Aunque no se ven señales de su despegue, el segundo proyecto financiado por el BID para la Ciudad Colonial (CC) cambiará su faz significativamente. El énfasis de ese proyecto, sin embargo, será el desarrollo de sus componentes urbanos, sin responder cabalmente a una visión holística de su misión identitaria y turística. Por eso conviene resaltar algunos de los rasgos del recinto que deben ser objeto de una profunda reingeniería en consonancia con esa doble misión. Con ello se lograría mayor racionalidad en el perfil y manejo de tan sacrosanto patrimonio histórico.
Para identificar las intervenciones deseables es preciso recordar que su misión principal es la identitaria. Como reservorio excepcional de reliquias físicas de nuestro pasado colonial y republicano, el recinto contribuye a que las presentes y futuras generaciones conozcan sus raíces y conformen así su propia identidad (cultural y nacional). El que la antigüedad de esos rasgos físicos atraiga la atención de turistas extranjeros es ciertamente provechoso para proyectar nuestra imagen como destino turístico. Pero eso es una función subalterna a la de ayudar a dibujar nuestra nacionalidad en la conciencia de nuestros ciudadanos.
Ciertamente, los 26 museos enclavados en el recinto contribuyen tanto a la tarea identitaria como a la turística. Mas aun, ellos la convierten tambien en un centro cultural. Pero la existencia en otro recinto de una (muy poco utilizada) Plaza de la Cultura relega a la función cultural de la CC a un segundo plano. Para que la ciudad proyecte mejor sus tesoros culturales sería deseable entonces que, como parte de la reingeniería, se conectaran los dos recintos con medios de movilidad que permitieran el fácil desplazamiento de los turistas de un recinto a otro. Una línea del metro que empalme al Parque Independencia con la estación del Teatro Nacional cumpliría ese cometido, facilitando así tambien las visitas de los habitantes de las otras partes de la ciudad.
Una nueva delimitación de la CC, por otro lado, es una tarea pendiente. Si bien la misma la definió un decreto del presidente Balaguer del 1968, convendría ahora redefinirla para hacerla más congruente con sus episodios republicanos. (La parte republicana es, para los fines identitarios, mas importante que la meramente colonial.) Deberían formar parte por su nueva demarcación turística, por ejemplo, el Cementerio de la Avenida Independencia, el Parque Cervantes, el Parque Independencia y los alrededores del Mercado Modelo. Pero eso conlleva tambien dejar atrás el nombre de CC y adoptar el más abarcador y autentico de Centro Histórico.
Reflejando esa nueva orientación se rebautizarían algunas plazas y lugares. El Parque Colon (antigua Plaza de Armas y tambien Parque Republicano) recibiría el nombre de Duarte, mientras la estatua de Colon que hoy radica adyacente a la Catedral se reubicaría en la Plaza España. El hoy Parque Duarte seria rebautizado con el nombre de Bartolome de las Casas y el Parque Cervantes recibiría el nombre de Mella por colindar con el lugar del trabucazo. Para ambientar el paisaje urbano general se colocarían en diferentes esquinas y rincones sendas estatuas de los personajes históricos –especialmente de los Trinitarios— para si remarcar la historicidad del recinto.
El complemento ideal de esta visión de los parques seria un proyecto de masiva arborización. Son pocas las calles que quedan con frondosas arboledas y un proyecto que incluya la arborización de la Plaza España haría al recinto mas acogedor. De rigor seria tambien un proyecto de flores –preferiblemente trinitarias para profundizar su actual abundancia—a fin de que ventanas y balcones se nublen de la belleza de la naturaleza. Así lo histórico destilaría el embrujo de lo bello.
Una intervención pendiente de gran envergadura sería una remodelación, orquestada por un concurso de diseño, de la hoy Calle El Conde. Para comenzar se declararían de utilidad publica todos los edificios que hoy se encuentran desocupados y sin uso legítimo. En ellos se desarrollarían viviendas populares y, donde sea posible, se reubicarían los buhoneros que hoy obstaculizan la calle, procurando que algunos edificios alberguen obras artísticas y souvenirs para turistas. Como esa calle ha tenido cinco diferentes nombres no debe ser difícil rebautizarla Paseo Catalina, en honor a la cacica que reinaba en la margen occidental del Ozama a la llegada de los españoles.
Así como lo anterior implica sustituir el nombre de la CC por el de CH, así deben recalibrarse las murallas del recinto. Si bien los vestigios de la muralla colonial deben permanecer, la llamada Muralla de Trujillo (al sur de la Torre del Homenaje) debe ser demolida para dar paso a un bosque propicio para el esparcimiento. En cuanto a la muralla colonial se deberán liberar sus estribaciones al final de la Avenida Mella, declarando de utilidad pública y demoliendo los vacíos edificios que la ocultan en su lado sur. El terreno sobrante podría dedicarse a un proyecto de viviendas populares.
Una tarea impostergable es el rescate, saneamiento, racional uso y distribución de los 93 inmuebles estatales del CH. Habrá usuarios que deben seguir usufructuándolos, aunque sea bajo condiciones concesionales. Otros deberán ser desalojados y otros asignados a los ministerios de Cultura y Turismo. Mientras otros deberán venderse al mejor postor –como es el caso de los hoteles—generando asi los fondos para las intervenciones propuestas. Asimismo, todos los activos restantes deberán transferirse a Bienes Nacionales y eliminarse el fantasmagórico Fondo para la Protección de la Ciudad Colonial. Igual suerte deben correr otras inertes entelequias como el Patronato de la Ciudad Colonial y el anacrónico Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Espanol. La sede de este último deberá ser ocupada, de una vez por todas y como fue asignada por decreto en el 2005, por el Museo de la Música.
Finalmente, es preciso que el CH este tambien debidamente conectado a otros dos importantes focos de interés turístico: el Faro y el Malecón. Aunque el Faro no ha cumplido su cometido original respecto a sus contenidos, la presencia de la tumba de Colon todavía hala unos 3,000 visitantes al mes y el Faro mismo es el monumento de mayor envergadura del país. La conexión entre el CH y el Faro podría hacerse con un teleférico o un túnel subacuático. En el Malecón, por su lado, no se ven muchos turistas que no sean los hospedados en sus hoteles. Pero esa situación podría revertirse de existir un pequeño tren que, despegando desde el área de Montesinos, permita el paseo de sus lugares más emblemáticos.
El perfil del nuevo proyecto del BID sugiere que las intervenciones propuestas no serán parte de él. Hará falta pues concebir un plan de desarrollo del CH que represente una visión holística del mismo. Los varios planes que se han elaborado en el pasado corresponden a una visión muy estrecha de sus funciones y su perímetro. El nuevo plan, el cual podría ser elaborado por la Direccion del Centro Histórico del ADN –dada su alta competencia— deberá compaginar la doble misión que se ha señalado anteriormente con las directrices del nuevo proyecto del BID. Las autoridades deberán tambien traspasar la responsabilidad por la ejecución del proyecto del BID al ADN, en vista de que la actual tutela del MITUR no coliga con los componentes del proyecto.
Ahora bien, las propuestas anteriores atañen principalmente a los rasgos físicos del CH y no a su funcionabilidad y operación. Porque esos últimos aspectos son de permanente desafío es deseable que, mediante ley especial, se cree el Municipio Especial del Centro Histórico de Santo Domingo. Existe ya un anteproyecto en ese sentido y cualquier reingeniería que se acometa deberá abrazar la idea como parte de su nueva visión y configuración.