El patrimonio arqueológico vive sus mejores tiempos y a la vez circunstancias tremendamente complejas. Nunca antes se había reconocido tanto su valor en la construcción de la identidad, en el diálogo entre sociedades, o en la generación de opciones económicas, como las del mundo del turismo cultural. Al mismo tiempo es blanco de ataques terroristas, sufre desastres naturales y es víctima de un tráfico de antigüedades que mueve tanto dinero como el de drogas, por solo mencionar algunos problemas. Para muchos guardar los objetos en museos y una legislación protectora parece ser suficiente, sin embargo, cuidar del patrimonio es solo el primer paso.

La existencia de un objeto de valor patrimonial no termina una vez es convenientemente dispuesto en una vitrina de museo, para disfrute del público, o guardado y conservado en las condiciones requeridas. Puede seguir vivo cuando continúa comunicando ideas y sentimientos, inspira acciones, genera conocimientos. Su presentación y articulación junto a otros objetos en el discurso expositivo, responde a un saber específico. Con el paso del tiempo nuevas ideas pueden exigir reajustes en el contenido comunicado por el objeto; no obstante, el mismo objeto guarda el potencial, en dependencia de nuestra capacidad para interrogarlo, de contribuir en la formulación de otros conocimientos y al mismo proceso de actualización del discurso.

Los materiales recuperados a través de la práctica arqueológica o en contextos arqueológicos, representan un reto en el sentido antes comentado, particularmente cuando provienen de sociedades carentes de una base escrita para explicar su existencia. Además, cuando no disponemos de datos precisos sobre su origen se puede construir una idea errónea en lo que respecta a su significado cultural, e incluso percibir como auténtico algo que puede no serlo. Esto último es un asunto importante en las Antillas Mayores pues las excavaciones realizadas por investigadores profesionales, o científicamente controladas, son un fenómeno poco común hasta mediados del siglo XX, el núcleo de muchas de las colecciones principales está formado por objetos obtenidos a través del saqueo de sitios, y se da un temprano proceso de producción de falsificaciones.

A la izquierda pendiente laminar de metal europeo del Centro León, con rasgos similares a los de los objetos de guanín de Cuba (pieza a la derecha, parte superior). Nótese la diferencia respecto a objetos indígenas de oro de Cuba (pieza en parte inferior derecha).
A la izquierda pendiente laminar de metal europeo del Centro León, con rasgos similares a los de los objetos de guanín de Cuba (pieza a la derecha, parte superior). Nótese la diferencia respecto a objetos indígenas de oro de Cuba (pieza en parte inferior derecha).

De cualquier modo, el estudio de esas colecciones es vital; con frecuencia estamos ante objetos únicos, y muchas de las locaciones de origen o potencial origen de tales materiales, incluso con las imprecisiones en datos de registro, constituyen contextos de naturaleza excepcional, frecuentemente muy deteriorados o totalmente destruidos. En el caso caribeño el estudio de materiales con las peculiaridades antes referidas no es nuevo; marca la práctica arqueológica hasta la primera mitad del siglo XX, y genera resultados de indudable valor científico en su momento. Actualmente estamos en capacidad de llevar este proceso a un nuevo nivel. Podemos interrogar las evidencias en el marco de visiones arqueológicas actualizadas y a través de la aplicación de enfoques arqueométricos: análisis basados en  métodos de las ciencias físicas y biológicas, que expanden enormemente la capacidad de identificar la naturaleza de los materiales y restos, su cronología, uso, y origen geográfico, entre otros muchos aspectos.

Tales problemáticas han impactado el manejo de las colecciones arqueológicas en el Centro Cultural Eduardo León Jimenes, de la ciudad de Santiago de los Caballeros, y el diseño  de estrategias de investigación que van más allá de los requerimientos de conservación de los objetos. La institución guarda artefactos de excepcional valor exhibidos en su eco-museo como parte de la exposición Signos de Identidad, muchos de ellos reiteradamente publicados en textos sobre las sociedades indígenas de la isla de Santo Domingo. Sin embargo, sus fondos incluyen más de 3000 objetos, la mayor parte de los cuales generalmente no entran al circuito expositivo. Posee evidencias de todas las sociedades precoloniales reportadas en la isla, expresadas en numerosas tipologías y sustratos materiales, así como piezas de diversos momentos de la época de la conquista y del periodo colonial. Lamentablemente, no se conoce el sitio arqueológico de proveniencia de numerosas piezas, o esta remite a regiones o zonas arqueológicas imprecisas.

Como parte de un espíritu también expresado en temas de antropología, arte y cultura general, el Centro Cultural Eduardo León Jimenes ha estado abierto plenamente a la acción investigativa. En el caso arqueológico esto se expresa en el apoyo para el estudio de los fondos por investigadores dominicanos y de diversas partes del mundo, a lo largo de décadas. Entre el 2017 y el 2018 funcionó un programa en colaboración con la Universidad de Leiden, Holanda, y el proyecto Nexus 1492, de la Unión Europea, que entre otros materiales permitió la investigación de piezas asociadas a los procesos de interacción entre indígenas y europeos en el contexto de la exploración, conquista y colonización de la isla.  A partir del año 2019 la investigación de los fondos arqueológicos se ha constituido en una acción totalmente sostenida por el Centro Cultural Eduardo León Jimenes, previendo abarcar todos los materiales existentes y producir un cuerpo de publicaciones científicas y divulgativas propias, así como datos para actualizar la narrativa de Signos de Identidad, o crear exposiciones transitorias.

Pequeña cuenta europea de vidrio verde, en collar indígena de piedra y concha
Pequeña cuenta europea de vidrio verde, en collar indígena de piedra y concha

La investigación desarrollada entre el 2017 y 2019 se ha concebido en dos fases. Un primer análisis se enfoca en el registro macroscópico o microscópico (digital), y aporta datos sobre origen cultural, usos, cronología relativa y autenticidad. Durante esta etapa se identifican además, los requerimientos de análisis arqueométrico a desarrollar en la segunda fase, una vez se disponga de los permisos patrimoniales para ello. Entre los resultados de la primera de las fases se halla la caracterización de cerámicas arqueológicas, y la identificación de materiales europeos previamente registrados como indígenas. Destacan cuentas de vidrio del tipo conocido como semilla (con una cronología que va de 1492 a 1550), de color verde y amarillo claro, con diámetros de entre 3 y 4 milímetros. Por sus dimensiones y color probablemente fueron confundidas con cuentas indígenas de serpentinita o jadeíta, en el caso de las piezas de color verde, y de cuarcita, en el caso de las amarillas.

Se ha ampliado igualmente el reconocimiento del uso indígena de metales europeos. La orfebrería  antillana se limitaba a procesar el oro martillando pepitas colectadas en los ríos. Los indígenas manejaban también el guanín, un metal que desde tiempos precolombinos se traía de Suramérica o de la zona Istmo colombiana (donde se conocía como tumbaga), y se asociaba con mitos fundacionales antillanos, por lo cual era visto como más valioso que el oro. Era una aleación de oro y cobre con la que se fabricaban objetos aplicando técnicas como la fundición, alisado, repujado, pulido, etc. Los metales europeos, en los que vieron cualidades similares al guanín, fueron de gran interés para ellos.

En el Centro León se han investigado recientemente láminas de latón europeo halladas en espacios indígenas de la Isla. Cuando se colectaron en la década de 1970, aun no existían estudios arqueométricos de guanines. Usando esta nueva información, proveniente de piezas de distintas partes del Caribe, ha sido posible determinar que estas láminas fueron trabajadas con técnicas propias del guanín, e incluso se les dieron formas similares a estos. Se trata de un proceso poco usual, donde se observa como son potenciadas las cualidades del metal europeo a través de una tecnología de orfebrería no antillana, que contribuye a insertarlo en la sacralidad local. Esto muestra a los indígenas no como simples receptores de metales exóticos, e individuos superados y paralizados por una sociedad de superior tecnología, sino como creadores que impusieron sus códigos estéticos y simbólicos, y ajustaron las materias primas foráneas a sus intereses y necesidades, conectando tradiciones culturales y tecnológicas diversas.

Tales datos revelan las complejidades en el estudio de los materiales arqueológicos. Los presentan como algo más que simples rasgos de una cultura arqueológica o de una sociedad del pasado. Demuestran que no todo está dicho; siempre se puede saber más si la pregunta y los recursos para resolverla son adecuados.