad, en el trabajo… Empezaron las persecuciones. Yo miraba para los lados y ahí me estaba esperando para ver con quién yo iba, a dónde iba”.

Explica que todas esas situaciones la incomodaban. Las primeras agresiones físicas no tardaron en aparecer. Cuenta que en una ocasión, cuando salía de una fiesta navideña, el hombre la esperó afuera del lugar.

“Yo tenía mi vehículo ya. Empezó a discutir. Yo montada en el carro, lo que hago es que arranco y él me persigue hasta que en una no puedo moverme. Ahí fue por el lado del conductor que le abriera la puerta. Como no le abrí, rompió el cristal de un puñetazo. Me cayeron los cristales pero arranqué, y él empezó a perseguirme hasta el Palacio de la Policía. Estaba tan lleno de ira que entró hasta el Palacio, al parqueo. Ahí le expliqué a los agentes lo que había sucedido y lo dejaron detenido”, precisa.

Esa fue la primera querella que interpuso en contra de su agresor, pero por presiones de la propia familia e incluso la debilidad del sistema de justicia que predominaba en ese tiempo, el caso no siguió y a los cinco días, el hombre estaba libre.

“Lo primero es que tus familiares cercanos, tus familiares directos, te dicen ¿Qué hiciste? Ay, no lo dejes preso porque es el papá de tu hija”, se lamenta.

En esa ocasión, el juez de Atención Permanente que atendió el caso fue José Alejandro Vargas, quien los aconsejó, diciéndoles que trataran de arreglar sus diferencias. El juez impuso al hombre presentación periódica, orden de alejamiento y que acudiera a charlas de violencia.

“Esa fue la primera vez que llegó a la Justicia, pero antes de ese día ya me había golpeado. A veces le decía quiero ir a tal sitio. Y me iba sola. Después él llegaba al lugar, discretamente, entraba y se ponía en otro lado. Me perseguía en mi trabajo. Me revisaba el celular. Si yo decía voy a la casa de fulana, el llamaba y preguntaba si yo estaba ahí. Es más, en ocasiones él me despertaba. Él velaba mi sueño. Él se quedaba despierto y me preguntaba qué te estás soñando que te estás moviendo”, cuenta.

El regreso con su agresor 

Al preguntársele qué le motivó a regresar con su agresor, Mabel asegura que estaba enamorada, pero además influyó la presión que ejercían los familiares. También la inexperiencia. "El hacerle más caso al corazón que a la cabeza", dice.

"Tal vez era una persona vulnerable. Claro, no es que me iba a quedar desamparada al separarme de él, porque siempre he tenido el apoyo de mi familia, pero está el tema de la presión familiar. Me decían perdónalo, que eso se soluciona, es el papá de tu hija”.

Pero la situación no cambió y Mabel se sentía impotente, con rabia, agotada, justamente por los constantes conflictos violentos que tenían, asegurando que en muchas ocasiones lo enfrentaba.

En una ocasión, de forma violenta, él le pidió que le hiciera desayuno.

“Yo tenía tanto pique, por la forma de él, y yo era muy reaccionaria en ese momento, y le puse pimienta en el pan. Cuando ese hombre vio que ese pan estaba lleno de pimienta reaccionó violento. Dio en la mesa. Se paró. Ese día hubo un enfrentamiento”, indica.

Las acciones violentas no se quedaban solo en golpes. Mabel fue violada por lo menos en dos ocasiones por su esposo. O esa cantidad de veces recuerda, pues señala que en muchas ocasiones ni intentaba negarse a sostener relaciones sexuales, pues temía que la golpeara.

“También tu aprendes a manejarte con una persona que abusa de ti. Al principio tu te resistes pero después llega un momento en que no es que la estás pasando bien teniendo relaciones sexuales con esa persona pero no te resistes para que no te golpee más. ¿Qué vas a hacer? Él es un tipo más alto, más fuerte, entonces para que me siga dando golpes… bueno, llega un momento en que ya el forcejeo no vale la pena”.

Los maltratos eran diversos y escalaban dependiendo de la respuesta que le daba a la agresión. Un empujón que Mabel recibía, era devuelto con un golpe al pecho de su agresor. Por ese golpe, Mabel recibía una patada.  "Nos fajábamos. Yo no me sentaba a que él me diera una pela, tu sabes…”.

El sistema falló

La peor agresión vino después del divorcio. A seis meses de estar separados, aún vivían en la misma casa. A raíz de esto, la mujer le propuso un alejamiento definitivo, pero, explica, él creía que sería como la ocasión anterior.

"Me dijo cuando el divorcio salga publicado, yo me voy. Pensaba que era relajando. Hablé con mi abogado y solicité el que es a vapor. Salió en un mes”, dice.

Cuenta que varios meses después del divorcio, intentó rehacer su vida y empezó a conocer a otra persona, sin embargo, cuando la noticia llegó a los oídos de su expareja, esto no fue de su agrado.

“Teníamos como cuatro meses de que había salido el divorcio. Él se entera (del enamorado) y se pone celoso. Un día, él tenía que entregarme la niña, que andaba con él, me llama y me pregunta dónde estoy. Le digo en tal plaza. Él entró a la tienda, y me sorprendió. Le pregunto por la niña y me dice que está en el carro. Yo no le creí. Empecé a marcarle a su mamá para saber dónde estaba la niña y ahí me quitó el teléfono. Entonces pensé: hay problema. Me agarra por el brazo y me dice camina. Empiezo a caminar para que no se arme un show. Estoy haciendo resistencia pero cuando vengo a ver ya estoy afuera, en el parqueo. Él me hala por un brazo y me entró al carro. La gente miraba, pero la gente no se mete en eso. Como dicen, en pleito de marido y mujer…”

En este momento de la conversación, a la mujer que ahora tiene unos 35 años y que asegura pudo superar ese trauma, se le entrecorta la voz. Rememorar ese día le roba el habla.

“Él puso el seguro de niños y me dio todas las trompadas que pudo. Me decía te voy a llevar en una funda negra para donde tu mamá. Te voy a picar”, le decía.

Mabel indica que no podía moverse, se le hacía difícil defenderse, pues él la colocó en la parte trasera del vehículo y se montó en el asiento del pasajero, y desde ahí, empezó a golpearla.

“Tenía un ataque directo hacia mí. Salió primero de la plaza, y cuando se cansaba de darme golpes continuaba el recorrido, y cuando se recordaba de mí, volvía a darme. Si lo atacaba íbamos a chocar. Cuando se recordaba frenaba y volvía y me daba”.

Mabel recuerda que su martirio duró unos 30 minutos, hasta que la dejó al frente de su casa y se fue.

Narra que llamó a la familia de su exesposo y les contó lo que había sucedido.

Nuevamente, interpuso una querella y a pesar de las pruebas, las fotografías y demás, al igual que ocurrió en la primera demanda, al hombre solo le dictaron impedimento de salida, una orden de alejamiento y presentación periódica.

“Yo recuerdo que en ese momento él tenía que hacer un viaje y buscar visa y la mamá me decía que por favor retirara la querella. Yo nunca la retiré, pero tampoco se siguió como un caso penal. El Ministerio Público tenía la facultad de seguir el caso, pero en ese tiempo, no era como ahora”.

Ella siente que el sistema le falló. Que no la protegió.

“Te estoy hablando de dos episodios de violencia. Hubo secuestro, heridas visibles, porque en el primero me rompió el vidrio y no me llegó a dar porque yo me fui. Pero en esa ocasión, me secuestra, me da golpes… Tengo la amenaza de lo que me decía: te voy a matar, te voy a mandar en una funda negra, picá’… Solo duró como su semana preso y ya”, lamenta.

Después de ese último episodio, duraron alrededor de un año sin tener ningún contacto. La niña seguía bajo el cuidado de su abuela paterna durante el día, mientras Mabel estudiaba y tenía dos empleos.

“Pasó como un año para que hubiera contacto. Yo nunca le guardé ningún rencor. No soy una persona de guardar rencor, porque quien guarda rencor es quien se hace daño. Entonces, después de eso, yo fui a terapia y superé la situación”, precisa.

Hoy en día, Mabel afirma que sabe identificar los signos de violencia. Tiene una pareja desde hace cuatro años con la que pretende casarse.

Mensaje a las mujeres

Mabel quiso aprovechar que este martes se conmemoró el Día Internacional de la Mujer para enviar un mensaje a las que estén pasando por alguna situación de violencia.

“Debe buscar ayuda, buscar refugio. Mucha gente dice yo no sé por qué fulana no deja eso, pero está el entorno familiar, el entorno social. Estamos frente a una persona vulnerable, una persona con baja autoestima, porque el abusador empieza por bajarte el autoestima y sientes que sin esa persona no puedes hacer nada. Yo les diría que eso no es amor. Que una persona te maltrate no es amor. Nadie que te ame te hace sentir mal”, comenta.

También hace un llamado a los familiares, para que no culpen a las víctimas de esas situaciones, que no las revictimicen.

“Y a la mujer que también tenga dignidad. Que trate de tomar fuerzas para salir adelante, superarse, ahora hay muchas facilidades, cursos gratuitos, hay muchas formas. Y a las autoridades, un mayor apoyo a las víctimas de violencia, porque el tema no se queda solo en las parejas, sino que va más allá cuando hay niños. Pido que las autoridades no se queden en el Día de la Mujer o el de la no violencia. Solo se habla bonito ese día y en la práctica no es así”, concluye.