A propósito de la petición que circula por las redes sociales y aplicaciones de mensajería, para expulsar al embajador de los Estados Unidos, de nuestro país, me siento obligado a ser una voz disonante.
Muchas personas claman contra el deseo expresado de las autoridades norteamericanas, de promover una agenda LGBT en nuestro país por considerar que esa no es la función de su embajada y porque entienden que atenta contra “nuestros valores”. Esos valores homofóbicos, aunque muchos lo quieran negar, con los que hemos sido criados la mayoría de los dominicanos.
La gente siente injerencia, se indigna, se queja porque de repente, un grupo de poder ha decidido defender los derechos de esa minoría lesbiana, gay y transexual de nuestro país. Están convencidos que más que defender derechos humanos fundamentales, esa agenda lo que busca es convertir a sus hijos en homosexuales, como si la homosexualidad o la heterosexualidad se enseñara en el colegio o a través de una cámara de comercio que promueve relaciones bilaterales entre miembros de ese colectivo. Le temen más a esto que al Sika, como si ser gay fuera contagioso.
Muchos de los que me han mandado la petición, son los mismos que en otros grupos me mandan pornografía, o los que me hablan de sus esposas como un incordio y se jactan de sus aventuras, otros simplemente ven la homosexualidad como una aberración y dicen no tener nada en contra de los homosexuales mientras sea “de lejito”, pero todos tienen en común una cosa, vienen de una educación profundamente cristiana.
Yo soy heterosexual y fui cristiano. Decidí bautizarme y hacer mi primera comunión con 14 años porque encontré en los evangelios, muchos de los valores con los que me identificaba, gracias a la educación secular que recibí de mis padres: el amor hacia el prójimo, la humildad, la capacidad para llevar una vida sana y no de no llevarle tanto de la vida a los demás. Me tocó aprender esto de manos de un párroco crítico y moderno. Con el tiempo me di cuenta, que históricamente la Iglesia ha traicionado estos valores, una y otra y otra vez y decidí alejarme.
Si siguieran de verdad a Jesús, el que yo conocí en los evangelios, se preguntarían: ¿qué conseguimos despojando de su condición de Embajador a Wally Brewster? ¿Dejarán de nacer niños y niñas homosexuales? ¿Nos vamos a sentir mejor? ¿De verdad consideramos que nuestros hijos estarán más protegidos? ¿Es verdaderamente cristiano promover y desear el mal de otro simplemente porque piensa y actúa diferente a nosotros?
Desde hace más de 500 años la Iglesia Católica financia en nuestro país su agenda. Estamos adoctrinados por esa agenda y sin embargo, no hay una frase de los evangelios que promueva condenar a las minorías, todo lo contrario. Jesús hace una defensa categórica de los leprosos y las prostitutas y nos obliga a mirar nuestro propio comportamiento y no el de los demás. Pero la Iglesia dirigida por hombres ha preferido promover un dogma excluyente que busca fomentar el odio hacia ciertos grupos, al mismo tiempo que esconde las bajezas que la habitan.
La agenda del Vaticano (un Estado extranjero), a pesar de existir desde el mismísimo descubrimiento, de recibir dinero de todos los estamentos de poder, y de estar incrustada hasta en el sistema educativo, político y legislativo no ha hecho que seamos un país más honesto, ni más sano. Estamos rodeados de corrupción, de machismo, de oportunismo. Hemos convertido en parte de nuestra cultura al “tíguere”, estandarte de esos valores. Nuestros hombres históricamente han exhibido orgullosamente sus queridas, “sus segundas bases”, y perseguimos por encima de todas las cosas la riqueza material. Sin embargo preferimos esta agenda a cualquier otra agenda y reconocemos en ella “nuestros valores”.
Los hijos aprenden a través del ejemplo de los padres, serán más sanos o más honestos si usted lo es y se preocupa porque ellos lo sean. En cuanto a sus preferencias sexuales, la represión y el oscurantismo no van a garantizar que su hijo prefiera a una mujer y su hija a un hombre, ir a la Iglesia tampoco. Ningún libro de texto le puede enseñar a alguien a que le guste un hombre o una mujer. De hecho es muy probable que su hijo o hija nazca con unas preferencias muy marcadas y está en usted como padre identificarlas y saber si va a aceptar a su hijo como es o lo va a obligar a que vaya en contra de su naturaleza.
Pero es que, además, la promoción de una agenda LGBT no tiene nada que ver con adoctrinar a su hijo. La promoción de esa agenda lo que busca es que empecemos a romper los tabúes y aceptemos a las personas como son. Que seamos más tolerantes y respetemos los derechos de las personas que prefieren querer a otros del mismo sexo o que prefieren cambiar su sexo porque hay algo dentro de ellos y ellas que les impide vivir con el sexo que nacieron. Incluso si usted considera que eso es una aberración, es la aberración de otro ser humano, que merece ser querido y aceptado. Que no merece ser atropellado y humillado, y sobretodo que merece que se defiendan sus derechos.
Hace 40 años en la embajada de los EE.UU. se promovía la persecución política y nadie firmaba peticiones. Se ponían presidentes y se fomentaban fraudes y nadie firmaba peticiones.
Ahora la embajada norteamericana promueve una agenda para que se respeten los derechos humanos de dominicanos y dominicanas que tienen que lidiar con la humillación a diario, que fuera de algunos gremios, ni siquiera pueden expresar su condición sin miedo a ser alejados y condenados por una sociedad que no los acepta, de la misma manera que se ha negado a aceptar a un miembro de la comunidad LGBT en la sede diplomática americana. Ahora si quieren firmar una petición.
Hay gente que rechaza al embajador, pero no quiere ser tildada de homofóbica. Lo rechazan porque visita una escuela junto a su marido, pero nunca lo rechazarían su si pareja fuera una mujer.
Lo rechazan porque su Gobierno, probablemente en respuesta al trato que se le ha dado en RD, se ha propuesto promover la agenda LGBT en nuestro país. Lo rechazan porque prefieren seguir creyendo que los homosexuales es mejor mantenerlos en lo clandestino donde es más fácil ridiculizarlos y pisotear sus derechos y no en un puesto respetable donde hay que mirarlos de igual a igual.
Si siguieran el ejemplo de Cristo serían incapaces de condenar las acciones del embajador norteamericano y su marido. Si siguieran de verdad a Jesús, el que yo conocí en los evangelios, se preguntarían: ¿qué conseguimos despojando de su condición de Embajador a Wally Brewster? ¿Dejarán de nacer niños y niñas homosexuales? ¿Nos vamos a sentir mejor? ¿De verdad consideramos que nuestros hijos estarán más protegidos? ¿Es verdaderamente cristiano promover y desear el mal de otro simplemente porque piensa y actúa diferente a nosotros?
Las respuestas deben buscarla donde reside lo mejor de cada uno, no donde habita el miedo y la ignorancia, sino donde habita la bondad y el amor. Es en el amor donde vamos a encontrar eso que tenemos en común, eso que hay en común entre la “Agenda Gay” y la católica.
El mismo Papa ha pedido una Iglesia más abierta, que no rechace a los homosexuales, signo de un pequeño cambio en la dirección de una de las instituciones más conservadoras del mundo. Pero no aquí, nuestro país de machos prefiere firmar peticiones fundamentadas en el miedo, en el odio y no en el amor.