Pasó un hombre que venía de los surcos y se paró a conversar con él. El hombre bajaba por una cuesta vestido de sol y le contó la edad de sus habichuelas. El hombre tenía los cordones sueltos y él, diputado de la república, ante la mirada de asombro de aquel hombre, se puso a sus pies y se los amarró.
Juan Dionicio Rodríguez, diputado nacional del Frente Amplio, un partido aliado del gobierno en las pasadas elecciones, estuvo en El Gramazo, una de las veintidós comunidades de la zona montañosa de Padre Las Casas, Azua, quizás la de más difícil acceso.
Para llegar tuvo que recorrer los 120 kilómetros de Santo Domingo a El Gramazo y malpasar aquellos caminos que, de tan rotos, se han convertido en una legendaria calamidad; los mismos senderos que los hijos de la montaña tienen que transitar cada día para hacer valer su existencia: para sembrar, para estudiar, para trabajar, para sacar a sus enfermos, para mover sus cosechas, para soñar.
“Quise conocer en persona y ver con mis propios ojos la situación en que viven esas comunidades, luego que se dieran a conocer por la prensa las condiciones en que estudian los hijos de esta tierra”, dijo el diputado.
A la sombra de un árbol que los lugareños llaman el Palo de Maró, el diputado Rodríguez -el primer congresista que sube a esta montaña- se puso a escuchar la historia de los olvidados. Los campesinos le contaron de la tristeza de la tierra, de las cosechas perdidas y de las noches sin luna; le contaron de las desmesuras de las aguas y de los dolores de las secas.
Los estudiantes le hablaron de sus estudios, de las escuelas inservibles, de la soledad de los caminos. Le contaron de los maestros que hacen falta y de las penas que les sobran, de las ilusiones que se desvanecieron en los caminos y de aquellas sonrisas que no pudieron permanecer.
Las madres también tenían algo que decirle. Y así, entre todos los convidados del olvido se oyó una voz afinada con la música del viento: la voz de Antonia de los Santos.
Ella le quiso contar su historia: que nació aquí, entre estas montañas mitad sur, mitad norte, y que son hermosas las mañanas de su tierra; que no pudo estudiar porque no tuvo la condición, que tiene cuatro hijas hembras que son su mayor tesoro, que una de ellas se llama María Esther y que está en Santiago en la universidad, pero que está a punto de dejarla porque no tiene recursos para seguir y no ha podido obtener una beca; y que la otra se llama Angelina, y que tiene una sonrisa que baila con el sol y una forma de reír que puede vencer todos los pesares.
También le dijo que su tierra nunca ha sido tomada en cuenta por nadie, solo por la iglesia, y que quizás ahora que el ministro de Educación Ángel Hernández mandó la semana pasada ingenieros y funcionarios a construir una escuela de verdad, toda la comunidad está muy ilusionada porque cree que eso, si se hace, puede empezar a cambiar la historia del lugar. Todo eso y muchas cosas más le contó Antonia.
Entrenados en el olvido
Los jóvenes de El Gramazo están entrenados en el olvido y aun así tienen urgencia de futuro. Y ellos también tomaron la palabra:
“Me tengo que ir los sábados a Constanza a seguir estudiando porque la escuela de El Gramazo solo llega a sexto. Con estos caminos rotos y con estos ríos crecidos, para nosotros ese viaje es mucha calamidad. La última vez que creció el río, con las últimas lluvias que cayeron por aquí, por poco nos ahogamos cruzándolo. El puente es de palo y se rompió, y tuvimos que echarnos al agua para no perder la clínica para las Pruebas Nacionales. Queremos estudiar, pero no siempre podemos hacerlo. Por eso es que muchos lo dejan casi cuando acaban de empezar”.
Así habló Nathanael de la Cruz, un muchacho de la sierra que nunca ha dejado de luchar para encontrarse con el futuro.
Hay una niña hermosa que se llama Yare, una pequeña principita que vive en la montaña. Es de pocas palabras y de grandes silencios. Tiene nueve años y está en cuarto grado. En su curso ella ocupa el tercer asiento de la última fila. Su escuela está rota, pero aun así ella sube la bandera con una dignidad que no tiene punto de comparación. Cuando se para frente al asta, ella es la Patria subiendo su historia.
En El Gramazo hasta los pinos saben que ella un día quiere ser maestra para ayudar a educar a los niños de su tierra en mejores condiciones que las que le han tocado a ella.
Ella llegó a la reunión, vestida de blanco, vestida de luz, con el arma más poderosa que tiene: su sonrisa.
Todas las historias de El Gramazo terminan en el puente. “Mientras no exista un puente en este río no se podrá hablar de desarrollo ni se podrá hablar de futuro”, dice Alcides de la Rosa, el alcalde del lugar.
Y añade: “Cuando se cae el puente de palos que tuvimos que hacer no pueden cruzar los maestros que vienen de Guayabal y Padre Las Casas y no se puede dar clases, no podemos sacar las cosechas ni podemos ir a comprar provisiones a la ciudad. Tampoco podemos sacar a los enfermos y embarazadas. Este puente es el centro de la comunidad y si se lo lleva el río no podemos hacer nada, solo esperar.”
El Gramazo está situado al sur de todo y cuando llegan las grandes aguas, los territorios de la cordillera se estremecen.
La voz de las plantaciones
En el encuentro también se escuchó la voz de las plantaciones. Los sembradores de habichuelas y guandules expusieron su preocupación por las pérdidas frecuentes de las cosechas, a consecuencia de las largas sequías. “La de ahora -dijo el alcalde- duró casi un año y estuvimos a punto de perderlo todo.”
El Gramazo tiene 103 casas, muchas de madera y zinc. Pertenece a Padre Las Casas, pero está más cerca de Constanza y eso hace que las cosechas se vayan a comercializar a ese municipio de La Vega. “El problema es que a veces, para no perderlas, tenemos que darlas a cualquier precio”, observa.
Audelia Rodríguez, de la Congregación Hermanas Apostólicas de Cristo Crucificado, intervino para hablar de una iglesia que, aun semistruida por la intemperie, da cobijo a aquella parte de los alumnos que no cabe en la rancheta que sirve de escuela.
“Esa pequeña iglesia -manifestó- siempre ha tenido sus puertas abiertas a la educación, y hoy que se ha deteriorado necesita ser reemplazada por una edificación que acoja la casa de Dios, que sirva de recinto escolar y que en tiempos de desastre sirva de refugio civil a los pobladores”. indicó.
La idea de tener aquí energía eléctrica también salió a relucir en este encuentro. “Es una vergüenza -dijo el alcalde- que en pleno siglo XXI teniendo un Ministerio de Energía y Minas que todos los días sale en los noticiarios, esta comunidad viva en la oscuridad.”
Informó que El Gramazo está rodeado de comunidades que hace tiempo cuentan con energía eléctrica.
He venido a ayudar, no a prometer
El día que llegó el diputado fue un día importante en El Gramazo. La tierra se puso a coquetear y el río lo dejó pasar. Siendo la primera vez que un congresista sube hasta aquí, la montaña se puso su mejor vestido. Hasta la lluvia le dio una oportunidad.
“Yo he venido a ayudar, no a prometer”, proclamó.
De entrada, Rodríguez Restituyo aclaró que él no puede construir escuelas ni puede levantar caminos. Tampoco puede nombrar maestros ni mejorar las cosechas. Pero que sí puede contribuir, en la medida de sus posibilidades, a mover voluntades y ayudar a que muchas miradas se dirijan hacia acá.
Adelantó que prepara una petición al presidente Luis Abinader para que lleve a cabo una intervención multilateral en El Gramazo y comunidades aledañas que contemple la educación, la salud, la producción y comercialización agrícola, un programa de becas que ya está palabreado con el Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología (MESCYT) y otros renglones vitales para iniciar una agenda de desarrollo.
“El énfasis de las intervenciones -puntualizó- debe hacerse en la educación a todos los niveles, tomando en cuenta que en ese sentido la zona acusa un retraso visible”, añadió.
“Luis es el presidente de todos los dominicanos -agregó- y es un hombre que sabe escuchar, y aquí hay veintidós comunidades que están esperando el llamado del futuro.”
Juan Dionicio Rodríguez está empeñado, según dice, en impulsar una nueva forma de hacer política y con esa idea se presentó a la comunidad: “A mi me pagan para servirles”.
La montaña irredenta
Esta montaña está irredenta. No tiene arientes ni dolientes. Sin educación, sin salud, sin empleos, sin caminos y con servicios básicos precarios, en El Gramazo el círculo de la pobreza es perfecto. Aquí todo está por escribirse. Y aun así esta comunidad ha luchado desde que canta el primer gallo hasta que se apaga la última estrella de la noche. Abajo están las nubes, arriba la esperanza, y en toda la demarcación, las flores silvestres.
Esta tierra es agradecida y sabe abrir los brazos a quien se lo merece. Y ahora tiene una nueva ilusión: su escuela.
Cuando el congresista se fue quedó enredada entre los pinos una frase que le susurró al oído la comunidad:
¡La principal ayuda que pueden darnos es que no nos vuelvan a engañar!