Santo Domingo se va despoblando. Ya no andamos con un saco de la tristeza. El saco se rompió hace tiempo. ¿Qué nos queda, pues?
Santo Domingo se deshace y lo hace en su lado más sensible: en el de su gente buena, hermosa.
Lucas Vicens pertenecía a esa constelación. En medio de un país endureciéndose, mencionarlo, encontrarlo, saber de él, era como enchufarnos a la alegría: Lucas combinaba una gran honestidad con una bondad a prueba de puestos.
Lo conocí en su etapa trotskista, a principios de los 80, cuando el grito de “huelga general” era algo tan convincente como el “Obladi Oblada” de los Beatles.
Éramos parte de movimientos revolucionarios que cabían en un Volkswagen.
Recuerdo una reunión histórica donde estaban personajes que ahora oficiarían en algún infierno de Hieronymus Bosch: Roberto Rodríguez Marchena y su hermana, Cuquito Moré –quien iba por razones matrimoniales-, José Mercader, y naturalmente, Lucas y Francis Pou. Entonces debíamos definir acuerdos revolucionarios, algo así como conseguir una escalera y tomar el cielo por asalto sin tomar en cuenta si alguno sufría de vértigo.
Mientras muchos fueron molidos en alguna máquina, el “loco Lucas” siguió en las calles y oficinas despidiendo ideas brillantes, frases siempre aliviadoras, ese lado infantil suyo, de asombrarse y acogerse a la fantasía, al placer por el poema, aún y hablando tú de los Chicago Boys y de expectativas del Banco Central y cómo el mundo se nos vino abajo. Ligero, incluso frágil, su presencia tenía esa sensación de jardín botánico en permanente estado de gracia.
Ahora que sigo rompiendo lápices a la hora de subrayar ausencias sobre el mapa de Santo Domingo, esta de Lucas me ha dado muy duro. Nunca nos sentamos a una mesa. Lo nuestro fueron tres fases como de náufragos, y aun así, justo por esas imágenes suyas –“Freud es el futuro”-, especialmente por esas “pequeñas cosas” es que él se hizo una figura necesaria, presente.
Pienso en su amor por el jazz, la poesía, la posibilidad de decir tanto con simples frases, su salvarse de lo obvio y lo consabido para brindarte una imagen reluciente, como la de un alquimista que siempre alcanzaba arrancarle sus secretos a la naturaleza.
Y sí, querido Lucas, te nos vas.
Te no vas. Adiós.
(Nos gustaría salvarnos de la torpeza, encontrar algún final consolador, pero qué va, querido Lucas, así son las cosas en este “wild world”).