¿Qué significa narrar hoy la República Dominicana desde la ficción y sus políticas de la interpretación? ¿Qué es o qué sería una novela en los momentos en que asistimos a las diversas políticas y poéticas del, o, de los imaginarios narrativos tardomodernos? ¿Podríamos decir que en nuestro caso narrar o buscar el mundo mediante “posibles” ficcionales o narrativos significa entender la República Dominicana de nuestros días?

Estas preguntas con sus respuestas, advertencias, marcas o contextos, justifican la trama, el eje novelesco de Princesa de Capotillo de la autoría de Luis R. Santos y publicada por Editorial Norma (2009). Escrita en una prosa constituida por ritmos, acentos y pautas expresivas, pero además, en un registro cuasi-cinematográfico, el texto de 179 páginas se presenta al lector como un conjunto de claves reales e imaginarias y mediante una cardinal presente como visión y memoria del novelar mismo.

Se trata de una crítica mordaz a la descomposición social, moral, política, familiar, religiosa, educativa, ética e institucional en la República Dominicana. El escritor se vale de una memoria viva para narrar los hechos que en una secuenciación simétrica pone ante el lector como testimonio, verdad y ficción. El novelista ha buscado y ha encontrado un testigo, un narrador implicado, conocedor del espacio elegido por el autor, esto es, el barrio Capotillo de la extensa e intensa ciudad de Santo Domingo.

El escritor dominicano Luis R. Santos se ha distinguido por elegir momentos, lugares, materiales y tópicos localizados como historias de vida.

Nació en Santiago de los Caballeros y se formó inicialmente como agrónomo en el Instituto Superior de Agricultura (ISA) y posteriormente en la Universidad Católica Nordestana, San Francisco De Macorís. Ha sido miembro de los Talleres Literarios de la UASD y de la PUCMM, así como también encargado de coordinar concursos y eventos en instituciones privadas y gubernamentales del país. Su obra narrativa registra una realidad cotidiana marcada por acontecimientos de específica significación humana y social, pero además narrada como conjunto y suma de ejes organizados en una geografía socioimaginaria asumida como tragedia y crisis de los orígenes (Ver, Noche de mala luna (1993); En el Umbral del infierno (1996); Tienes que matar al perro (1998); Memorias de un hombre solo (2001); El segundo resucitado (2003); Un amante indiscreto (2004), entre otras.

En este sentido, la voz narrativa de Luis R. Santos motiva su propia intencionalidad, pero también su legibilidad. Lo marcado, lo fijado como prosa narrativa no es un simple ejercicio de escritor, sino la vida de un mundo, un territorio que forma parte de su propia identidad como escritor caribeño, en un espacio donde la ficción y lo real se encuentran en permanente conflicto.

La lectura de Princesa de Capotillo tiene su punto  de partida en esa pelea  entre memoria, realidad y ficción.

Desde el primer párrafo de la novela el escritor se apoya en un narrador de base: Gumersindo Soto Soto, actor memorial del barrio Capotillo, ex profesor y  además testigo de la tragedia histórica de esta “república marginal” donde se han escenificado los llamados hechos especiales que nos presenta el escritor junto a sus personajes.

Pero Gumersindo Soto Soto habla desde una memoria que  a su vez funciona como fuente de imágenes, recuerdos y visiones:

“Sí, es cierto, no le han mentido. Ha hecho bien en venir. Sólo Gumersindo Soto Soto puede referir con minuciosidad las desventuras y también, por qué no, las pasadas glorias de Capotillo. Soy como una esquina o un colmado del barrio, soy como una sucia calle de la vecindad, soy como una de las tantas madres que han llorado a sus hijos muertos, soy otro sueño abortado… soy el eco de uno de los tantos tiroteos entre bandas con uniformes y sin uniformes, soy el reflejo de millares de ancianos que mendigan para sobrevivir, que se pudren en portales a medio abandonar. Soy como una de esas putas enfermas que envejecen sin esperanza en cualquier traspatio. Soy la memoria del barrio”. (p. 13)