Este cuatro de julio se conmemora el noveno aniversario de la desaparición del gran sociólogo dominicano Frank Marino Hernández (Tamboril, 1936-Santo Domingo, 2007). Tal como he escrito en ocasiones anteriores –en EE.UU. y República Dominicana— don Frank fue mi mentor principal durante mi estadía en Dominicana (1976-1978), cuando realizaba investigaciones de campo para mis estudios doctorales en Antropología socio-cultural en la Universidad de Pittsburgh. Además de mí, Frank Marino sirvió de anfitrión a otros extranjeros interesados en la realidad dominicana, aparte de apadrinar a un numeroso y notable grupo de científicos sociales criollos.
En su bien documentado artículo “A Frank Marino Hernández Reyes in memoriam”, publicado en Diario Libre el Viernes 16 de Noviembre, 2012 <http://www.diariolibre. com/opinion/2012/11/16/i359852frank-marino-hernandez-reyes-memoriam.html>, el sociólogo Pedro Antonio Marchena exaltó el vasto legado pedagógico y sociológico de Don Frank. El colega nos recordaba que los intelectuales dominicanos, y la sociedad nacional en general, tienen “una deuda de gratitud con Frank Marino, un maestro que prestigió la cátedra universitaria”. Marchena observaba también que, hasta el 2012, no se le había tributado ningún reconocimiento a don Frank digno de su gran aporte a la cultura y sociedad quisqueyanas.
Por cierto, Marchena mencionaba que en la época de su relación académica con Frank Marino, hace ya cuatro décadas y media, estaba de moda la filosofía pedagógica del educador brasileño Paulo Freire (1921-1997). Al igual que sucede con tantos otros pensadores, el legado de Freire ha sido tergiversado con el tiempo. Pero hay más ironías. En compañía de Elsa, su esposa, Frank visitó a Cuba, si mal no recuerdo, en el verano de 1977 en misión gubernamental especial, creo que relacionada con la industria azucarera. Tuvimos varias conversaciones francas con ellos dos a su regreso, incluso en su residencia. Ellos habían quedado fascinados con la arquitectura de La Habana y la hospitalidad típica de los cubanos, las cuales Juan Bosch y Max Henríquez Ureña, entre otros dominicanos, habían alabado tanto en sus respectivas épocas. Pero, paradójicamente, nos relató que quedaron espantados con la ausencia palpable de libertades (que le recordaba el Trujillato), y además, con la miseria material que afectaba, incluso, a los “comisarios” oficiales cubanos asignados a ellos. Con relación a Freire, tenía la impresión de que la filosofía de “educación para la libertad” del maestro suramericano era solo conocida, y meramente por referencia, por la élite intelectual oficialista habanera de aquel entonces.
Sin embargo, para mi grata sorpresa, Frank Marino sí estaba familiarizado con la sociología filosófica del francés Raymond Aron (1905-1983). Aron había sido testigo del ascenso de Hitler al poder en 1933 como residente temporal de Berlín, de donde huyó inmediatamente (especialmente porque era de origen Judío). Luego escribió profusamente comparando los totalitarismos fascistas y comunistas en Europa basado en sus propias observaciones.
Aron propuso, además, un “humanismo racional” conciliatorio en oposición a “la lucha de clases” y “el materialismo dialéctico” de Karl Marx. Frank encontraba atractiva la filosofía sociológica de Aron para un democracia liberal naciente como la dominicana, aún envuelta en el proceso de “destrujillización”, no solo en el orden político-económico, sino especialmente en el socio-espiritual. Durante mis conversaciones con el, en sucesivos viajes a Santo Domingo, el legado intelectual de Aron salía a relucir rutinariamente. Por cierto, con el pasar de los años, Aron devino más conocido entre los intelectuales latinoamericanos <https://es.wikipedia.org/wiki/Raymond_Aron>.
Regresando al magnífico recordatorio de Frank por parte de Marchena, se le quedó fuera —probablemente más que nada debido a la limitación del espacio periodístico— el enfatizar una contribución clave entre sus muchos aportes. El fue el pionero indiscutible en realizar trabajos de campo empíricos, incluyendo largas y numerosas entrevistas y estadísticas, acerca del fenómeno de la inmigración haitiana, resultados que plasmó en diversos reportes técnicos, artículos periodísticos, folletos, y libros con rigor académico, aparte de docenas de charlas y entrevistas.
Hace unas semanas tuve el honor de participar en la reunión de la Asociación de Estudios Dominicanos en Nueva York, en donde saqué a relucir las contribuciones históricas de Frank sobre el tema domínico-haitiano, tan sensitivo todavía aún día. Y por cierto, le dediqué mi ponencia a su memoria, aunque los asistentes más jóvenes no parecían estar familiarizados con su figura.
De vuelta otra vez al escrito de Marchena, este avanzó ciertas propuestas. Al igual que se hace en otros países, sugirió que, por ejemplo, la Universidad Autónoma de Santo Domingo –y yo añadiría, o cualquier otra institución superior— designara con el nombre de Frank Marino una cátedra, o un salón especial, y yo también añado, una biblioteca, un edificio, o un centro de estudios dominicanistas, en memoria de la obra intelectual y práctica (como lo recalca Marchena) que nos legó.
Esta modesta columna no despliega la belleza literaria de Marchena, pero traigo a colación su magnífico escrito ya que, casi cuatro años más tarde —que sepamos— no se ha hecho nada todavía al respecto. Consideremos, además, que el próximo año (2017) se cumplirá la primera década del fallecimiento del gran maestro Frank Marino Hernández. Queda en manos de la intelectualidad criolla el llevar estas ideas a la práctica; sólo deseo ser avisado para participar del merecido homenaje.