Hasta que punto podría concedérsele crédito al perfil no corpóreo de una persona con la cual uno jamás ha conversado? Esta interrogante se apoderó de mi mente al enterarme del fallecimiento del Sr. José Armando Bermúdez Pippa con quien nunca departí, estreché sus manos o saludé pero sí veía a diario en los años 50 del pasado siglo cuando Santiago comenzaba en el Monumento extendiéndose hacia el sur y el oeste hasta el río Yaque y el viejo campo de aviación y Cuesta Colorada constituían sus nórdicos límites.
El motivo por el cual me tomo el atrevimiento de discurrir sobre este personaje es que tanto para el autor de este trabajo como para muchos adolescentes de aquella inolvidable década, Poppy, por su comportamiento público y ascendencia familiar se les atribuían algunas peculiaridades solamente existentes en las denominadas figuras legendarias imputándole el imaginario colectivo singularidades que sorprendían a la juventud de entonces.
Como numerosos artículos resaltarán si dudas su protagonismo en el surgimiento de la APEDI, el Banco Popular Dominicano, la televisión a color en el Cibao, el ISA, el Aeropuerto Internacional etc, etc, y además un largo y variado anecdotario es compartido por amplios sectores de la ciudad, me limitaré dar testimonio de varios indicadores que se consideran propios, no de un individuo especial, sino de una leyenda.
Creo que la primera que avisté su figura fue durante las celebraciones del primer campeonato ganado por las Águilas Cibaeñas en el verano de 1952, que al coincidir con el primer centenario de la firma licorera, de la cual era uno de sus ejecutivos, se paseaba en caravana por las calles principales corriéndose la voz de que su empresa pondría en cada esquina de la ciudad una barrica de ron Cidra o Palo Viejo para consumo gratuito de la población.
Entre la multitud se destacaba por el llamativo color rosa de su rostro, por una populista gestualidad en desacuerdo con su posición económica, por una gozosa familiaridad con sus acompañantes, por la espontánea efusión con que saludaba a los residentes y espectadores callejeros, por la ruidosa algarabía que despertaba entre la muchedumbre y la obvia ebriedad que la fiesta del triunfo imprimía a sus ademanes.
Como la populación sabía que se trataba de un joven acaudalado descendiente de una aristocrática familia provincial, el tomarse la libertad de compartir públicamente con las clases populares éstas lo adoptaron como si de un referente excepcional se tratara, y desde entonces para las grandes mayorías de Santiago fue todo un ícono, un modelo cuyas actitudes debían ser emuladas por otras personas adineradas domiciliadas en la urbe. Entonces nació la leyenda.
Contribuyó no poco a su vertiginosa proyección social como ídolo de las masas santiagueras el hecho de que por la naturaleza de la empresa que conducía estaba por necesidad impelido a convertirse en propagandista de sus productos, departiendo con los miembros de todas las clases sociales acudiendo con reiteración a lugares de buena o mala nota, simbolizando para muchos comensales la versión local de un nuevo Dionisio o Baco dispuesto a saciar su dipsomanía.
Oh, pero tu crees que yo soy hijo de Poppy? Era la súbita respuesta que brotaba de la boca de quienes con frecuencia eran objeto de peticiones de dinero o solicitudes de favores, no únicamente porque la persona a la que se aludía tenía los recursos para satisfacerlos, sino porque además era reconocida por su extraordinaria generosidad y munificencia al momento de socorrer a los individuos de mendicante situación.
Y Poppy? Esta era otra interrogante muy usual entre santiagueros de clase media o baja que personalmente no le conocían y por azar se encontraban en una calle de la capital, Romana o Puerto Plata. Su figura ya se había convertido en tema de conversación entre dos desconocidos como si de los precios del mercado, el estado del tiempo o los quipes de Bader se tratara, constituyendo esta informal pregunta uno de los testimonios mas sólidos de la transformación de una persona en una verdadera leyenda. Era un referente para los lugareños.
Ya pasó Poppy? Como si fuese la sirena de la Tabacalera o una contraseña para uso de la ciudadanía, las salidas y entradas de este personaje a su empresa o sus regulares desplazamientos hacia sus otras propiedades, eran tenidas por los siempre curiosos vecinos de la comunidad como un parámetro para sentarse a la mesa a comer, cerrar las puertas de un negocio, sintonizar una radionovela o sencillamente para iniciar o finalizar una tarea doméstica.
Hace relativamente poco tiempo y en homenaje a la ciudad Juan Luis Guerra compuso la canción titulada “Santiago en coche” donde exclama entre otras cosas “miren a Chilote Llenas, Diloné, Víctor Víctor, Toni Peña, Vickiana” significando con esto que eran unos personajes emblemáticos de la misma. Estoy segurísimo que de haber sido escrita en los años 50 del pasado siglo hubiera puesto en su lugar “miren a Poppy”, “miren a Poppy” al representar en esa década la marca- ciudad como ahora se dice.
Como sucede con los personajes míticos, en aquel entonces los clasemedieros ignorábamos el matronímico del Sr. Bermúdez, y cuando luego tuve conocimiento de las atípicas originalidades de un tío suyo llamado Fernando Bermúdez Ramos comprendí en gran medida que en el comportamiento de Poppy había un indiscutible factor hereditario que explicaba disposiciones y posturas de ánimo en discordancia con el accionar de la clase a la cual pertenecía.
En 1954 –hace sesenta años – tuvo lugar en la ciudad el denominado “Corso florido” desfilando para asombro y alegría de las multitudes una carroza llamada “El Rancho” consistente en un bohío ambulante de rústica construcción cobijado de cana, ornamentado con sartas de tabaco, racimos de guineos, matas de plátanos, de cacao, café, una jaula con pavos y otra con una cotorra parlante que hacía las delicias del público alineado sobre las aceras.
En torno al rancho dos mozos descascaraban café, una vieja lo colaba, un señor mayor sentado en una campestre mecedora fumaba un cachimbo bajo la luz de una jumeadora, y en medio de esta rural estampa, Fernando Bermúdez, vestido como todo un campesino con un colín a la cintura alegre y sonriente dirigía su carnavalesca tropa concitando los aplausos y el desbordamiento festivo a los espectadores congregados en la calle del Sol.
Esta disposición folclórica y costumbrista habitaba también en su sobrino Poppy cuyo ejercicio como ejecutivo empresarial estaba matizado por el altruismo y el bienestar de los demás, como quedó demostrado en 1958 cuando fueron favorecidos con casas de sólida construcción los empleados que les habían servido por mucho tiempo, gesto pionero por parte del sector privado que fue muy bien ponderado por la prensa de la época.
Cuando pocos meses después del ajusticiamiento del tirano en 1961 junto al amigo Fausto Jiménez fue asesinado al regreso de una manifestación política Erasmo Bermúdez hijo de José Ignacio y Mayoya Espaillat, y por consiguiente primo hermano de Poppy, hubo en la ciudad una conmoción mayor que la registrada el día después de la muerte de Trujillo, al considerarse como una afrenta inaceptable hacia la familia de mas abolengo y merecimientos.
Por motivo de mis estudios universitarios en 1962 me ausenté de Santiago residiendo en Santo Domingo donde me establecí, y desde esa fecha apenas lo veía en mis espaciadas visitas a la ciudad corazón, y al estallar la grave disputa entre sus socios y familiares los santiagueros, tanto los asentados en la capital como los que aun estaban a orillas del Yaque, vivieron ese episodio como si de una vergüenza propia se tratara, como si le hubiese ocurrido una desgracia a un pariente directo.
Luego del cierre de la tienda “El Gallo”; la desaparición de los coches por sus calles y avenidas; la muerte de Yoryi Morel; la lenta agonía del Centro de Recreo; el progresivo deterioro del antes lustroso edificio de la Tabacalera y el fallecimiento de Guillo Pérez, restaba como última personificación del Santiago tradicional y pintoresco el legendario José Armando Bermúdez Pippa, aunque la permanencia aun del Monumento, el periódico La Información y el equipo de las Águilas mitigan en cierta forma su reciente partida.
Por la televisión asistí a su enterramiento, pero cuán equivocados estaban quienes creían que presenciaban la habitual inhumación de un cadáver, porque de lo que en realidad se trataba era de la sepultura de una leyenda, de una época, de un mito que reinó sin oposición en la imaginación popular y perdurará por siempre gracias a sus iniciativas en pro del desarrollo industrial y de asistencia hacia los más necesitados.
Antes de concluir este trabajo me entero de la muerte de Isabel Bueno viuda Checo propietaria y estilista del antiguo salón de belleza “Isabelita” de la calle General Cabrera, quien por años fue la peluquera de mi madre (y su madrina de boda) constituyendo esta pérdida, junto a la de Poppy, la desaparición de otro de los íconos gracias a los cuales la generación actual de santiagueros puede decir: Santiago, es Santiago.