Utilizo el título de un libro de Julio Cortázar para referirme a un hombre excepcional que guardaba ciertas similitudes físicas con el reconocido autor argentino. Para empezar, todo en Lucas era grande. Medía seis pies y tenía seis hermanos, bellos todos. También como Cortázar, era erudito, citaba diversidad de autores y tenía una manera original de pensar. Pero lo más grande de todo era su corazón. Era un amigo intenso y desinteresado, capaz de apoyar en los sentidos prácticos y teóricos.
En el año 2006 coincidimos en una misa de novenario de Donald Reid Cabral, lo que ya de por sí era una demostración de decencia, porque ese libre pensador antibalaguerista seguramente estaría ahí por simple solidaridad con algún allegado, no porque estuviera identificado ni con la práctica religiosa ni con las ideas de este hombre político. Ese día me ayudó a encontrar a mi abuelo, que se me había zafado en los saludos de pésame y, con su demencia senil bastante avanzada, se había desorientado en el espacio. Años después, cuando publiqué un libro sobre la progresión de la senilidad de mi abuelo, Lucas ofreció una de las revisiones más eruditas en el acto de puesta en circulación.
Así fue siempre. Lo conocí hace unos treinta años, poco después de que su hermana Melba ganara el concurso de Miss República Dominicana y se hiciera famosa por diseñar un ajuar basado en productos agrícolas nacionales que incluía la osadía de usar el disfraz del diablo cojuelo como traje típico. Y para él no había ninguna contradicción entre apoyar a su hermana en esa práctica y publicar artículos sesudos en la prensa nacional apoyándose en informaciones econométricas para describir temas relevantes de la época como el deterioro de la balanza de pagos, la política agropecuaria, con atención especial a las cuotas y tarifas azucareras, aunque a él no le interesaba mucho lo de la “acumulación de capital” más que como referencia académica. Durante unos años administró la empresa fundada por su abuelo y transformada por su padre, pero lo hizo más como compromiso familiar que con afán de crecimiento económico personal.
Y así como a pocos días de su lamentable fallecimiento, hemos visto numerosas expresiones de tristeza, de joven, aunque fuera criticado, se le reconocía la inteligencia, entrega y fuerza con la que realizaba sus análisis. Porque una cosa era que su entrañable amigo Miguel Cocco, a través de la imprenta Alfa y Omega, facilitara que muchos de los artículos de esos años se recogieran, editaran y reorganizaran en forma de libro (“Crisis económica 1978-1982”) y otra es que ese mismo libro se convirtiera en material de referencia para estudiantes, recomendado por otros profesores.
En la primera década de este siglo fungió como Gerente de Planificación en la Comisión General de Energía y después de las reuniones podía pasarse horas visualizando estrategias, examinando comportamientos, en fin, visualizando la planificación no solo en términos monetarios sino también de la implicación de los actores. Hoy que ya no contamos con su presencia física, me gustaría oírlo analizar su propio proceso de enfermedad y muerte. Era tan gallardo y consciente “de las mayorías” que me parece oírlo hablar sobre cómo esta fue una muerte en un proceso que nos hermana a todos, que pone de relevo la necesidad de atención al sector salud tanto por el interés colectivo como por el individual. Seguro que como hizo en ocasión de la boda de su amigo Ricky Piñeiro, ahora con más razón, volvería a sugerir que se usara el Hotel Santo Domingo como facilidad hospitalaria. Cuando mencionó la idea sus amigos lo tomaron como otra evidencia de su capacidad de imaginación. Ahora que el hotel está abandonado, su visión ya no parece tan lejana. Si se hubiese repuesto, en estos momentos estaría haciendo proyecciones y llenando de pasión, papeles y comunicación digital el escritorio de su antiguo colega en INTEC, Miguel Ceara Hatton, actual Ministro de Economía, Planificación y Desarrollo.
A título individual también habría dicho que a esta enfermedad hay que andarle rápido, que lo crucial es el tiempo de respuesta para hacer más efectivo (y económico) el tratamiento. ¡Y no quiero imaginarme lo que hubiese sido su descripción sobre el dolor del cuerpo o los momentos en que entró y salió de la clínica! Seguro que, tal como en el pasado reconoció por escrito la colaboración de Francis Pou en la elaboración de “Crisis económica”, o de Giovanna Vilorio en los programas de radio y televisión en los que participó, en estos momentos hubiese reconocido con gran emoción y fuerza la entrega y el temple de su esposa, Aída Consuelo Hernández Bonelly, quien estuvo afectada por la covid también y afortunadamente ya se encuentra recuperada.