El discurso poético es simbólico. Es imaginario, realidad, ficción, símbolos y rejuegos rítmicos con la palabra, es eufonía, desde lengua. Estos planteamientos, los asumo con el objetivo de que, como creadores, levantemos aquellos espejos de sal y salitre que se esconden detrás de nuestra flora y de nuestra fauna, entre los manglares y el jamón, bordados del arrullo de los pajuiles y el barrancolí, y luego miremos nuestros rostros, sin temores, ni vergüenza, hasta llenar de ritmo y cadencia enunciativa, nuestro universo discursivo.

La literatura es símbolo, es disidencia, es rebeldía; pero, a su vez, es creatividad, argumentación, onirismo, salto lúdico de la palabra. La literatura es sentido trascendental para la existencia del sujeto. Entonces, nuestra creatividad encuentra su referenteen un cánon sostenido en lo transespacial y en atemporal, pero que fluye de un determinado contexto vivencia.

En este procurar de nuestro Yo-simbólico, para nombrar un nosotros-metafórico y rítmico, el contexto, como demarcación de social, siempre asume presencia en el acto creativo y confluye con unos entramados conceptuales y sintácticos que son los que definen nuestro tono, nuestro énfasis y nuestras modulaciones fónicas, al momento de oralizar aquello que plasmamos en la magia de la página en blanco o que escribimos en el pentagrama del internet, para el ciberespacio.

La literatura del Sur o de cualquier demarcación geográfica, tiene, en su micromundo de signos y sonidos, su macromundo de simbologías que redefinen su corpus estético, ya sea desde el relato ( la narración) o desde aquella manifestación estética que se arremolina en las marcas-sentido de la discursividad poética, aunque se apreste el creador a darle una expresión con sentido universal.

La simbología de nuestra literatura local, provinciana o regional o nacional, no tendrá, ni adquirirá mayor o menor valor estético, por lo que el sujeto-creador dice, sino por el cómo el sujeto-creador lo dice. Es por eso.que no es suficiente hacer conciencia y empoderarnos de nuestros recursos simbólicos, si al momento de trabajar los, desde la lengua, no sabemos cómo convertirlos en acto creativo de imborrable valor estético o artístico.

Esa asimilación de nuestro acervo simbólico y su incorporación al registro sígnico y comunicaciones, es lo que hace el poeta banilejo Héctor Incháusteguistegui Cabral (1912-1979), desde una poética abarcadora, marcada por la simbología de la tierra que es irreductible, masificante, humana y humanizante, trágica, doliente y dolorosa, identitaria e inquebrantable. Es el Sur rugiente y rítmico, el que estalla en metáforas en esta poética del ser taciturno y rebelde que es también simbología significante de la patria.

Su discurso poético rebasa la epidermis localista, para incrustarse en en el tejido espiritual de la patria, sin omitir el fundamento estético de la lengua.

Tenemos los referentes en nuestro propio terruño y si en algo dudamos, podemos recurrir al canto arremolinado y épico que se extiende por las lomas y valles de nuestra nación, configurado en los "Cantos de una sola angustia"( Obra completa de Incháustegui Cabral 1978) o sumergirnos en un poema como "Canto Triste a mi Patria Bien Amada". Veamos:

"Patria…

y en la amplia bandeja del recuerdo,

dos o tres casi ciudades,

luego,

un paisaje movedizo,

visto desde un auto veloz:

empalizadas bajas y altos matorrales,

las casas agobiadas por el peso de los años y la miseria,

la triste sonrisa de las flores

que salpican de vivos carmesíes

las diminutas sendas.

Una mujer que va arrastrando su fecundidad tremenda,

un hombre que exprime paciente su inutilidad,

los asnos y los mulos,

miserable coloquio del hueso y el pellejo;

las aves del corral son pluma y canto apenas,

el sembrado sombra, lo demás es ruina…

Patria,

en mi corazón un acerico

en donde el recuerdo va dejando

lanzas de bien agudas puntas

que una vez clavadas temblorosas quedarán

por los siglos de los siglos.

Patria,

sin ríos,

los treinta mil que vio Las Casas

están naciendo en mi corazón…"

(…)

La modernidad, ni lo moderno está en empalagar mi discurso poético de malabares y pirotecnia fonicas o lingüísticas, cuando, teniendo nuestros amaneceres y nuestros atardeceres sobre nuestras pestañas, cerramos los ojos para entonces poblar de nubarrones e incertidumbres, nuestro potencial creativo.

Tenemos un entorno circundado de símbolos que van, desde lo patriótico a lo folklórico, el cual está esperando que lo despertemos y lo envolvamos de signos, arrullos y tronadas, de color, magia y poesía.

He ahí el valor exponencial y bibliográfico de la más completa antología literaria comentada que, sobre autores del Sur dominicano, se ha publicado en nuestro país. Me refiero a "Flor de Cactus" (2017), del poeta y narrador, Gerardo Castillo(1963). En ella,a pesar de los sesgos propios de toda antología y de los entuertos de y desatinos de cada antologador, se compagina una muestra de las producciones de autores del Sur, no de todos, pero sí de la mayoría de escritores del Sur de nuestro país, donde podemosdeterminar que viven o vivimos de espaldas o de lado de las realidades tangibles e intangibles que afloran en nuestro contexto geográfico, en nuestro vagido mágico-religioso y en nuestra mirada ermitaña que todavía parece sentirse sin rumbo y colonizada.

Hace falta que nos autodescubramos y comprobemos que somos nosotros, los verdaderos dueños de esa simbología vital que, vertida en la palabra, desde el discurso y desde la lengua, es la única racionalidad ontológica que nos puede permitir siguiendo sujetos atados a la esperanza de seguir existiendo, por encima de la muerte.

Es el momento de hacer de nuestro universo simbólico el corazón fundacional del país y llevarlo al discurso, al baile, a la pintura, al cine, a la danza, a la literatura, al folklore, hasta hacerlo industria de primaveras e incorporarlo a la producción nacionalmaterial, y desde allí, llevarlo a la agenda de los burócratas del Estado, para que, por fin, puedan palpar que no simplemente somos los magos del signo del tiempo y los arcoíris, sino que también somos arte, patria, verbo, germinación, destello y rebeldía, armadura de ritmicidad, desde la lengua y el saber óntico y cósmico de la filosofía.