Fue una mañana febril de febrero, eran tiempos de posguerra, la patria aún estaba intervenida por tropas de los Estados Unidos. Un gobierno provisional, encabezado por Héctor García Godoy, conducía los destinos del país.
Como fruto de la epopeya del 24 de abril de 1965, las ideas de reformas prevalecían en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), bajo el liderato de una corriente progresista denominada Movimiento Renovador Universitario (MRU), fraguado en plena guerra de abril por los profesores Hugo Tolentino Dipp, Guarocuya Batista del Villar, Rafael Kasse Acta, Jottin Cury, Jacobo Moquete de la Rosa, los hermanos Marcio y Tirso Mejía Ricart y Federico Lalane José, entre otros.
Los sectores conservadores, contrario a las reformas, presionaban al gobierno provisional para que no permitiera que la Primada de América cayera en manos del MRU. Atendiendo a estas presiones, García Godoy tenía retenido el presupuesto universitario, situación que ponían en peligro la universidad y el empoderamiento de la misma por el MRU.
Una y otras reuniones con García Godoy y los líderes del MRU en demanda de la entrega del presupuesto no dieron los resultados esperados hasta que la Federación de Estudiantes Dominicanos (FED), liderada por el inmenso Amín Abel Hasbún, convocó a los estudiantes universitarios, intermedios y secundarios organizados en sus diversos grupos, a participar en una marcha programada para el 9 de febrero de 1966 frente al Palacio Nacional, en demanda de la entrega y aumento del presupuesto universitario, en reconocimiento a las autoridades del MRU y por la salida del país de las tropas de ocupación de los EEUU.
A estos reclamos, los estudiantes de los planteles públicos, organizados en su mayoría en la Unión de Estudiantes Revolucionarios (UER), la Juventud Revolucionaria Cristiana (JRC), la Federación de Estudiantes Secundarios (FES) entre otras agrupaciones, le agregaron la salida inmediata de las tropas de ocupación yanquis que convirtieron los liceo públicos en cuarteles imposibilitando la apertura del año escolar.
Atendiendo a este llamado, una mañana de febrero bajo un sol incandescente, miles de estudiantes se concentraron frente al Palacio Nacional levantando la insignia tricolor donde exigían ¡Presupuesto para la UASD! y ¡Fuera yanquis de Quisqueya!
Mientras la concentración crecía con la llegada de más y más estudiantes de los diversos planteles escolares, tropas de la Fuerza Interamericana de Paz (FIP) vigilaban a la multitud enardecida en los alrededores de las calles Moisés García, doctor Báez y doctor Delgado.
Frente a los manifestantes, detrás de la verja perimetral del Palacio Nacional, decenas de militares y policías con metralletas y fusiles apuntaban a indefensos estudiantes que reclamaban el derecho a la educación y la defensa de la soberanía nacional.
Una comisión de la FED, encabezada por Amín Abel Hasbún, fue invitada a pasar al lobby del Palacio gubernamental donde fue recibida por el secretario de la Presidencia, Jaime Fernández quien les comunicó que el presidente no podía recibirlo porque no se encontraba en el Palacio, la respuesta de Amín no se hizo esperar: – ¡Lo esperamos aquí, hasta que nos reciba! Decidiendo los comisionados pernoctar en la escalinata del Palacio desde donde observaban la concentración. Fue entonces que Amín le solicitó al bachiller Romeo Llinás que bajara y les comunicara a los estudiantes la razón de permanencia en el Palacio.
Cuando Romeo se acerca a la enardecida multitud, se avalancharon hacia él cientos de estudiantes interesados en conocer el mensaje. Para facilitar una mayor recepción, Llinás fue subido en la verja perimetral del edificio que estaba en la calle doctor Báez con Moisés García. Un policía rompía filas entre la multitud para de impedir que hablara Llinás.
Fue aquí que se originó un encontronazo entre los agentes y grupos de estudiantes, mientras otros incendiaban una bandera de los Estados Unidos, bajo el grito de ¡Good Home Yanquis! De repente se escuchó la voz del oficial de la Policía que comandaba las tropas se escucha una voz del oficial que comandaba las tropas colocadas detrás de la verja perimetral del Palacio Gubernamental: ¡Fuego!
En este instante, bajo el tableteo de las ametralladoras, el líder estudiantil Diomedes Mercedes bajó abruptamente a Romeo de la verja para evitar que fuera alcanzado por los disparos, que zumbaban en los oídos de los manifestantes que huían despavoridos por las calles adyacentes.
Tras silenciarse los fusiles, un fuerte olor a pólvora quemada hizo el ambiente irrespirable, mientras en el caliente asfalto, yacían los cuerpos ensangrentados de los muertos y se escuchan los gritos acongojados de los heridos que eran rescatados por las ambulancias.
El balance de la balacera arrojó 4 muertos y más de 20 heridos. Los fallecidos fueron los estudiantes Antonio Santos Méndez, de 22 años; Miguel Tolentino; Luis Jiménez Mella, de 18 años y Amelia Ricart Calventi, alcanzada por un disparo en la médula espinal, y que le ocasionó su descenso, un mes después de ser intervenida, en un hospital de Texas, Estados Unidos.
Experiencia semejante -a la de Amelia- padecieron Brunilda Amaral Oviedo y Antonio Pérez, quienes fueron impactos en la médula espinal logrando sobrevivir tras ser sometidos a cirugías en hospitales de Europa sin poder recuperar la movilidad de sus extremidades inferiores.
Al calor de la masacre, diversas organizaciones obreras y políticas convocaron una huelga general que puso a la gente a pensar en el regreso de la guerra. La Jornada de protesta duró varios días con un saldo de muertos y heridos, entre ellos soldados de la FIP.
Finalmente, la protesta logró sus objetivos, aunque con una alta cuota de sangre y dolor. El gobierno entregó a la UASD el presupuesto retenido, las nuevas autoridades surgida al calor del Movimiento Renovador Universitario fueron reconocidas y cuatro meses después las tropas yanquis abandonaron el país.
Los sobrevivientes de esta condenable tragedia, 56 años después, siguen reclamando ¡Justicia! contra el oficial que ordenó el ¡Fuego! y los subalternos que dispararon sus fusiles y ametralladoras contra indefensos estudiantes.
¡Que vivan eternamente en nuestras memorias los héroes y mártires de la Masacre del 9 de Febrero de 1966! ¡Que no se repita!