Antes de que fuera notificado de su cancelación, el tipo que mató a cinco e hirió a 4 policías en Aurora, Illinois era un empleado de la empresa donde ocurrió la matanza.
Este hombre, de unos 45 años, ya abatido por la policía, acudió a la violencia individual y homicida. No le interesaba hacer justicia a su manera; solamente dejar testimonio de su soledad y su desesperanza.
Ningún partido político que lo representara. Ninguna entidad solidaria que lo comprendiera. Ninguna mano amiga que se tendiera para ayudarlo. Ninguna instancia a la cual acudir. Ningún recurso al cual apelar. Ninguna salida a la vista ni remedio alguno que pudiera curar su dolencia mayor: la soledad, la incomprensión, la falta de piedad y de compasión.
No habiendo revolución a la vista, sin la utopía del socialismo, embrutecido por la televisión, atrofiado por el consumo y empobrecido por el sistema, un hombre, como millones de sus similares en todas partes, es empujado de la periferia al vacío.
No puede manejar más desgracias. No tiene para dónde ir. Carece de respuestas y se queda solamente con las preguntas que revuelven alrededor de su desgracia personal. Además de no ser importante para nadie, ya desempleado, ni siquiera existirá. Hay un nivel de desgracia que no puede manejar. La suya propia. No a esa escala. Todos los demás, son, a su manera culpables.
El suicidio viene ahora acompañado del homicidio. El primero por la realización de la desesperanza el segundo por la ausencia de un proyecto colectivo. No hay lucha de clases, es el sálvese quien pueda y cada cual a lo suyo. Hace tiempo que la sociedades occidentales entraron en esta fase y así seguirán por ahora mientras todo el andamiaje civilizacional se derrumba y el mundo que existía sigue dando paso a nuevas formas de barbarie: la negación de la civilización se impone.