“Redescubrir El Conde” fue el desafiante título de una reciente conferencia del destacado arquitecto Omar Rancier en el taciturno Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español. La misma permitió conocer no solo detalles inéditos de su historia y arquitectura, sino que también desnudó el estado de abandono y la anomia que hoy día atenaza esa emblemática via. Tal situación no compagina con su importancia histórica y turística y requiere atención, especialmente porque el Programa de Fomento al Turismo del MITUR le ha dado la espalda.
Aunque Las Damas fue la primera calle del Nuevo Mundo, el desarrollo de El Conde se remonta a 1502 cuando Ovando mudó la ciudad a la margen occidental del Rio Ozama. De un kilómetro de extensión, la calle comienza en una escalinata que baja al rio y termina en la Puerta del Conde y el Parque Independencia, lugar este último donde descansan los restos de nuestros Padres de la Patria. Pero su importancia histórica deriva de no solo albergar algunos de los principales monumentos de la época colonial (Plaza de Armas, la Catedral, el Cabildo, la Picota, esta ultima una columna de piedra en el sureste del actual Parque Colon donde azotaban a los esclavos), sino por haber sido el escenario de trascendentes episodios de la etapa republicana.
Abonando la historicidad de El Conde no debe soslayarse el hecho de que en ella también vivieron varios de los próceres de la independencia y que en una vivienda de su parte oeste fue donde se confeccionó la primera bandera nacional. Fue en el hoy llamado Palacio de Borgellá, en el costado sur de la calle y frente al hoy Parque Colon, donde funcionó la sede del gobierno independentista por muchos años. Ya en el siglo XX volvió a ser sede del Gobierno Constitucionalista en ocasión de la revolución del 1965.
Los nombres que ha tenido El Conde atestiguan su memorable historicidad. Al inicio fue llamada Calle Real, luego se le conoció como Calle de la Carnicería (porque en tiempos coloniales había una carnicería en la esquina que hoy ocupa el Palacio Consistorial) y luego se le llamó El Clavijo (porque un español de ese apellido tenia ahí una escuela). Durante la ocupación francesa fue la Calle Imperial, y en 1859 se le llamo “Separación” (para conmemorar la “separación” de Haiti), para luego llamarse Navarijo (el barrio entre las hoy calles Palo Hincado, 19 de marzo, Mercedes y Nouel) y, en 1929, paso a llamarse 27 de febrero.
Fue en 1934 que finalmente se bautizó como El Conde en honor al Conde de Peñalba, el gobernador español que en 1655 repelió la invasión de los ingleses Penn y Venables con solo unos 200 soldados contra los 13,000 hombres de la flota inglesa. (Los registros históricos dan cuenta de que en las batallas murieron unos 1,500 ingleses.) Porque este personaje también reforzó la muralla de la ciudad hoy se le llama Puerta del Conde a lo que fue la entrada principal de la ciudad amurallada y donde se escenificara la primera confrontación de la gesta de la independencia.
La centralidad de El Conde dentro del perímetro del centro histórico la convirtió, al concentrar las carnicerías, colmados y fondas, en la calle más importante de la época colonial. Hasta hace poco, fue el epicentro de la secuela republicana. Entre una etapa y otra la calle ha tenido épocas de gloria y de rampante miseria. Por gran parte del tiempo colonial fue de tierra y abundaba la basura y el estiércol, tornándose en lodo con las lluvias. Las casas entonces eran más bien bohíos de yagua hasta que surgieron las de mampostería y tapia. Se alega que su desarrollo comercial comenzó a mediados del siglo XIX, cuando albergó destilerías y lugares de expendio de ron. Pero no fue hasta el periodo de la ocupación norteamericana cuando se asfaltó (“tarvia”) y fue ya bien entrado el siglo XX cuando se comenzaron a construir edificios.
A principios del siglo XX acogió hasta trece farmacias y dispensarios médicos, además de las más importantes empresas ferreteras. Pero fue hacia mediados del siglo que evolucionó hacia la moda y “a inicios de los cuarenta la tendencia fue a concentrar lugares de entretenimiento, bares, cafés, clubes de noche (como el Ariete y el Hollywood) y a finales de los cincuenta el cambio era hacia restaurantes especialmente de comida china”.(https://es.wikipedia.org/wiki/Calle_El_Conde).
A principios del siglo XX comenzaron a erigirse edificios pioneros que hacen de El Conde un entorno indispensable para observar los albores de la arquitectura de la época moderna. En 1923 se construyó el edificio Cerame y en el 1926 se erigió el Baquero, el primero en el país en contar con un ascensor pero que hoy tiene 20 años vacío y abandonado. Luego le siguieron los edificios Copello (sede del gobierno constitucionalista del 1965), Savinon, Diez, Plavime, Olalla, Lopez de Haro, el del antiguo Hotel Comercial, etc. Famosos arquitectos tales como Guillermo Gonzalez, Benigno Trueba, William Read y Nany Reyes dejaron sus huellas, además de otros ingenieros y constructores como Alfredo González, Humberto Ruiz Castillo, Tomás Auñón Martínez, Benigno Trueba Sánchez y los hermanos Beltrán.
Eventualmente, El Conde devino en el epicentro de las tiendas de la ciudad. Allí se exhibían las modas de temporada y, al atraer a la elite capitalina, la calle desarrolló un “aura mítica” que también atrajo a los más prominentes artistas, escritores, poetas y diletantes. Es fama que en esos años estos últimos realizaban sus tertulias en lugares archifamosos como el Roxy, la Cafetera, El Panamericano, el Moulin Rouge, etc. Todavía hoy el Palacio de la Esquizofrenia, una cafetería al aire libre en el Parque Colon, conserva esa distinción.
Entonces se acuñó el verbo “callecondear” para describir los excitantes paseos que podían darse en esa calle. Fue a finales de los años 60 y, más particularmente, después de la revolución del 1965 que esa centralidad comenzó a ceder. Los acontecimientos bélicos provocaron una migración de los habitantes del centro histórico y la calle, donde vivían numerosas familias y pensionistas, perdió población y algarabía. A medida que la ciudad se expandía y surgían otros centros comerciales también disminuyó sensiblemente su actividad comercial y su carácter de centro cultural.
Hoy día la calle El Conde sufre el trauma del abandono. “La calle El Conde fue el más hermoso y original muestrario de la arquitectura dominicana de la época colonial y del siglo veinte. Pero esa especial fisonomía se está borrando, transformando, perdiendo esplendor. Aquellos edificios que fueron únicos, limpios, estructuralmente impresionantes, bellos, emblemáticos, se han transformado en depósitos, almacenes, negocios dudosos. Están sucios, rotos, desvencijados, incompletos, sin el brillo que asombró al mundo cuando se realizaron sus inauguraciones majestuosas.” (http://hoy.com.do/calles-y-avenidasel-conde-pierde-arquitectura-inicial/).
Sin embargo, la arteria condal sigue atrayendo visitantes a raudales, principalmente turistas extranjeros. En tanto la principal atracción turística de la Ciudad Primada de América es la Ciudad Colonial y El Conde su más emblemática via, la calle representa un recorrido obligado para los extranjeros, quienes sufren el urticante acoso de innumerables vendedores ambulantes. Por su lado, los nacionales no se sienten motivados a caminarla por el desorden que prevalece, sus mugrientos adoquines, el asedio de personajes dudosos y la perceptible falta de seguridad. Y no es solo un buen operativo de Proconsumidor que se necesita.
El arquitecto Rancier, Decano de la Facultad de Arquitectura y Arte de la UNPHU y quien aquilata el significado histórico de la arquitectura condal, nos convoca a frenar el deterioro. “Es una pérdida total para la ciudad tener una calle de esa importancia en un proceso de arrabalización como el que tiene El Conde.” Sin duda, ese acervo histórico debe protegerse y cuidarse so pena de que la UNESCO nos retire el título de Patrimonio de la Humanidad que hoy ostenta el centro histórico (https://bohionews.com/catalina-contra-el-olvido/).
Se impone entonces un proyecto de intervención que, al tiempo de rescatar las obras arquitectónicas y ordenar el entorno, nos legue también algunos ingredientes de la arquitectura moderna (como sería un techo para una parte de la vía). Desconcierta que ni el ADN ni el MITUR hayan tomado cartas en el asunto. Tal vez la tarea deba comenzarse por pedir a Proconsumidor que arrecie su presencia y, con la ayuda de CESTUR, adecente los establecimientos comerciales que hoy pueblan la vía. De lo contrario perderemos su impronta histórica y, con ello, una parte importante de nuestra misma identidad.