Mito 3: Los inmigrantes haitianos desplazan mano de obra nacional y deprimen los salarios

 De todos los impactos negativos que se le atribuye a la inmigración haitiana, el que más atención y preocupación concita y que es de la más larga data es el relativo al mercado laboral, muy en particular, el efecto que tiene en la empleabilidad y los salarios de los trabajadores nacionales.

Es de casi unanimidad entre los dominicanos -incluidos académicos, intelectuales, investigadores, comunicadores y otros profesionales- que la mano de obra haitiana produce en el país un desplazamiento de trabajadores nativos no calificados y mantiene estancados los salarios de esos trabajadores, presionándolos a la baja. En una versión más simplista y con matices de tremendismo -promovida por los más radicales y proactivos antiinmigrantes-, se afirma que la utilización de mano de obra haitiana constituye una seria amenaza, pues estaría “desnacionalizando” y “destruyendo” al mercado de trabajo dominicano.

Esta idea, que se asume como axioma y no como hipótesis a comprobar, no es de años recientes. En el caso del efecto en los salarios nacionales, la tesis de la “depresión salarial” fue inicialmente adoptada por economistas e investigadores de las ciencias sociales desde los años de 1970 del siglo pasado, como una reedición -supuestamente apoyada en evidencias- de la idea decimonónica de las élites económicas y sociales criollas de fines del siglo XIX y principios del XX que le atribuían a los técnicos y braceros inmigrantes cocolos de la industria azucarera que precedieron a los braceros haitianos el desplazamiento de los campesinos dominicanos de las labores agrícolas en la siembra y corte de la caña y el hundimiento de los salarios, cuando en realidad éstos fueron traídos al país por los dueños de los ingenios azucareros -luego de muchos cabildeos, ruegos y escarceos para que el Gobierno le permitiese entrar al país por decreto a gente de “raza no caucásica”, pues desde la primera Constitución dominicana se prohibía-  por el abandono del campesinado, que prefirió retornar al trabajo exclusivo de autoconsumo en sus minifundios, ante el súbito descalabro en los salarios que produjo la crisis azucarera en los años 80 del siglo XIX como resultado de una nueva sobreproducción de azúcar de remolacha en Europa y EEUU.

Infortunadamente, en la actualidad la mayoría de los dominicanos -incluidos muchos de los políticos, profesionales, comunicadores  sociales, “creadores” de contenidos y divulgadores (influencers) en redes sociales  que reproducen este razonamiento- o deliberadamente ignoran o realmente desconocen las informaciones e investigaciones sobre la temática realizadas desde los años 70 del siglo pasado, sobre todo  en las últimas dos décadas de este siglo, por economistas, sociológicos, demógrafos, antropólogos, historiadores y otros cientistas sociales. Por tanto, no saben que en general los resultados de esos estudios, basados en datos recopilados en encuestas de hogar representativas, y en menor medida en los censos nacionales población, no confirman el axioma o creencia ya casi de sentido común del desplazamiento y la depresión salarial.

Para un abordaje científico del tema y poder arribar a tales conclusiones tres condiciones son de rigor: primero examinar las características, condiciones y desempeño o funcionamiento del mercado laboral dominicano; segundo, cuantificar las magnitudes y caracterizar sociodemográfica y económicamente la participación de los inmigrantes en el mismo; y tercero realizar una especie de meta análisis con las investigaciones realizadas en los últimos años. Es lo que pretendo hacer y que expondré a continuación de la manera más breve posible.

Con respecto a lo primero, los estudios sobre el mercado de trabajo dominicano han encontrado que el mismo funciona con enormes fallas (carencias y deficiencias) que reducen y hacen más inequitativas las oportunidades de acceso a empleos formales y la capacitación para la adquisición de habilidades tanto a dominicanos como a inmigrantes, acusando un agudo desajuste entre oferta y demanda de fuerza laboral, falta de correspondencia entre la oferta y la demanda educativa y el mercado laboral, y asintonía entre el nivel educativo y las habilidades o competencias requeridas por el mercado.

Estas fallas se potencian en un contexto de alta informalidad laboral y bajos niveles de educación y capacitación de la fuerza laboral, y  se traducen en una alta subutilización de la misma (alto desempleo y subempleo), alta incidencia de empleos precarios (informalidad o autoempleo de subsistencia), inestabilidad y alta rotación del empleo, baja productividad y bajas remuneraciones salariales y no salariales, baja cobertura y calidad de la protección social, bajo cumplimiento de las normas laborales y enormes brechas de capital humano, de productividad, de empleabilidad e ingresos laborales.

 Por otro lado, las carencias y deficiencias de las políticas públicas productivas que mejoren la productividad del trabajo y reduzcan las brechas de productividad, así como de políticas sociales distributivas y laborales que puedan reducir la inequidad en la remuneración al trabajo frente a las ganancias del capital y en la protección social, no han permitido una mayor inclusión social del crecimiento económico dominicano, persistiendo la débil sintonía entre éste y el bienestar de los trabajadores y de la mayoría de la población dominicana e inmigrante.

 En relación con el empleo, el consenso entre economistas y expertos del desarrollo es que el actual modelo de crecimiento económico no genera suficientes empleos formales y de calidad, y, por tanto, persiste en la economía y en el mercado laboral una alta informalidad, lo que impide generar un círculo virtuoso entre el crecimiento y el bienestar de los trabajadores que permita una mayor inclusión social. El alto y sostenido  crecimiento económico de República Dominicana logrado en poco más de medio siglo no ha bastado por sí mismo para producir los suficientes empleos productivos, en el contexto de una creciente oferta de empleos -por el bono demográfico- que permitan reducir significativamente el desempleo, el subempleo, la informalidad laboral y el empleo de pobreza, y mejorar los ingresos reales por el trabajo, pese al significativo incremento de la productividad media desde mediados de las últimas décadas.

¿Cuáles son, a groso modo, los rasgos y resultados fundamentales que tipifican como deficiente, aunque moderno e internacionalizado, el funcionamiento actual del mercado laboral dominicano?

En primer lugar, el mercado de trabajo dominicano acusa un agudo desajuste entre oferta y demanda de fuerza laboral que se traduce en una alta subutilización de la misma (altísimo desempleo y subempleo) y alta incidencia de empleos precarios (informalidad o autoempleo de subsistencia).

Desde la perspectiva de la demanda de trabajo, la insuficiente capacidad de generación de empleos, así como la baja calidad de la mayoría de los empleos creados, constituyen determinantes estructurales de la economía dominicana que han imposibilitado los necesarios círculos virtuosos entre el crecimiento económico, la reducción de la pobreza y una expansión de los estratos de medianos ingresos que se corresponda con el ingreso del país al círculo de países de ingresos medio-altos en la clasificación internacional basada en el PIB per cápita. Esta asimetría entre crecimiento económico y equidad constituye la llamada otra trampa del ingreso medio: un país de ingresos medio-alto con la mayoría de su población viviendo con bajos ingresos.

 Por el lado de la dinámica de la oferta laboral, la abundante mano de obra, como resultado del bono demográfico que ha disfrutado el país por el acelerado crecimiento de la población en edad de trabajar debido al proceso de transición demográfica, la dinámica de las inmigraciones laborales haitianas y la emigración de dominicanos al exterior, contribuye a la producción de una reserva de fuerza laboral de bajo capital humano -no calificada y de baja calificación- y, por tanto, de bajo salario de reserva, que se traduce en un altísimo desempleo desalentado, un elevado porcentaje de jóvenes sin trabajar y sin estudiar  (NINI) y una alta informalidad laboral, en particular la conformada por autoempleos precarios de subsistencia.

 En segundo lugar, las brechas de ingresos laborales, participación en la actividad económica, empleo y desempleo muestran un mercado de trabajo con resultados marcadamente deficientes: baja participación de la población en edad de trabajar en la actividad económica y en el empleo -sobre todo de mujeres y jóvenes-, insuficiente generación de empleos de calidad, alta informalidad y bajos salarios, lo que constituye un círculo vicioso que se traduce en una muy desigual distribución funcional de los ingresos nacionales generados en el mercado laboral, con una muy baja participación de las remuneraciones de los trabajadores en la distribución del producto.

 Los agudos contrastes de productividad entre empresas grandes y medianas y entre éstas y las micro y pequeñas empresas (MIPES), y las brechas de ingresos laborales, empleabilidad y calidad del empleo entre los más y los menos educados, entre trabajadores formales e informales, entre asalariados y cuenta propia, entre jóvenes y adultos, entre hombres y mujeres, entre trabajadores calificados y no calificados, entre altos funcionaros y empleados públicos de rango medio, entre gerentes y técnicos medios del sector privado, y entre trabajadores haitianos y dominicanos, dan cuenta de un mercado laboral extremadamente segmentado y polarizado en el que los más perjudicados son las mujeres y los jóvenes dominicanos, sobre todo, los de estratos de menores de ingresos, y los inmigrantes haitianos.

 Segmentos significativos de la población en edad de trabajar activa, sobre todo mujeres y jóvenes, permanecen excluidos del mercado laboral, ya sea porque no encuentran empleo formal aunque lo buscan, o porque no cuentan con el capital humano y/o financiero suficiente para emprender iniciativas propias de autoempleo o negocio (desempleo abierto), o porque alguna vez buscaron empleo pero se desalentaron ante las dificultades para obtenerlo (desempleo desalentado). Y, por otro lado, a pesar de que muchos dominicanos poseen los medios básicos para alcanzar una mayor inclusión económica y social, una gran parte están empleados en trabajos informales o de baja productividad y remuneración y tienen una alta vulnerabilidad frente a los choques económicos.

Pero también muchos dominicanos se encuentran igualmente desmotivados para incorporarse al mercado de trabajo porque además de las dificultades que les presenta el mercado para acceder a empleos de calidad, sus salarios de reservas se han incrementado por las remesas y ayudas no monetarias que reciben de emigrantes dominicanos residentes en el exterior, cerca de un 12% de los hogares dominicanos. Los datos de las encuestas de hogar del país muestran que para un segmento de la población en edad de trabajar los empleos que está generando la economía dominicana son poco o nada atractivos, sobre todo para aquellos hogares y personas que reciben recursos monetarios y en especie (remesas, transferencias monetarias, bonos, subsidios, etc.), lo que parece estar presionando a la baja la participación en la actividad económica de la creciente población en edad activa.

 El desempleo agudo o de larga duración en República Dominicana casi cuadruplica al de la región de ALC (40.6% versus 16%), muy cercano al promedio de países de la Unión Europea. De cien individuos desempleados en un momento dado, alrededor de cuarenta no habrán encontrado empleo tras cinco meses de búsqueda, y alrededor de 20 no habrán encontrado empleo a los 12 meses. En general, estos resultados sugieren que, para muchos individuos, la obtención de un empleo es una tarea bastante laboriosa. En particular, el problema de los NINI y los NININI (los que no trabajan ni estudian ni buscan empleo) es de extrema gravedad, pues República Dominicana presenta uno de los mayores porcentajes (cerca de un cuarto de los jóvenes de 15 a 29 años) sólo superada por Guatemala y Honduras.

 En tercer lugar, Los jóvenes dominicanos salen muy mal preparados del sistema educativo, con grandes deficiencias en habilidades cognitivas, lo que provoca una asintonía entre el nivel educativo y las habilidades o competencias requeridas por el mercado, por lo que los cimientos para la generación de empleos que permitan a los jóvenes desarrollar trayectorias laborales de éxito en el mercado laboral son muy débiles.

Aunque la fuerza laboral continúa siendo mayoritariamente de bajos niveles educativos, la importante ampliación de la cobertura educativa secundaria y terciaria ha producido una expansión de la fuerza laboral más capacitada. La baja calidad de esa oferta educativa de tercer y cuarto nivel, aunado a los desajustes entre la demanda y la oferta en el mercado, afecta la empleabilidad de esos segmentos laborales. En particular, el alto desempleo en trabajadores con nivel de educación terciaria y técnico-vocacional estaría indicando escasez de buenos (decentes) empleos, lo que es congruente con la creciente inserción de la fuerza laboral con mayores niveles educativos en ocupaciones que requieren menos destrezas y habilidades. Por tanto, el incremento de la educación no se habría traducido tanto en mejoras de los ingresos laborales, sobre todo entre los que se emplean en los sectores de más elevada productividad.

 Cuarto, la elevada concentración de empleo en el segmento de empresas más pequeñas y menos productivas (MIPyMES) se traduce de manera directa en desigualdades o brechas en los mercados de trabajo. La desigualdad en los ingresos laborales –que refleja a su vez diferencias en los niveles de escolarización y otros factores– está fuertemente asociada a los distintos tamaños de empresa. Esta desigual distribución del ingreso está fuertemente arraigada en la heterogeneidad sectorial y por tamaño de empresa de las productividades. Esta característica estructural es de hecho una de los factores causales más importantes de la brecha de productividad. La alta concentración de empleos de baja calidad en empresas y sectores de baja productividad limita la generación de trabajo decente e ingresos laborales suficientes para sacar a las personas de la informalidad, la pobreza o reducir las desigualdades en el mercados de trabajo.

Y quinto, una alta rotación del empleo afecta a los trabajadores y a las empresas dominicanas.  Los estudios disponibles muestran una importante asociación entre relaciones laborales de baja duración (por ejemplo, los contratos temporales) y una menor incidencia de capacitación. Como otros países de la región, la República Dominicana podría estar atrapada en una situación donde baja capacitación y alta rotación se retroalimentan y afectan directamente la capacidad de acumulación de capital humano y la capacidad del trabajador y la empresa de ser más productivos de forma conjunta.

Julio César Mejía Santana

Demógrafo y Estadístico

Demógrafo y Estadístico. Egresado del Doctorado en Ciencias, especialidad en Estudios de Población, El Colegio de México, A.C., México, D.F. y de la Maestría en Estudios Sociales de Población del Centro Latinoamericano de Demografía de la CEPAL, en Santiago de Chile. Egresado de la carrera de Estadística en la UASD. Publicó en el año 2010 el libro Empleo y desempleo y desempleo En República Dominicana: La controversia de las cifras oficiales. Actualmente coordina y dirige dos publicaciones científicas periódicas del Observatorio Ciudadano del Mercado de Trabajo: el anuario Barómetro del Mercado de Trabajo y Notas de Coyuntura Laboral, de periodicidad semestral.

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