La verdad monda y lironda es que el Malecón de Santo Domingo atraviesa hoy por uno de sus peores momentos. El principal responsable es el congestionado tránsito, siendo lo más perjudicial la oprobiosa presencia de los ciclópeos camiones. Por eso la aspiración de que se convierta en un atractivo turístico y un oasis de esparcimiento no podrá lograrse sin que se rediseñe su fisonomía. Los parches improvisados por los alcaldes de la ciudad no resuelven. Se requiere una transformación profunda que podría lograrse con una alianza público-privada.

Hace medio siglo el Malecón era un lugar donde acudían las familias a disfrutar del solaz que brindaba su tranquilo y acogedor ambiente. Fueron varias las generaciones que disfrutaron de la idílica playa de Güibia, de los frondosos árboles de uva de playa y de los paseos sin prisa por el bulevar.

Con el tiempo, sin embargo, el Malecón ha devenido en un antro de riesgos de seguridad cuya calzada se torna inhóspita por la polución. Y ni hablar de un abrumador uso vehicular que ofende a los que pretenden beneficiarse de una hermosa vista al mar. Su realidad de hoy es triste y provoca nostalgia por su glorioso pasado.

Con el tiempo su longitud se ha ido ampliando hasta llegar a los 12 kilómetros. La primera gran intervención la auspició Trujillo con el Obelisco y el Parque Ramfis. Posteriormente el tramo más intervenido ha sido Güibia. Durante la era se construyó ahí un gazebo marino, además del restaurant Casino de Guibia.

Obras posteriores fueron los kioscos-paragüitas de la sindicatura de Peña Gómez (1982-1986), el grifo-fuente del alcalde Rafael Corporán (1990-1994), la fuente cibernética de Rafael Suverbí (1994-1998) y los parqueos en su orilla marina. Mostrencas y fallidas han sido las plataformas salientes para pescadores y las horribles lámparas del alumbrado de su mitad occidental. Recientes intervenciones han añadido nuevos bancos de cemento y el ajardinamiento de algunas áreas de sombra.

Entre los grandiosos sueños que se han concebido para hacer del Malecón un sitio más acogedor figura el de Pena Gomez, quien quiso dotarlo de playas. Tambien el de una Isla Artificial que, con un espigón paralelo, tal vez hubiese realzado su esplendor. Recientemente se vislumbró un puente que lo conectaría con la Avenida España, mientras otros han propuesto para ello un túnel por el rio Ozama. Y ha habido propuestas para llevar a cuatro carriles su bulevar. Algunos sueños no se realizaron por falta de recursos. Pero ni los sueños ni las intervenciones han hecho justicia al potencial del frente marino de la Ciudad Primada de America, el cual desde 1968 es oficialmente un “Parque Nacional” con la mayor polución de todas las áreas protegidas.

Lo que ha faltado es un proyecto holístico que, mediante una alianza público-privada, transforme el Malecón para convertirlo en el mejor atractivo de la ciudad. Arquitexto reportó que en el 2010 un grupo de arquitectos hizo una propuesta en ese sentido. “El proyecto consistía en un plan integral de ocho ejes fundamentales: agua, seguridad, movilidad, suelo, edificabilidad, usos mixtos, animación urbana y sostenibilidad.” Pero ese plan fue un natimuerto. De ahí que se esboce aquí una nueva visión sobre los principales elementos a ser usados e intervenidos. Se aspira a que los artistas de la fisonomía urbana aporten concepciones más completas y acabadas para reconfigurar el más emblemático espacio público de la ciudad. De lo contrario nunca veremos las hordas de turistas extranjeros que son deseables y el aprovechamiento del recurso por la población llana seguirá siendo muy limitado.

Lo primero y más urgente es la eliminación del aberrante tráfico de camiones. Desde el 2012 se prohibió ese tránsito mediante la Ordenanza 11-2012 del Consejo de Regidores del Distrito Nacional. Tambien el  alcalde David Collado prometió el cumplimiento de otra ordenanza (2-2017) que restringió el uso del Malecón a las altas horas de la noche. Pero eso no se cumplió. La Avenida de Circunvalación Juan Bosch que debe conjurar el problema se abrió el 3 de marzo del 2020, pero en septiembre la prensa reportó que nada había cambiado y todavía los camiones campean por sus fueros. Esa autopista de 47 kilómetros costo la friolera de RD$19,912 millones. Es un absurdo de marca mayor que todavía la Alcaldía del Distrito Nacional haya podido ponerle coto a ese indeseable y venenoso flujo.

Esta situación es una especie de “peaje sombra” que pende cual espada de Damocles sobre el Malecón. La gente no puede ejercitarse tranquilamente en el por el peligro que representa ese tráfico y por la contaminación que genera. Y la Asociacion de Hoteles de Santo Domingo ha demandado su prohibición porque el tráfico de camiones resulta hostil al turismo. La solución debe ser el uso de la Circunvalación con peajes menos onerosos y con la modalidad de “pase rápido”. Los industriales, por su lado, han propuesto esa rebaja. De lo contrario habría que poner peajes en el mismo Malecón, lo cual generaría ingresos para financiar su reconfiguración.

En la alianza público-privada propuesta se complementarían las obras a cargo del Estado con las que haría el sector privado. Entre las primeras se incluye 1) un puente para conectar con la Avenida España, 2) una rambla de madera con una arboleda frondosa para el tramo Montesinos-Lincoln, 3) un mobiliario urbano adecuado, 4) la creación de nuevos parqueos, y 5) un estatuario que honre a nuestros Padres de la Patria. A cargo de la iniciativa privada estarían 1) las cuatro playas existentes y las dos a ser creadas, 2) la creación y operación de tres piscinas, y 3) cinco restaurantes nuevos en sitios adecuados. Para la mayoría de las intervenciones habría que ganarle terreno al mar, una obra que puede utilizar los escombros de la ciudad y que, aun cuando haya que fabricar bloques de cemento para ello, no saldría muy costosa. Los holandeses son expertos en eso.

El puente hacia la Avenida España fue contemplado por el pasado gobierno y ya son muchos los que, aceptando su necesidad, claman por su erección. Requerirá una estructura que no impida la entrada de los cruceros a la ría.  Para la rambla, por supuesto, habría que hacer espacio en aquellos lugares donde la franja de la orilla contigua a la calzada no es suficiente. Eso requeriría de un aplanamiento de la superficie rocosa y un relleno de cavidades no indulgentes. El uso de la madera para un piso de 5 metros de ancho es preferible, pero mucho dependería de la arboleda que sea posible crear. Si se lograra mucha sombra con huecos tallados en la roca para sembrar arboles gigantes que se acomoden al ambiente salino, entonces el piso de la rambla podría ser de ladrillo o cemento.  Este último resistiría mejor los embates de eventuales huracanes.

La naturaleza de la rambla determinara el tipo de mobiliario urbano a insertarse a lo largo del Malecón. Por otro lado, será necesario ampliar en lo posible las áreas de parqueo existentes y crear nuevas. Esto último no sería muy complicado en tanto existen diferentes lugares donde puede ganarse terreno al mar. Las intersecciones de las avenidas Lincoln y Maximo Gomez se prestan para eso porque, en el primer caso, lo creado estaría adyacente a un bello cocal y en el segundo a Güibia. El tramo que discurre entre la Lincoln y el Km 12 presenta menos problemas en tanto la franja del arrecife es más ancha y permite más parqueos sin necesidad de una intrusión en el mar. En materia de estatuario deberán erigirse estatuas de Duarte, Sánchez, Mella y Luperón en distintos puntos del Malecón. También rebautizar el bulevar con el nombre de Paseo Juan Pablo Duarte. Eso no sólo sería un justo reconocimiento a la grandeza de esos patricios, sino que, además, obligaría a los turistas a conocer algo de nuestra historia.

Sería un error afirmar que la ciudad no cuenta con playas. Hay por lo menos cinco en el litoral de marras. El Malecón mismo tiene: 1) una playa pequeña al pie de la estatua de Montesinos, 2) la playa de Güibia, 3) una playa frente al antiguo Vesubio, y 4) la playa de Manresa. (Aunque adyacente, la de Sans Souci es utilizable porque sus aguas no son contaminadas por el rio Ozama y solo requeriría de un espigón y una malla de metal que proteja a los bañistas de los tiburones.) Todas tienen alguna afluencia, pero carecen de las protecciones y facilidades como para que su uso pueda masificarse. Mientras, es posible vislumbrar la creación de una playa en la esquina oeste de la Plaza Juan Baron (PJB) –tal y como lo concibió la Isla Artificial—y en las adyacencias del cocal ubicado frente al antiguo Hotel Santo Domingo.  En todos los casos las obras comportarían costos manejables.

Para complementar las playas podrían crearse tambien algunas piscinas donde la población pueda disfrutar del agua de mar descontaminada. Ya en tiempos de Trujillo había en el Parque Ramfis una piscina de uso público. Tambien se podrían crear otras piscinas en la PJB, el mismo Güibia y el cocal de la intersección con la Avenida Lincoln.

El financiamiento de todas las obras mencionadas no requiere ser resuelto totalmente por el erario. Es en eso donde entra la participación privada. Una opción es crear un fideicomiso para que los restaurantes, tarantines y otros negocios que puedan autorizarse en el Malecón obtenga rentas que repaguen una parte del financiamiento requerido por las obras propuestas. Una tasa mínima a cada habitación hotelera ocupada y un peaje barato serían necesarios complementos. La alcaldesa del Distrito Nacional podría vestirse de gloria si logra orquestar este grandioso proyecto, requiriendo un concurso que considere propuestas holísticas de reconfiguración.