Hace, que se yo, 10 años o mas, un amigo mío se accidentó gravemente en la autopista a la altura de Villa Altagracia. Viajaba con chofer, un señor que había trabajado conmigo. El accidente fue grave para ambos pero la memoria mas duradera no fueron las graves lesiones de las cuales, ambos se recuperaron: La memoria que de aquel hecho conservo es el saqueo. Lo que hicieron los residentes y lugareños que en vez de ayudarlos, saquearon y despojaron a sus víctimas y al auto de todo lo que podía tener valor.
Mi última tía, casi centenaria falleció hace pocos años. Acudí al sepelio en el cementerio Cristo Redentor. Mi memoria de ese día no fue la pena ni el afecto con esa tía vivido. Fueron los martillazos infligidos al féretro los que primero me alarmaron y después me ensombrecieron. Era un recurso para evitar que los ladrones robaran el ataúd y dejaran a la pobre tía al descubierto.
Un día hace digamos 5 años voy conduciendo por la carretera Luperón (ahora llamada turística) y llama mi atención el cuerpo de una mujer que me pareció muy bien hecha. Cuando la rebaso advierto que es demasiado joven, una bicha; pero no me había percatado que desde un pequeño promontorio a mi izquierda, del mismo lado que bajaba la muchacha, una mujer me observaba. Cuando me acerqué, despacio por el mal estado de la carretera la mujer me miró y me dijo muy sería: llévesela si la quiere.
La hija de un amigo mío, menor de edad, atractiva y terrible se escapa con un muchacho pobre y feo. Los familiares intervienen y un proceso judicial se apertura. Unos, creen que se debe al muchacho y la minoría de edad. Otros, en la familia de ella lo atribuyen a la pobreza. Solamente el padre de ella me dice, al desnudo: la hija mía es un cuero. Se fue con ese muchacho para irse de la casa, pronto lo bota y se meterá con otro y así hasta nadie sabe cuando. Lo único que no me dijo el padre fueron los nombres. Todo resultó exactamente como me había dicho.
Dos muchachas de una secundaria rural la emprenden a golpes, aruñazos y trompadas. Los demás encienden los celulares para grabar la escena mientras otros la disfrutan azuzando con un griterío. En esa misma escuela entro un día temprano en la tarde, no hay maestro, reina el desorden y varias muchachas, sentadas en las piernas de varones se besan y soban descaradamente.
Un trabajador me roba y la policía me dice que no pierda mi tiempo con denuncias que lo bote y que le pague sus cuartos a sabiendas de que robo es causa de despido justificado sin prestaciones. Al mismo policía le pides protección y te pide el dinero para la gasolina y algo de comida para los otros porque así, “a mano pelá no se puede”.
Un amigo mío cae preso por deudas. Lo liberan a las 48 horas tras haber firmado un acuerdo de pago que yo se, perfectamente bien, que el no puede cumplir. Entonces le digo a su hermano: ¿para donde se va a escapar? Nadie, ni el mismo lo sabe. En el fondo espera que no pase nada, que el acreedor se muera o la policía se canse. El tuvo dinero para pagar pero en lugar de eso compró una yipeta que también perdió antes. Mientras tanto vive de la esperanza. . . de que las cosas mejoren.
Frente a mi casa amanecen asesinados dos haitianos a quienes supuestamente les robaron el dinero que llevarían para su país. Uno o dos años después otros tres haitianos aparecen muertos y sepultados en un edificio en construcción esta vez al doblar de mi casa y la gente decía que los mandó a matar el ingeniero para no pagarles.
Podría pasarme el día y la noche recordando casos y citando barbaridades y truculencias pero no hace falta. Aquí todo el mundo tiene su propia colección de hechos bochornosos, horrendos, cercanos. Sobre todos estos miles de expedientes, sobre la tragedia cotidiana ya la gente no se inmuta; es la nueva normalidad y todavía, con un nivel de irresponsabilidad que debería merecer alguna sanción legal coqueteamos con el antihaitianismo de una manera que francamente incita al genocidio, enarbolamos una falsa defensa de la patria y de la nacionalidad y lo que es un problema de orden público y gestión administrativa lo convierten en una cruzada que mas temprano que tarde conducirá a una matanza de haitianos por parte de civiles dominicanos y también, para que no nos equivoquemos a una matanza de dominicanos a manos de haitianos pero somos nosotros quienes provocamos, alentamos y exaltamos ese clima.
La pregunta entonces es: ¿qué ha pasado en este país? ¿de donde procede esta transformación social? ¿Que se hizo del antiguo país? Donde están las autoridades religiosas, civiles y militares? ¿dónde está la sensatez de los dirigentes, su visión del presente y de las consecuencias?
La prosperidad, he dicho, es una carrera de ratas que ha arrastrado a todos. El endeudamiento un instrumento ineludible para estar al día en esa carrera. El descaro y la desvergüenza imprescindibles para sobrevivir en ella. La fractura de la familia y el vecindario el telón de fondo. La corrupción de la vida nacional la garantía del todo vale. Tan lejos hemos ido que el nuestro, hace tiempo, es un destino apetecible para todos los tipos de mafias internacionales desde proxenetismo hasta tráfico, lavado etc. y de hecho, todo ese dinero negro ha servido y sirve para equilibrar precariamente la llamada estabilidad macroeconómica.
Entregados los dominicanos a la celebración de la formas, al disfrute de las apariencias, al discurso sin hechos, a las promesas incumplidas, a la justicia insatisfecha, a la desigualdad criminal desbarrancamos por el precipicio hacia un Estado Fallido y nos adentramos en la barbarie en la cual ya estamos hace rato pero donde nadie sabe hasta donde puede llegar. Desde Ana Julia Quezada la dominicana acusada de estrangular un niño español de 8 años, fingir duelo junto a los padres, ocultarlo y ser arrestada con el cadáver del niño en el maletero de su carro hasta el bestia que anda convocando a Pedernales para sacar a los haitianos del pueblo a mas tardar el miércoles 14 de marzo. Que maten muchos y que se vanaglorien de ello a ver si desesperados les devuelven el servicio mientras tanto, los que no participamos de semejante cretinismo criminal, dentro y fuera de esta desdichada isla, pagaremos las consecuencias durante muchos, pero muchos años.
Y mientras descendemos por ese barranco nos quieren hacer creer que estamos bien, que tenemos la razón, que debemos sentirnos orgullosos y que somos, poco mas o menos, la última CocaCola del desierto. Danilo Medina está a punto de lograr la culminación de toda la campaña anti-haitiana orquestada para distraer la atención y dividir lo oposición al gobierno creando un enemigo artificial a quien culpar de todo lo malo que tenemos. Ni una ni varias de las matanzas con las que acecha esta barbarie servirá para otra cosa que no sea confirmar y ratificar el destino del pueblo dominicano.
Pobre de nosotros.