Establecer y preservar un sistema democrático ha sido difícil en todos los tiempos y en todas las sociedades, y el desafío es aún mayor en los últimos años ante la consolidación de las redes sociales como plataformas de expresión y agitación política.
Para muchos usuarios, la indignación es la tónica y las redes son un cuadrilátero de lucha libre.
La indignación puede ser generada por un descontento persistente ante determinado problema, por una demanda no satisfecha, o simplemente por la agitación constante que producen los operadores de las redes para generar seguidores a favor de una determinada causa o interés particular.
Los medios tradicionales (periódicos, radio y televisión) siguen generando información y opiniones que circulan en las redes, pero en la última década ha entrado un contingente de opinantes a la esfera pública que antes solo tenían el espacio privado para expresarse. Además, y, sobre todo, desde los mismos centros de poder se promueve la mentira para hacer más pugnaz la lucha política.
Estudios realizados sobre las redes sociales muestran que, a mayor frecuencia en el uso de redes, mayor insatisfacción con el funcionamiento de la democracia y menor confianza en las instituciones públicas (Barómetro de las Américas 2019).
Muchos usuarios de las redes no buscan necesariamente temas políticos, pero por ahí circulan y están expuestos. Eso genera la idea de que quienes participan en las redes están más informados, o que las redes han democratizado la información y la discusión política.
El problema es que en las redes la información es altamente manipulada porque el interés fundamental no es informar, sino generar controversias y confrontaciones y, sobre todo, seguidores.
Para quienes desean ser influenciadores en temas políticos, la indignación y la controversia son vitales; la emotividad es clave para generar adeptos.
El periodismo tradicional no es imparcial, pero al estar estructurado en empresas identificables con ejecutivos que toman decisiones, necesita mayor nivel de responsabilidad civil sobre la información que ofrece por temor a las demandas legales.
Las redes, por el contrario, aunque son manejadas por grandes empresas, no asumen responsabilidad por lo que circula bajo el argumento de que son instrumentos comunicativos abiertos, y bajo la bandera de la libertad de expresión.
Desde su surgimiento, la opinión predominante ha sido que las redes sociales amplían la participación democrática. Pero ojo: la democracia se concibió como un sistema político donde la sociedad se movería hacia mayores niveles de información veraz, reflexión y racionalidad para gestar el bien común.
Las redes sociales, por el contrario, abren canales de expresión a muchas personas sin escrúpulos y sin controles institucionales, subvirtiendo así el objetivo racional democrático.
A la lista de desafíos que enfrentan las democracias liberales actualmente hay que agregar pues la manipulación a gran escala de la opinión pública por parte de los operadores mediáticos, con diversos propósitos, que dominan las redes sociales.
El objetivo democrático de propagar la verdad en base al dato y al análisis está mal herido; reina la mentira ideologizada que las redes magnifica.
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