La leyenda de Trofonio se puede aplicar a cualquier país, sobre todo al nuestro, en estos días de Halloween.

Trofonio y su hermano Agamedes fueron los arquitectos constructores del templo sagrado de Delfos. Junto al templo construyeron el palacio del rey Hieréus, creando un pasadizo secreto que les permitía el acceso directo a los tesoros del rey.

Cuentan que era tan estrecho el pasadizo que todo el que penetraba en él tenía que recular inclinado y de espaldas, casi arrastrándose, para poder salir. Era un cono lineal al revés. Una vez dentro, si no se conocían sus vericuetos, jamás se podía escapar, engullendo a todo mortal que osara penetrar en él. Una especie de rompecabezas vivencial como se ha tornado la vida de nuestros pueblos.

Así conocí yo al dictador dominicano en los años 50, quien, como rey sin corona, se había convertido en el sol del país. Lo vi de lejos cientos de veces y de cerca más de diez, cuando él acudia a la Catedral Primada de América, durante aquellos interminables “Te Deums” de la época. Mi condición de Caudatario (el que llevaba la cola de la capa medieval del Arzobispo) me permitía formar parte de la comitiva que lo recibía en la puerta principal de la Catedral Primada de América.

Era un cono lineal al revés. Una vez dentro, si no se conocían sus vericuetos, jamás se podía escapar, engullendo a todo mortal que osara penetrar en él

Ante él los locos se volvían cuerdos y los cuerdos perdían la razón, poniéndose a delirar y a inventar ditirambos rimbombantes, confundiéndolo con figuras mitológicas que tanto halagaban al gran Coyopo de San Cristóbal.

Joaquín Balaguer fue su turiferario mayor en aquel intercambio colectivo de enajenación mental. Lo comparaba con Pericles de Atenas, con Leónidas, el insigne rey de los espartanos, y con Cratón. ¡Aquello era de película! De hecho, Leónidas era el segundo nombre del dictador, como el del héroe de Las Termópilas. De pequeño, su abuela paterna, Silveira Valdez, lo preparó para esa gran alucinación que, como el Ebola, contagió al país por 31 largos años.

Cuando penetraba con su séquito de sicofantes, arrastrando un ego más grande que el ciclón de San Zenón (1930), suceso que inició y simbolizó su “reinado”, siempre nos estrechaba la mano sonriendo, como si nos conociera desde la infancia. Noté que tenía un ojo más pequeño que el otro, lo cual indicaba un desequilibrio de personalidad. También noté que sonreía más del lado izquierdo que del derecho, lo cual indicaba un apego emocional a la figura materna y un rechazo subliminal al afecto paterno, del cual probablemente careció durante su primera infancia.

Yo me inclinaba solícito ante él, para luego retirarme de espaldas como en el Antro de Trofonio. “Él puede leer tus pensamientos”, me dijo en una ocasión mi tío Santiago. Tal era el mito que aceptaba a pie juntillas el pueblo de la época. “Él representa la síntesis viviente de todo lo bueno y de todo lo malo del dominicano”, insistía mi tío con las pupilas desorbitadas.

El Trofonio de la fábula terminó cortándole la cabeza a su hermano Agamenes, para que encontraran su cuerpo y no descubrieran que eran ellos dos los que se habían estado robando el tesoro del rey. El Trofonio criollo, sin embargo, se robó todo el país y, según algunos eruditos, había que agradecérselo con creces, porque lo transformó desde sus raíces, incorporándolo al mundo capitalista, dando un salto precipitado hacia la edad industrial. Sin embargo, la promesa del oráculo se cumplió el 30 de mayo en la autopista que hoy lleva su nombre.

De acuerdo a una leyenda celta la noche de Halloween (noche de brujas), el 31 de octubre de cada año, es la noche en que campean todos los espíritus malos a sus anchas, haciendo de las suyas entre los que pretender ser seres humanos.

Literalmente la palabra “Halloween” proviene del inglés antiguo “all hallows’evening” (noche de todos los espíritus), que, una vez el cristianismo se apoderó de Europa, pasó a significar “la madrugada del Día de todos los Santos” (1 de noviembre).

No hay dudas de que este mundo ha estado controlado por espíritus malignos desde el principio, sobre todo por los que cabalgan camuflados como políticos.

Esperemos que no nos cercenen lo poquito que aún nos queda de cerebro como país, pues nuestra historia, desde sus inicios, ha sido el verdadero Antro de Trofonio original.