Haití está frente a los ojos de todo el mundo. Estados Unidos, Canadá, Europa y los países de América Latina observan con preocupación los acontecimientos en esta hermana nación, y la expectativa es que habrá un desenlace en las próximas horas. Las especulaciones no cesan de producirse, de todos los colores.

Lo que todo el mundo espera es una acción de las fuerzas militares de los Estados Unidos, para liberar a los rehenes que mantiene en grupos de 3 y 4 personas, por separado, el grupo conocido como 400 Mawazo. Haitianos y dominicanos, y algunos intelectuales de Europa, en una carta dirigida al presidente Joe Biden, han solicitado que Estados Unidos permita que los haitianos hagan frente a sus propios problemas y que les deje la opción de la autodeterminación. Políticos e intelectuales haitianos reclaman con mucho énfasis esa opción. Es una petición que se escucha poco, porque no viene acompañada de una propuesta que haga frente a los problemas de ahora, de las bandas criminales y violentas gobernando parte del territorio haitiano. Es una propuesta que idealiza la autodeterminación del pueblo, pero que no visualiza que quien más sufre con la violencia de las bandas y la ausencia del gobierno es precisamente el pueblo haitiano. Un pueblo que no tiene comida, combustibles, sistema de justicia, energía eléctrica, tampoco tiene Congreso ni un presidente, pues el presidente Jovenel Moise fue asesinado el 7 de julio pasado y no se sabe quién lo asesinó, ni se sabe si habrá o no elecciones para sustituirlo.

El panorama es dramático. Los propios haitianos consideran que su país es inviable, que no hay forma de llegar a algún acuerdo. Que los partidos políticos no sirven y que sus dirigentes agotaron todas las posibilidades de pactar una alianza con temas básicos y salir adelante.

Los haitianos han migrado siempre. Pero ahora están migrando muchísimo más que en cualquier otro momento. No hay opciones de vida tranquila, fuera de la violencia. La opción de los haitianos es irse. Muchos se van a Brasil, a Colombia, a Perú, a Chile, a República Dominicana, y casi masivamente a los Estados Unidos. 

Los ricos de Haití, las once familias que pueden resumir la riqueza de esa media isla, optaron por ausentarse del país. Sus fortunas no están en Haití. Están en empresas y en bancos extranjeros. Algunos se han ido físicamente y otros se han quedado, bien protegidos, en espera de alguna solución. Tampoco intervienen. Les podría pasar lo que a Youri Mevs, miembro de la familia propietaria del puerto de Puerto Príncipe, que recibió una petición del jefe de uno de los criminales de 500 mil dólares mensuales. Haití ahora carece de los ricos, como grupo de poder para impulsar algún acuerdo o alguna solución. La Iglesia Católica guarda silencio. Algunas voces se hacen notar, pero los secuestros de sacerdotes y monjas se han multiplicado. A la Iglesia católica parece que le iría mejor si guarda silencio, y es el papa Francisco quien habla por ellos, como acaba de ocurrir:

“Pienso en la población de Haití, que vive en condiciones extremas. Les pido a los líderes de las naciones que apoyen a este país, que no lo dejen solo. Cuánto sufrimiento, cuánto dolor hay en esta tierra. #Oremosjuntos por Haití, no los abandonemos”.

La situación es difícil de descifrar. Dejar que los haitianos “resuelvan” ellos sus muchos problemas es abandonarlos. Intervenir, gestionando apoyo de la comunidad internacional, como ha pedido el presidente dominicano, se interpreta como un llamado a una intervención militar, o una invasión.

Parece un poco al drama de la canción: “Contigo porque me matas y sin tí porque yo me muero”.

Cualquier opción encuentra rechazos y aprobaciones. Mientras tanto, el gobierno dominicano ha dispuesto el desplazamiento de miles de efectivos militares en la frontera con Haití, en lógica sospecha de que algo podría ocurrir en las próximas horas.

Las autoridades de Haití -si así se les puede seguir llamando al primer ministro Ariel Henry y a su séquito- no dicen nada. Parecieran de brazos cruzados. Es probable que colaboren con los norteamericanos que a toda velocidad intentan salvar a 17 misioneros de secuestrados.

La pregunta sigue siendo la misma ¿Qué podemos hacer frente a un país que está siendo dirigido y gobernando por bandas criminales, en donde las que debían ser autoridades están bajo secuestro colectivo de la violencia y la sin razón?