El domingo pasado, 24 de abril de 2022, llegó a los lectores de suscripción del periódico "El Nuevo Día" de Puerto Rico un texto con el título "Haití en el corazón" de Luis Rafael Sánchez -"el más grande intelectual vivo de Puerto Rico"- que, gracias al dominicano Néstor E. Rodríguez, quien el lunes lo replicó en Twitter, pudo ser leído allende los suscritos…

Acento se hace eco de él -con fotografía inmensa incluida, de autoría de Xavier Araújo- por la importancia de visibilizar, por la justicia en hacerlo, como dice en su texto Luis Rafael Sánchez,  que "nunca le faltó a Haití una ciudadanía volcada en la ayuda al mejoramiento del haitiano que nació pobre y empobrecieron los sucesivos gobiernos podridos. Nunca faltó en Haití una ciudadanía abrazada a la política de hechura responsable, la ciudadanía ansiosa de participar en la empresa digna de hacer próspero el país natal".

Un texto sin desperdicio que remata con Eugenio María de Hostos, a quien hace bien leer y releer, opina – Ni aún el placer de la verdad es tan intenso como el placer de la justicia.

Luis Rafael Sánchez (Fuente externa)

UNO

Mentiras perversas hay que, de tanto circular, alcanzan la licencia de verdades. Una mentira entre tales reduce el país haitiano a fracaso insuperable. Por perversas las mentiras repugnantes soslayan el par de datos: los gobiernos podridos fomentan la corrupción y toleran la impunidad de los corruptos, en los gobiernos podridos la Justicia cierra filas con las injusticias.

Escribo Haití e invaden la memoria, como si emergieran de un documental fílmico, secuencias de la podredumbre gubernamental. La podredumbre da pie al crimen sin pausar, a la regularización del secuestro, al atraco a los comercios, hasta al asesinato por encargo: el 7 de julio del 2021 pandilleros asesinaron a Jovenel Moise, presidente constitucional desde el 2016.

La podredumbre generalizada impide la evolución del país a su alcance y medida y en concordancia con el lugar a ocupar en el mundo actual. Un país democrático en el significado irrebatible del vocablo: urnas sujetas a la contabilidad pulcra, urnas inmunes al traqueteo, urnas representativas de la diversidad poblacional. Lástima que la podredumbre obligue a media población haitiana a encarar una disyuntiva aterradora: migrar hacia la incertidumbre o mal morir en terreno patrio. Hitlerías aparte, también aparte los risibles supremacismos del pellejo, repitamos que humanidad y diversidad son aguas de un mismo río. Rabie quien rabie, machaquemos que somos diversos y particulares.

Incluso los utensilios de sobrevivir, que rematan en la mano, dan noticia de la particularidad en la diversidad. ¡Hasta el nombre y el tamaño singularizan los dedos! Meñique el chi-quitín y Pulgar el regordete, Del Co-razón el larguirucho, Anular el porta anillos, índice el que indica, señala y acusa. Diversos y particulares y supeditados a la mano.

DOS

Un repaso somero de su historia revela que nunca le faltó a Haití una ciudadanía volcada en la ayuda al mejoramiento del haitiano que nació pobre y empobrecieron los sucesivos gobiernos podridos. Nunca faltó en Haití una ciudadanía abrazada a la política de hechura responsable, la ciudadanía ansiosa de participar en la empresa digna de hacer próspero el país natal.

Dato que agrada repetir: posterior a la nación norteamericana fue Haití el segundo recinto colonial del Nuevo Mundo en transformarse en república, influido por el expansivo trueno libertario de la Revolución Francesa. Un trueno propiciante de las ideas que quiso dignificar dicha revolución: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Una revolución que transfiguró la historia universal, alentó la Revolución Norteamericana, suscitó conmemoraciones allende el país francés: el líder político puertorriqueño Celestino Iriarte bautizó Libertad, Igualdad y Fraternidad a sus tres hijas. Hito civilizador. Hito vanguardista. Hito educativo. También Haití fue la primera nación de raza negra que floreció en estos lares. Lo fue, no obstante el repulsivo prejuicio que confrontaría aquel ensayo libertario, puesto en marcha triunfal por esclavos o hijos de esclavos. Que se negaron a seguir siéndolo. Que, seguros y sin flaquear, se enrolaron en la reivindicación de su derecho incuestionable a la libertad.

TRES

La historia desconoce otra raza más subestimada y vilipendiada que la negra. Al a par desconoce otra raza más comprometida en la lucha contra la subestimación y el vilipendio. También contra el empeño desgraciado de rebajar la piel negra a inferior o sospechosa. También contra el afán de socavar la confianza de quienes habitan su piel negra sin incomodidad ni autodesdén. Bien dijo un poeta anónimo: Enamorante, noche tras noche la medianoche bebe la ha patri-monial de la piel negra.

Entonces, ¿cómo entender que el libertador de libertadores, Simón Bolívar, temiera que la pardocracia se asentara en Colombia si a los colombianos afrocriollos les llegara a parecer Haití un modelo digno de imitación y copia? Lo aprendo en el libro Olvidos y ficciones, del gran historiador colombiano Alfonso Múnera.

CUATRO

Escribo Haití y planea sobre la escritura la sombra funesta de los dos duvalieratos, esas dictaduras que masacraron el ápice de oposición, a partir de un apellido: Duvalier. Avergüenza el descaro en que consiste elevar el apellido a mérito intrínseco, aunque este sea una casualidad de garantía escasa. Más aun, un accidente cuasi genital del cual hay que recuperarse por vía del trabajo digno y el respeto a toda persona que milite en la decencia. Desoiga el Lector el refrán que sentencia Hijo de gato caza ratón. Abunda el manganzón, que aun siendo hijo de gato, jamás caza siquiera un ratonzuelo. Abunda el hijo de gato que, treinteañero ya, desayuna y almuerza y cena los ratonazos cazados por su Papi. Abunda el hipervago hijo de gato que solo come el ratón a la parrilla hecho llegar por Papi en bandeja de plata y servicio Uber. Abunda el muy gentuza hijo de gato que imprime el apellido en los preservativos, de látex extrafino, que Papi le costea.

La fotografía, que Xavier Araújo toma al padre haitiano con el hijo en brazos, me obliga a repetir que escenario del alma es la mirada. Tanto me conmueven las emociones acuarteladas en sus rostros, que la bautizo "Inocencia y Pesadumbre".

CINCO

La fotografia, publicada en El Nuevo Día, que Xavier Araújo toma al padre haitiano con el hijo en brazos, me obliga a repetir que escenario del alma es la mirada. Tanto me conmueven las emociones acuarteladas en sus rostros, que la bautizo Inocencia y Pesadumbre. Lejos del hogar, bendecido en la distancia a pesar de los pesares, el padre y el niño se reducen a meros datos numéricos del nuevo Haití. El Haití que migra, el Haití que recala en barrios de países lejanos donde se abomina su presencia y su raza negra. Unos barrios donde la intimidad es lujo al alcance de nadie: la calle pública cumple la función de dormitorio, cocina, letrina, ducha, precaria intemperie donde amarse. ¡Amarse regala salud en cualquier circunstancia! No conozco a Xavier Araújo, tampoco a Benjamín Torres Gotay, periodista del más alto nivel que firma los reportajes donde sorprende la fotografia Inocencia y Pesadumbre. Me desdigo: de ambos conozco lo único que debo conocer, la intransigente solvencia profesional. Magnífico cautivador de imágenes el uno. Autor el otro de reportajes elaborados con lucidez experta en agrietar el makeup con que el oficialismo persiste en recubrir escándalos. Unos escándalos que Torres Gotay escudriña e interpreta con juicio y puntillosidad en cuanto dice y como lo dice.

SEIS

Verdades honradas hay que, si se las sostiene con convicción, descarrilan las mentiras circulantes en su contra. Haití no es, ni remotamente, un fracaso insuperable. Sí es víctima del atropello histórico de siglos, de los duros embates de la naturaleza y del paranoico menosprecio a su raza y su nación, hoy desparramadas por los caminos retorcidos de la Historia. Desmanteladas sus espiritualidades tras los secuestros masivos que intentaron bestializarla, proscritos sus idiomas y sus hábitos, la raza negra y la nación haitiana aún persiguen una segunda oportunidad. Muy mucho la merecen. Eugenio María de Hostos, a quien hace bien leer y releer, opina – Ni aún el placer de la verdad es tan intenso como el placer de la justicia.