Él se llama Jeurys y ella se llama Talía. Mírenlos. Son dominicanos, tienen sueños y esperanzas y quieren estudiar y salir adelante, como todos los niños dominicanos. Pero cada día tienen que enfrentar este calvario: caminar varios kilómetros loma arriba y loma abajo desde Fundo Viejo, el lugar donde viven, hasta El Gramazo, la comunidad donde queda la escuela más cercana.

Tienen que cruzar este río -el Río Grande-, enfrentar la soledad y peligros de los caminos y exponerse a las inclemencias del tiempo, todo para ir a tomar clases en su escuela.

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Fotos: Cesar de la Cruz y Genris García

Esta zona, donde se unen el norte y el sur de la República, está situada en las montañas de Padre Las Casas y Constanza. Hay veintidós comunidades que parecen detenidas en el tiempo, y solo hay diez escuelas, la mayoría centros de ficción levantados sobre los escombros del olvido.

A falta de un gobierno que dé la cara, este puente que divide estos mundos perdidos en la cordillera Central, lo hicieron con palos y sogas los padres, para que sus hijos vayan a la escuela y para sacar las cosechas.

Pero cada vez que llueve y llegan las grandes aguas, se rompe y se lo lleva el río y quedan incomunicados.

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Fotos: Cesar de la Cruz y Genris García

Al parecer, ninguna autoridad se quiere dar por enterada de que aquí, en el lugar donde nacen las aguas, en este paraíso encantando lleno de niños descalzos, de sonrisas y de sembradores, está haciendo falta un puente que conduzca a estos niños al futuro.

¿Esta es la modernidad que nos prometieron?