Desde las 8:30 a.m. del 12 de noviembre, el Palacio de Justicia de Villa Altagracia estaba sumido en una calma que pronto sería interrumpida, bajo una niebla matinal que aún se asentaba sobre las montañas cercanas, brindando una imagen serena y fría al escenario judicial.
A esa hora, lo único visible era la prensa, que ya se había acomodado en las cercanías, cámaras en mano y micrófonos listos, aunque sin acceso al edificio.
Los periodistas conversaban entre ellos, en un ambiente que oscilaba entre la expectativa y la resignación, conscientes de que no les sería permitido entrar a la sala de audiencias una vez que todo comenzara.
La charla giraba en torno al caso de Nazario Mercedes, imputado por el asesinato de su pareja y sospechoso de otros cinco feminicidios en un lapso de tres décadas, a quien se le conocerían las medidas de coerción en media hora.
A medida que avanzaba la mañana, la niebla comenzaba a disiparse lentamente, y el sol empezaba a romper la barrera nublada.
A las 9:00 a.m., familiares y amigos de los acusados, junto con algunos curiosos y abogados, comenzaron a congregarse frente al edificio.
Con cautela, se fueron acercando a las puertas de la sala de audiencias, algunos revisando las listas de audiencias en busca de sus nombres y otros simplemente observando en silencio.
La espera se volvió más tensa hasta que, veinte minutos después de lo pautado, Mercedes, una de las figuras más esperadas por los presentes, llegó al lugar.
Hizo acto de presencia en una camioneta de la Policía Nacional y, en cuanto puso un pie fuera de ella, fue rápidamente escoltado por los policías y abordado por las preguntas de la prensa. Sin mediar palabra y con semblante serio, entró de inmediato a la sala de audiencias.
Justo detrás de él, en la misma camioneta y con el mismo silencio, entró su supuesto cómplice, el imputado Obispo Carmona Moreta, sobrino de la víctima.
Los murmullos se esparcieron entre los familiares y los periodistas; los primeros alegaban que Carmona era inocente, y los segundos intentaban adivinar las medidas que les serían impuestas.
Aunque los imputados ya estuvieran allí, el juicio no iniciaría, pues, como ocurre en muchos casos, otros procesos aún se encontraban en curso.
En el lugar se encontraban tres personas imputadas por otros delitos, quienes aguardaban sus respectivas audiencias: entre ellos, dos chicas menores detenidas por cargos relacionados con drogas y un hombre acusado de agredir sexualmente a una menor.
Sus casos no eran menos importantes, pero no había ojos para ellos; todos estaban puestos sobre el caso de Mercedes.
Cada tanto, alguien se levantaba y miraba hacia la puerta del Palacio de Justicia, esperando que alguien saliera con alguna noticia sobre lo que estaba ocurriendo dentro.
Algunos periodistas intentaban obtener más información de los abogados y familiares, pero la mayoría prefería mantenerse en silencio, concentrados en lo que sucedía dentro del edificio.
Un cuarto antes de las 11 a.m., un autobús llegó a la entrada del Palacio de Justicia, interrumpiendo la falsa quietud.
El autobús parecía haber traído su propia carga de incertidumbre, pero esa imagen se esfumó en cuestión de minutos cuando nuevos imputados, bajo la custodia de los agentes, entraron a otra sala.
Este autobús fue solo un presagio de que este juicio terminaría pronto.
Y así fue. A minutos de haberse marchado el vehículo, a las 11 a.m., por la parte trasera del Palacio, salieron Mercedes y Carmona, esposados, dirigidos por los policías y siendo rápidamente puestos en la misma camioneta en la cual llegaron.
Nazario Mercedes y Obispo Carmona saliendo del Palacio de la Justicia