PEDERNALES, República Dominicana.- Julio Alfredo Pérez Pérez ha vivido 72 noviembres y aún desconoce por qué su tío Clemente le apodó Cucún desde los primeros días de vida.

“Le he preguntao; él me puso así y nunca me ha dao más explicaciones”, dice con voz ronca.

El legendario Clemente, hijo de colono, viejo roble perredeista, lúcido y habilidoso, aunque ronda el siglo de edad, dice que no recuerda.

“Eso es verdad, yo le puse ese nombre, pero se me olvidó la razón; si me recuerdo, te lo digo más tarde”, dice cortante.

Nadie más ostenta tal apodo en este recodo del sudoeste dominicano, distante 307 kilómetros de la capital. Cuando se menciona, todos saben que es él, el más viejo pintor de casas, con brocha gorda primero y rodillo luego; el efectivo pitcher de softball y entrenador de las pequeñas ligas de varones y hembras, desde el primer lustro de la década de 1970; el hospitalario, empático, avispado, extrovertido, honesto, familiar y… amante eterno de las cervezas.

Nació en Pedernales el 11 de noviembre de 1949, pero su madre, Dulcilida Lilian Pérez Ferreras, le declaró en el municipio Duvergé, antiguo poblado Las Damas, de la provincia Independencia.

De allí provino la mayoría de las primeras 32 familias persuadidas por el Gobierno de Horacio Vásquez para ir a poblar en 1927 la sabana Juan López (Pedernales).

Cursaba el quinto curso de primaria, en 1962, cuando desertó de la escuela. La vida de hijo de mujer soltera pobre y la realidad dura de la frontera le vencieron. Pero no se  corrompió.

Cada día de su juventud fue un desafío, junto a su hermana Juanita y su mamá, quien falleció el 4 de agosto de 2005, a los 84 años. Su padre, Julio A. Pérez, ejecutivo del Consejo Estatal del Azúcar, había sido asesinado un 16 de julio cuando tenía unos 40 años, un día que se desplazaba en un motor tras salir de una misa con motivo de las patronales de Duvergé en honor a Nuestra Señora del Carmen. Cucún era un niño. Su madre casaría otra vez, y parió a Juanita. Nada cambió.

“No pude seguir por una serie de condiciones que funcionaban ahí… Antes de los 16 años yo tuve que tirarme a la calle a buscar qué hacer, lo que sea”, comenta ahora con voz entrecortada.

MANO DE GUANTE

Sus pinitos en el oficio datan de inicios de los años sesenta con la construcción del barrio Alcoa, al noreste del municipio. Se trata de viviendas hechas para obreros de la minera estadounidense Alcoa Exploration Company

“Yo comencé a dar mis pasos con Patebuey y el gordo Gabriel, que eran los pintores de la Alcoa. El primer barrio que hizo la empresa, lo inauguró en 1963 Donald Reid Cabral, que presidía el triunvirato. En ese tiempo, yo me acerqué a los pintores, y ellos me enseñaron. De ahí para acá, la compañía americana siguió haciendo casitas, y ellos, los pintores, me pagaban dos pesos por día, pintando con brocha”.

Cucún tiene fama de pintor bueno con sobrada agilidad. En el pueblo creen que su tamaño, sus brazos largos y manos de guantes de softball le dan ventaja. Mide 6.1 pies y pesa 200 libras. A diario camina seis kilómetros sobre la arena de la playa local.

Él se siente en salud; dice que no pierde tiempo y se chequea a menudo con los médicos. Pero acepta el gran peso de los años y sus rodillas resentidas. Sigue pintando por razones de sobrevivencia, pero cuidándose de escalar los techos. Tiene que aportar para el sustento del hogar integrado por su pareja Rosanna Margarita Rosario y su hija Eligia Margarita.

Él forma parte de un equipo de pintores. Ya no es solitario como antes, cuando, brochas y espátula en manos, asumía el pintado de las viviendas.

“En el pueblo hay varios equipos. Y el de nosotros hace trabajos de cualquier envergadura. El de nosotros está conformado por Johnny Apuleyo, Julito Vallejo y yo. Así trabajamo más rápido. No nos corregimos uno con otro porque somos conscientes de lo que tamo haciendo. Aquí hay muchos pintores buenos: Pampán, Julito Vallejo, Johnny el de Apuleyo, un hijo de Pompilio, uno de los Valenzuela”.

VIDA EN EL PLAY

En los años cincuenta, el “estadio” estaba situado frente la fortaleza vieja (ahora destacamento de la Policía), justo donde ahora existe la cancha municipal de baloncesto y volibol, en el centro del municipio. Los peloteros de la época eran: Marión, Tiquito, Manolo Barraco, Arturo el de La India, Milcíades, Negro Mimina, Miguel…

“Primero se jugaba por barrio Savica y luego frente al destacamento. Entonces, yo,  mirando los juego, comenzaron mis inquietudes de deportes, como recogebolas y cosas así, siempre siendo obediente y limpiabotas de ellos mismos. Entonces, me buscaban. Pero cuando se trasladó el plei para donde está ahora, fue que yo adquirí un poco más de conciencia sobre qué es la pelota”.

Él nunca jugó de manera formal, hasta 1975 en que conoció a Víctor García Álvarez, gerente de Comunicación y encargado de laboratorio de la minera.

“Aprendí a jugar softball con Víctor, una leyenda. Me fui con el pitcheo, aprendí a pichá; Víctor me estimuló. En ese tiempo jugaban el doctor Guzmán, el ingeniero Reyes, Juan, Bolívar Saviñón, mi amigo inseparable Julio César Méndez (Compare), Mon Méndez, Guandul, Luis Cacó… Ese traslado del softball a Pedernales lo hizo Víctor. Cuando salimos a la capital y otro pueblo, la gente se asombraba por la calidad. Fue grande para nosotros cuando participamos en los juegos nacionales en San Francisco de Macorís, en 1978”.

La liga de softball de Pedernales lleva el nombre de Julio Alfredo Pérez.

POR ACCIDENTE

Cucún es sinónimo de pequeñas ligas de béisbol de Pedernales. Lo atan casi medio siglo como entrenador de equipos masculinos y femeninos, y decenas de muchachos que han vivido su afán por construir buenas personas desde ese  deporte.

Pero dice que llegó por accidente y se apasionó. Sin titubeos, reconoce a sus antecesores Lalo Maldonado y Jacobo Gómez, quien trabajaba en el laboratorio de la empresa. Precisa que ellos dieron forma a los primeros equipos con patrocinio de la empresa que explotaba los yacimientos de bauxita de Las Mercedes y Aceitillar.

“Los dos eran obreros de la empresa y no tenían mucho tiempo. Yo vi eso y me fui integrando hasta que me enamoré del programa… En la primera exhibición que se hizo en el plei de Softball de Cabo Rojo estaban Bartolo Antonio (Tony Pérez), Fredito Féliz y Marlon Randall Fernández. Yo fui dirigiendo ese grupo de niños. Después del juego, pasamos al hotel de los jefes de la compañía (el Senior), a compartir. En ese tiempo, ellos tres salieron a Puerto Rico con una delegación de la capital para representar al país”.

Se refiere a la selección nacional que participó en la Serie Latinoamericana de Pequeñas Ligas, celebrada en San Juan, Puerto Rico, en 1973.

“Eso fue grande. También vivimos monumentos emocionantes cuando la leyenda del béisbol de Grandes Ligas, Hank Aaron, el gran capitán del Licey, Pedro González, y el gran jugador amateur Piñao Ortíz visitaron Pedernales para ver cómo funcionaba el programa de Pequeñas Ligas”.

Con el tiempo, Cucún manejaba 12 equipos (10 de varones y dos de hembras). Ocho jugaban los sábados; cuatro, los domingos.

“Y yo los entrenaba, ampayaba y dirigía; en los fines de semana, yo estaba full”, acota.

Maritza Pérez se le reputaba como exbuena jugadora de softball, utility, potente bateadora y brazo de goma. Hoy es emprendedora y dice que debe parte de su formación humana a Cucún.

“Es un hombre humilde, responsable, con mucha disciplina, y, cuando te iba a corregir, lo hacía sin ofenderte… Para mí, es el mejor entrenador de Pedernales. ¡Eran tiempos tan lindos, Dios mío! Quisiera volver, y puedo volver, pero pienso que si hago un swing, me estrallo (ríe). Cuando él nos ponía a hacer one, two, three, o cuando jugábamos con dos equipos, él me decía la forma de fildear los batazos, y yo le respondía siempre con un yo creía, y él me contestaba: sigue creyendo que te va a estrallá”, cuenta y ríe.

Yuberkis Moquete, prima hermana, destaca su solidaridad. “Es un muy relajao con los primos, muy familiar. Yo he oído cuentos de cuando se iba a tomar tragos con los primos, o cuando iban a confesarse a la iglesia y no aguantaban la risa. Cosas de jóvenes, tú sabes. Si yo me pongo mala y él sabe, viene a la capital a saber de mí; si es mami la que se pone mala, él se pone grave. Es ñoño con mami. Cuando voy a Pedernales, jamás sale de la casa de mami Dulce”.

VINO DE DIOSES

Cucún no se rinde, siempre se muestra animado. Luce lejos del pesimismo. Se desplaza por las calles del pueblo en su motor todo terreno. Cuando la situación económica era más suave, nadie le ganaba bebiendo cervezas grandes. Ahora, “solo unas cuantas, unas cuantas”.

Bebe sin perder el respeto a los demás, ni violar las leyes. Riñas no ha tenido, enemigos no tiene. Él ha sabido sobrellevar su crisis de siempre, sin dañar a nadie ni incumplir compromisos.

En los 70, la casa de Lilian Leonor, en la calle Juan López casi esquina Braulio Méndez, era sitio obligado de la juventud.

En otros negocios, las cervezas frías eran “como muela de garza”. En el pueblo, prendían la planta eléctrica durante unas cuantas horas, a partir de las seis de la tarde. Lilian tenía neveras que funcionaban con kerosene, y sus cervezas eran apetecidas, siempre estaban “muy frías”. Los fines de semana, la acera y parte de la calle frente a su casa, eran tomadas por los jóvenes, para compartir, sin pleitos.

Cuentan que cuando Cucún carecía de suficiente dinero y quería participar de la juerga, llegaba, siempre amable, le pedía una cerveza a la cajera y se quedaba de pie, tomando sorbo a sorbo, a pico de botella, despacito. Así, pasaba el día con una o dos cervezas, para él, el vino de los dioses. Y se sentía feliz.