Se dice, acertadamente, que las diversas acciones de protestas y denuncias contra el pasado régimen, acompañadas de muchas propuestas que de manera sistemática realizaron diversas organizaciones y singulares personas de la la sociedad civil, fueron los factores fundamentales que determinaron la construcción y posterior conquista del poder, de la nueva mayoría que actualmente dirige las instituciones del Estado. En ese proceso, diversos partidos, coaligados o no, jugaron un papel de organizadores de la voluntad política de la sociedad para producir el cambio de régimen. No tomar nota de la obviedad de esa confluencia de actores, podría conducir a lamentables errores en la conducción de la presente transición.
En los últimos tiempos, “las organizaciones de masas, las organizaciones de la sociedad civil …y otras formas de presión… han sido esenciales en prácticamente todas las transiciones”, dicen Bitar y Lowenthal. Lo han sido básicamente durante los procesos que han culminado con un cambio de régimen, pero para la consolidación del nuevo ha sido esencial el papel de las direcciones políticas envueltas en ese proceso, o la creación de una organización política que lo organice, como ha sucedido en varios países. La articulación de esos actores es indispensable para el discurrir de un proceso de cambio, pero veces, desafortunadamente, los actores sociales tienden a sustraerse del proceso o los políticos asumen un voluntarismo que los separa de aquellos.
También, se tiende a pensar que un cambio de régimen es, básicamente, un cambio de las formas políticas de este. Las formas son relativamente fáciles de cambiar, lo más difícil de cambiar es la cultura política construida por el antiguo régimen. La persistencia de esa cultura, en el caso del presente gobierno, se expresa en el escándalo, del funcionario del Ministerio de Salud que, aprovechando la estructura mafiosa tejida la anterior administración de ese ministerio, cobraba jugosas sumas de dinero para para tramitar expedientes/nombramientos. Se dice, que esa estructura existe en diversas instituciones del Estado, sobre todo en ministerios del calado de Educación u Obras Públicas que, por sus dimensiones, son difícilmente controlables por sus ministros y estos a su vez por el Presidente.
Ese escándalo, muy recurrente en el contexto de la cultura política del antiguo régimen, además de otras acciones, actitudes y errores que se han criticado en el discurrir del presente gobierno, que mueven a algunas razonables preocupaciones, debe enfrentarlas no sólo el liderazgo político, sino también la pluralidad de actores de la sociedad civil organizada o no, cuya participación en el actual proceso resulta imprescindible para enfrenar con éxitos los efectos corrosivos de la cultura del antiguo régimen. Pero, esa participación debe potenciarse a través de la articulación, o mejor, con la rearticulación de las fuerzas políticas que, coaligados, lograron canalizar la voluntad de cambio que en última instancia venció al PLD.
Ninguna transición resulta exitosa si no logra cambiar actitudes, mentalidades, propensión al sectarismo y las exclusiones, que no siempre son exclusivas de los partidos, sino también de sectores de la sociedad civil y de poderes fácticos. El mejor camino para superar las dificultades que en sus inicios generalmente enfrentan las transiciones es el camino de la recomposición y potenciación de las alianzas y confluencias que condujeron a la apertura de su inicio. Sólo así se vence la corrosiva cultura política que sirvió de sostén al viejo régimen y a la que se aferra para tratar de no morir. No existe ninguna posibilidad de vencerlo sin cambios en la cultura política.
En esencia, en el tratamiento de este tema, nodal de las transiciones, coinciden autores de matrices ideológicas/culturales tan diferentes, como Sckpocpol y Trotski, especialistas en la metodología del cambio. Ambos plantean que no hay posibilidad de transformaciones sustanciales sin la acción permanente y articulada de las fuerzas políticas interesadas producir esas transformaciones. Por tal ese motivo, entre otros, resulta perentorio la rearticulación e integración de todos los partidos que de alguna manera participaron en la construcción de la nueva mayoría, en todas las instancias del poder donde se toman de decisiones claves.
Pero no solamente de éstos, sino de aquellas colectividades políticas que desde sus espacios también participaron en la construcción de esta nueva mayoría, al igual que diversos sectores de la sociedad civil claves en dicho proceso. Es la actitud que se espera asuman esos sectores, sobre todo por aquellos que dentro del PRM están ética y políticamente comprometidos con un sustancial cambio de rumbo en la conducción de este país y que están enfrentados a la vieja política, no sólo del grupo desplazado del poder, sino de aquellos que en su seno se resisten a renunciar a elementos culturales fundamentgales de la vieja política.