El pasado miércoles 3 de mayo, se realizó una conferencia en el Centro de Teología dirigido por los Dominicos con el reconocido teólogo español Juan José Tamayo. A dicha actividad asistió un número significativo de personas involucradas en la reflexión teológica liberadora y en la práctica pastoral inserta en medios populares.

Comenzó preguntándose el teólogo Tamayo si después de 50 años de desarrollo de la teología de la liberación, tiene sentido mantener dicha reflexión que acompaña la práctica liberadora de los sectores religiosos más comprometidos con los procesos de transformación social en los diferentes países de América Latina y el Caribe.

Podemos señalar que la interpretación liberadora de los textos bíblicos del Primer Testamento, ya se encuentra en el Segundo Testamento, por ejemplo al presentar como realizado en Jesús lo que había escrito el profeta Isaías en el siglo 6° a.e.c.  De hecho el Evangelio según Lucas definió entre las acciones de la misión del profeta Jesús de Nazaret: dar buenas noticias a los pobres, abrir los ojos a los cielos y realizar la liberación de los oprimidos. (Lc 4,18). Además, el mismo autor, nos informa que desde los inicios del cristianismo hubo comunidades que realizaron un estilo de vida comunitario fundamentado en el amor, en el servicio a los débiles y en el compartir de bienes y de propiedades según las necesidades de cada persona (Hch 4,32-37).

En Brasil y en otros lugares de América Latina surgieron a principios de los años 60 del siglo pasado las comunidades cristianas de base, grupos que se organizaron en ambientes empobrecidos, en comunidades rurales y en barrios marginados de las grandes ciudades. Asumían en su reflexión y en su práctica el método de ver, juzgar y actuar que había sido practicado por la Juventud Obrera Católica (JOC). Dicho método conduce no sólo a reflexionar sobre la relación entre fe y realidad, sino a formar un juicio crítico y a tomar decisiones sobre las líneas de acción y las estrategias necesarias para promover la transformación de una realidad de injusticia, de violencia estructural y de acaparamiento de los bienes en pocas manos.

El Concilio Vaticano II celebrado en Roma entre los años 1963 y 1965  propuso una apertura de la Iglesia Católica al mundo. En su documento Gaudium et Spes (Luz de las gentes), señaló: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS, 1). Esa declaración ayudó a que en la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano realizada en Medellín, Colombia, del 26 de agosto al 8 de septiembre de 1968, se declarara que la Iglesia abría los ojos para ver las situaciones de injusticias, de empobrecimiento y de violencia estructural que, como “signos de los tiempos”, existían en nuestros países de América Latina y El Caribe.

El sacerdote católico Gustavo Gutiérrez, hizo un primer esbozo de su propuesta teológica en su conferencia "Hacia una teología de la liberación", durante el II Encuentro de Sacerdotes y Laicos realizado en Chimbote, Perú, entre el 21 y el 25 de julio de 1968. Unos años después publicó un texto (1972) que se considera fundamental en el estudio de esta corriente teológica. El título del libro es precisamente: “Teología de la Liberación. Perspectivas”. Y tiene entre sus temáticas principales: 1. Teología y liberación; 2. La opción de la Iglesia Latinoamericana. 3. La Iglesia en el proceso de liberación; 4. Fe Y hombre nuevo; 5. Fe cristiana y nueva sociedad. [1]

Aunque ha habido comunidades de fe provenientes de la tradición cristiana evangélica o protestante que han  integrado este tipo de reflexión teológica, la mayor parte de las comunidades y agentes de pastoral que han asumido en su reflexión y en su práctica la teología de la liberación son comunidades provenientes del ámbito de la Iglesia Católica. Por eso, el desarrollo de dicha teología ha estado en cierta manera condicionado por las opciones sociales, teológicas y políticas de quienes han estado en el gobierno vaticano, así como en las diferentes diócesis, en los últimos 50 años.

Podemos señalar que la primera década de desarrollo de la teología de la liberación coincidió con el gobierno del moderado papa Giovanni Montini, Pablo VI (1963-1978). Los tiempos más difíciles para el desarrollo de esta corriente teológica y para la iglesia comprometida con la causa de los pobres se correspondieron con el largo período de 35 años de la dinastía vaticana liderada por el polaco, Karol Wojtyla, Juan Pablo II (1978-2005) y por su discípulo el alemán Joseph Ratzinger, Benedicto XVI (2005-2013).

La administración vaticana de la dinastía Wojtyla-Ratzinger desarrolló una continua persecución contra algunos de los teólogos de la liberación, así como contra los centros de formación teológica y las comunidades cristianas de base identificadas con la causa de los pobres. Ya en 1982, el peruano Gustavo Gutiérrez fue llamado a Roma para ser cuestionado por su teología. Y el brasileño Leonardo Boff fue llamado en 1982 y silenciado en 1992. Además, Jon Sobrino, teólogo español radicado en El Salvador fue cuestionado por sus ideas sobre Jesús de Nazaret (2007).  Mientras esto ocurría, eran bien acogidos y preferidos en el Vaticano teólogos del neoliberalismo como el estadounidense Michael Novak,  o el economista francés y funcionario del FMI, Michel Camdessus.

Durante este período de los últimos 50 años en América Latina y el Caribe la Iglesia de los pobres ha tenido que enfrentarse a un contexto social de grandes inequidades sociales, de gobiernos dictatoriales, a “democracias” de bajo perfil y a asesinatos y persecución de agentes de pastoral ligados a las iglesias comprometidas con la causa de los pobres. Por otro lado, el fortalecimiento del proyecto económico del capitalismo neoliberal, con su economía de mercado, ha supuesto un desafío para las comunidades cristianas que se sitúan desde el lugar del empobrecido pisoteado, explotado, invisibilizado y excluido.

El papa Francisco desde su instalación (2013) se ha situado en la línea de la Teología de la liberación por las siguientes razones: 1. En sus documentos: “La Alegría del Evangelio” y el Cuidado de la Casa Común” ha hecho fuertes críticas al sistema neoliberal capitalista que excluye a los pobres y toma la naturaleza como simple mercancía; 2. Ha realizado una fuerte crítica contra la curia romana y contra los obispos que tienen mentalidad y estilos de vida de “príncipes” y los ha invitado a ser “pastores con olor a oveja”. 3.- Se identifica con los movimientos populares y sus luchas: de hecho ha tenido tres encuentros con ellos: dos en el Vaticano y uno en Bolivia. 4. Tiene gestos de cercanía hacia los más débiles como cuando invitó a los líderes europeos y norteamericanos a crear puentes y no muros y acogió en el Vaticano a una familia de refugiados: o cuando decidió, como signo de servicio, salir del Vaticano e ir a lavarle los pies a prisioneros en una cárcel de Roma.

J.J. Tamayo en su conferencia del pasado miércoles terminó citando el famoso sermón de adviento de Antón de Montesinos, para señalar que como en los tiempos de la primera colonización, la defensa de la causa de los débiles y explotados sigue siendo una tarea urgente y permanente para quienes se consideren discípulos y discípulas del Movimiento de Jesús de Nazaret. Y esto, necesariamente, supone asumir las consecuencias éticas, teológicas y políticas de esta opción y de esta decisión de vida.

[1] G. Gutiérrez (1972). Teología de la Liberación. Perspectivas. Disponible en: https://hectorucsar.files.wordpress.com/2012/12/gutierrez-gustavo-teologia-de-la-liberacion-perspectiva.pdf