17. Menos que de las Décadas de Tito Livio, el gran Maquiavelo debió conocer la pragmática del poder que antes de morir el Augusto Constancio, padre de Constantino el Grande, le transmitió a su hijo para asegurarse de que, si este seguía al pie de la letra sus instrucciones, sería un gobernante exitoso. Y exitoso en la pragmática política significa diseñar una estrategia con tácticas eficaces que garanticen la conquista y mantenimiento del poder hasta donde sea posible su dilatación en el tiempo.

18. La virtud primera que debe adornar a un gobernante, si quiere permanecer largo tiempo en el poder, es la seguridad en sí mismo, y Constantino la tenía, por lo que Maquiavelo, al crear la teoría política moderna, es decir, despojada de mitos, leyendas y ataduras religiosas, debió apreciar ese don en el emperador, quien, contrario a su padre Constancio, no creía en los dioses romanos, tal como lo documenta el libro de Conde Torrens: “… Constantino había aprendido a confiar en su destino. Él nunca había creído en los dioses, una vez alcanzada la mayoría de edad. Jamás tuvo devoción por ninguno de ellos, ni creyó nunca que ellos dirigieran a los humanos. Eso estaba bien para la plebe, que era ingenua, ignorante y crédula (…) Para Constantino, los Césares y Augustos estaban por encima de los mismos dioses, si los hubiera. Desde que conoció a Lactancio –hacía de ello cuatro años– poco a poco se había ido forjando en su mente la idea de que él tenía una misión. Los acontecimientos le iban dando la razón. Había un destino, escrito en algún sitio, y su destino era brillante. Pasaría a la Historia como el Emperador que salvó al Imperio.” (Año 303, 268). En esto siguió Constantino su propio criterio, pues no creyó nunca en aurúspices, sacerdotes y adivinos romanos, aunque respetó su trabajo, aunque les dejó saber que él estaba por encima de ellos, como le aconsejó su padre. Y cuando Constantino, que solo creía en la razón de Estado, le transmitía las enseñanzas suyas y de Constancio, le dijo: “Los pactos los firman los listos para engañar a los tontos. Un pacto vale solo lo que vale para el que vale menos. Y para ti un pacto no vale nada, tampoco valdrá nada para el otro. La ventaja es que podrás descubrir la verdad cuando más te convenga. Eso te dará una ventaja muy grande sobre el otro. Así se ganan las confrontaciones (…) Las personas son para utilizarlas, Crispo. Cuando te convenga, para utilizarlas. No lo olvides tampoco.” (Año 303, 650) Y Crispo le preguntó a su padre: “¿Y conmigo, padre, también me estás utilizando? (…) ¡¡¡Maldita sea, llámalo como quieras!!! He hecho lo que más convenía al Imperio. Eso métetelo bien dentro de la cabeza. Y tú ni nadie puede reprocharme nada. ¡¡¡Soy tu Augusto!!! (…) Serás mi Augusto, eso no lo negaré jamás. Pero yo ya no soy tu César, padre. Tienes docenas de generales, todo el Imperio está aquí, en Roma. Elige mi sucesor durante tus Bicenales, padre. A mi vuelta a la frontera quiero tener a mi sucesor conmigo, para irle pasando los temas que llevo entre manos. Constantino notó algo en la manera de hablar de su hijo que le dio miedo. No era su hijo. Ni siquiera era su César. Era otro Augusto, con criterios independientes, que se le enfrentaba.” (Ibíd.) Este pasaje ha dado pie a las múltiples versiones que desde la Antigüedad han rodeado el asesinato de Crispo por parte de Constantino. En el artículo venidero examinaré esas versiones. Crispo había asumido las enseñanzas que le transmitió Eusebio de Cesárea tanto a él como a su hermana Constancia (1).

Constantino

19. ¿Cuáles fueron esas enseñanzas? Las del Logos o Conocimiento de la filosofía de los filósofos griegos, explicado por Eusebio a su sobrino Eladio: “A diferencia de los sacerdotes, aquellos hombres explicaban que había un solo Dios, al que uno de ellos llamó Logos, en el sentido de ‘Causa de las cosas’. Y el Logos había sembrado en cada humano una partícula de su propia Naturaleza, una semilla de Logos. Nuestro trabajo debe consistir en hacer crecer esa semilla, para participar más y más de la naturaleza divina.” (Año 303, 118).

Según la explicó Eusebio de Cesárea a sus amigos Arrio, Eusebio de Nicomedia y Eutropio de Alejandría había, en esta concepción del Logos griego, tres tipos de personas: Muy pocos han llegado al Conocimiento de las Maestros griegos. A esos los suelo llamar ‘los que saben’. Otros son personas nobles, aun sin haber cultivado el Conocimiento, A estos lo llamo ‘los que buscan Saber’. Pero hay también muchas personas interesadas solo en su propio medro, en conseguir hacerse con una fortuna, fama, posición, poder. Esos son ‘los que no buscan Saber’. (…) Los que buscan Saber pueden atender las instrucciones de alguien que sepa más y mejorar más aún. Las personas que no buscan Saber no se interesan en mejorar, y para ellas, las leyes y doctrinas las hacen los listos para que las sigan los tontos. Para estas últimas, cuando se empiezan a interesar por el Saber, seguir cualquier listado de moral elemental le puede parecer un gran logro (…) Pero nosotros sabemos que hay un largo camino hasta alzarse por encima del vicio para alcanzar la virtud, hasta llegar al Saber y al Ser. Os comento todo esto porque nuestra historia trata de un hombre muy inmaduro, que se dio a estudiar textos sagrados egipcios y de otras lenguas. Se llama Lactancio. Y encontró muchos consejos de esa moral elemental. Este hombre pensó que había descubierto el secreto de los secretos. En su ignorancia, creyó haber alcanzado la cima de la Sabiduría, y fue, con su plan de sustituir todas las creencias por la suya, a exponerlo al Augusto Diocleciano.” (Año 303, 567).

Y en ese camino de Lactancio se juntó un hombre como Constantino, que solo buscaba “fortuna, fama, posición, poder” y gloria, tal como fue siempre la estrategia de los cónsules de la república romana, de los emperadores del Imperio Romano y de todos los gobernantes que han existido en el humano universo y para quienes todo se resuelve con la aplicación de la razón de Estado y la instrumentalización de los sujetos.

20. Comienza a partir de aquí la lección de Constancio a su hijo Constantino acerca de la técnica de gobernar un imperio y por extensión a cualquier reino o república. Muchas de las técnicas de estas lecciones están en Maquiavelo y en casi todos aquellos que escribieron, y han escrito, libros sobre cómo deben gobernar los príncipes.

Primer consejo del Augusto de las Galias a su hijo: “Pero tampoco debes caer en la ingenuidad de pensar que el Senado de Roma, en el pasado, y los gobernantes de ahora, desde el Augusto hasta el propretor de la última provincia del Imperio, buscaron o buscan elevar la forma de vivir de los pueblos que forman parte del Imperio. No es así. Se ha buscado siempre, desde los tiempos más remotos, la riqueza personal y el poder. Y tú, como gobernador supremo de una parte del Imperio, debes tenerlo claro y mantenerlo. Favorece siempre a los poderosos, a los líderes locales. Es la forma de tener paz en el territorio bajo tu mando. Ellos, los líderes, ya se encargarán de apaciguar a los habitantes de su zona. No hagas justicia cuando un plebeyo pugne con un patricio. Pon, con astucia, tu jurisdicción a salvo y deja que las cosas se resuelvan por sí solas. Así tendrás el apoyo de los más poderosos cuando lo necesites. Trata al pueblo con magnanimidad, pero siempre que no vayan contra los líderes locales. Hazles saber que si van en esa dirección, no tendrán tu benevolencia; que Roma quiere la paz, que la impone, si es necesario. (…) Llévate bien con tu Augusto, cuando seas César, y llévate bien con tu César, cuando seas Augusto. Que no haya la menor fricción entre vosotros. Si sospechas que empieza a interponerse un ligero velo, háblale y deshaz el velo. No dejes que se torne espeso, que entonces será más difícil de cortar. Es vital que entre los dos no haya cortesía, ninguna tensión, que haya una absoluta franqueza, como la que hay entre tú y yo. Tenéis el mismo objetivo, gobernar dos partes contiguas del mayor Imperio jamás creado. Nunca pierdas eso de vista.” (Año, 303, 205)

(…) “Ante el signo de protesta que se pintó en el rostro de su hijo, añadió: “Sí, ya sé Alejandro creó un Imperio mayor que el de Roma, pero su Imperio no duró unido ni una década. Sigamos.” (Ibíd.)

  1. El método de cómo componer una historia de hechos ocurridos en la realidad en forma de novela histórica ha sido esbozado, para la cultura dominicana, por Carlos Esteban Deive al escribir su libro La mala vida. Delincuencia y picaresca en la Colonia española de Santo Domingo (Santo Domingo: Fundación Cultural Dominicana, 1988, p. 12). Ha sido la misma vía seguida por Fernando Conde Torrens para la escritura de la obra sobre el origen histórico del cristianismo que reseñamos en cada una de estas entregas: “El cuadro de violencias, miserias, hediondeces y escabrosidades contenido en este libro pertenece a la vida real, no a la imaginada por un escritor. Todos los casos en él narrados son auténticos y han sido tomados de muy distintos documentos: cartas, memoriales, informes, expedientes judiciales, testimonios… La índole de su naturaleza e incidentes –muy apropiada para ser novelados– nos ha llevado a narr5arlos prescindiendo de los rigores y procedimientos que impone el quehacer del historiador, sin citas al pie de página ni disquisiciones eruditas, pero también sin alterar un ápice la ‘verdad’ que nos suministraron las fuentes consultadas. Los diálogos, por ejemplo, son reproducidos literalmente, y si el estilo luce suelto y desenfadado, con incluso su pizca de ironía y algún que otro comentario que pretender ser gracioso, es para que el lector disfrute –como esperamos– de estas páginas sobre la mala vida españolense. De todos modos, al final se hallan dichas fuentes, clasificados por episodios.” De esta misma ha procedido Conde Torrens con su obra.