Requiescat in pace, amén. Frase no bíblica, invento del Vaticano para despedir hacia el otro mundo, sin importar su destino (sea la Gloria, en la inmensa grey celestial del Señor; sea el alocado averno, al antojo del señor Diablo y sus crueles travesuras, o hacia un limbo aburridísimo) a aquellos clérigos que, sin importar su categoría, transgreden la ley más sagrada de todas las sagradas leyes: la que obliga a preservar el prestigio del Vaticano. Revisen la historia y lo verán. (Me fascina la forma práctica, discreta, sutil e infalible con que en la Santa Sede siempre han sancionado esas transgresiones).