La reforma educativa que inició en el país en 1995 no produjo modificaciones transformadoras, como tampoco se podría esperar que las produzca la Actualización de la misma en marcha desde 2013, porque se sigue haciendo lo mismo en las aulas. Agregar unas cuantas palabras para “remozar” la educación preuniversitaria en los documentos y diseños curriculares no lo garantiza. Y eso es lo que ocurre, porque en la práctica continúa predominando el enfoque tradicional para enseñar y aprender. Además, las investigaciones son concluyentes al comprobar que las reformas educativas no han funcionado en el mundo. El cambio es el que produce transformación. Estas reformas sitúan los estudiantes dominicanos de Primaria y Secundaria, en las evaluaciones estandarizadas internacionales, en el último lugar en Lengua Española, Matemática y Ciencias Naturales. En las nacionales los resultados tampoco son los esperados.
Tanto la sociedad como las autoridades a quienes les compete ofertar una educación de calidad para niños, adolescentes, jóvenes y adultos del sector público deberían preguntarse, ¿por qué fracasan los estudiantes y los aprendizajes se mantienen en niveles muy bajos, a pesar del esfuerzo continuo y el presupuesto invertido? Es necesario buscar respuestas y plantear el cambio de la educación preuniversitaria que requiere el país. . .
El filósofo, escritor y pedagogo español José Antonio Marina, en un artículo titulado Transformar la educación. Decálogo para la gestión del cambio, expresa: “Desde la década de 1960 se reclama insistentemente un cambio educativo y en todo el mundo se suceden las reformas. En el estudio de la OCDE [Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos] Política educativa en perspectiva 2015 se estudian 450 reformas educativas, parciales o totales, llevadas a cabo entre 2008 y 2014, con desigual fortuna”. Entre los autores que resaltan la necesidad de transformar la educación en el mundo, Ken Robinson sostiene “no basta con hacer mejor lo que estamos haciendo, sino que hay que hacer algo completamente nuevo”.
En su artículo, José Antonio Marina propone un decálogo sobre el cambio educativo, el cual se reseña, sucintamente a continuación.
- La educación cambia solo cuando cambia lo que sucede dentro de las aulas. Muchos intentos de reforma fracasan porque no se centran en lo fundamental. “El problema más difícil de solucionar, escribe Fullan, es el del aprendizaje: cambios en las prácticas educativas y en la cultura de la enseñanza que apunten hacia relaciones de colaboración entre alumnos, profesores y otros partícipes. La nueva pedagogía no está surgiendo en los laboratorios o en las universidades, sino en las aulas de muchos países. Las políticas públicas suelen preocuparse de reformas estructurales, en lugar de ayudar a las escuelas a mejorar sus procesos de aprendizaje. Un cambio debe darse en diversos niveles, y a través de diversos agentes.
- Una escuela siempre puede mejorar, cambiando su modo de trabajar, aunque no cambie el resto de los factores. Hay un cambio de abajo arriba, que depende de la responsabilidad de los docentes. Por ejemplo, en Gran Bretaña se impuso un currículo nacional. Parecía que las escuelas no podían iniciar una reforma. Sin embargo, hay muchas escuelas que en entornos muy difíciles han conseguido transformarse y han alcanzado la excelencia educativa.
- Para que el éxito educativo no sea una excepción, debe mejorar el sistema educativo entero. Como sistema complejo, en el educativo se producen interacciones circulares. El Estado debe fomentar y facilitar el cambio educativo, mediante iniciativas legislativas y apoyo financiero. Pero la realización del cambio ha de hacerse en la escuela, y de las escuelas han de salir las ideas que la administración educativa debe recoger y, si es necesario, introducir en la legislación. D. Cohen y H. Hill sostienen que la responsabilidad del político es armonizar currículo, evaluación y aprendizaje de los profesores. Las escuelas deben ser lugares de investigación, de conocimiento.
- No puede iniciarse el cambio fijando objetivos demasiado vagos (mejorar la educación, conseguir la calidad, defender la equidad, etcétera), sino metas concretas, a plazo fijo y evaluables. En su estudio sobre la reforma educativa en Ontario —Cómo cambiar cinco mil escuelas—, Ben Levin defiende que los objetivos deben ser pocos, fáciles de explicar y concretos. Estos eran: 1) reducir a 20 el número de alumnos por aula, 2) mejorar la competencia matemática, 3) reducir el abandono en secundaria. Para mejorar se necesita tener criterios rigurosos de evaluación que permitan saber si se está progresando.
- El cambio han de hacerlo las personas que ya forman parte del sistema educativo, por lo que es necesaria una transformación desde dentro. No hay cambio posible si no se estudian los métodos para la transición. Todo cambio pone en acción sistemas de autodefensa, por lo que la primera tarea para gestionar el cambio educativo es convencer a los protagonistas de que el cambio es necesario y de que ellos son capaces de hacerlo. Para John Kotter el error principal que se comete cuando se quiere cambiar una organización es “lanzarse a ello sin establecer un consenso suficiente sobre su urgencia”. Y Tom Wagner afirma “lo que resulta preocupante es que muchos docentes creen que no necesitan cambiar”.
- Los estudios más solventes indican que el cambio ha de hacerse mediante la transformación docente y la mejora de los equipos directivos. Ambas cosas son imprescindibles para la autonomía de los centros, factor esencial para el cambio. Michel Fullan escribe: “Pese a lo que se dice, la sociedad todavía no ha intentado en serio utilizar la formación del profesorado como herramienta para mejorar.
- El centro como organización inteligente tiene sus propios procedimientos de cambio. El centro es el protagonista de la acción educadora. Fullan, en El nuevo significado del cambio, indica que la investigación demuestra que los niveles de cambio están estrechamente relacionados con el modo en que los docentes colaboran entre sí. A la crisis de modelos basados en el control, vertical y burocrático, escribe Antonio Bolívar, “se ha perdido la confianza en los cambios planificados externamente para mejorar la educación, como muestra el ’fracaso’ de las sucesivas reformas. Confiamos ahora más en movilizar la capacidad interna de cambio de los centros para regenerar internamente la mejora de la educación”.
- Una de la funciones de los equipos directivos es establecer redes de colaboración que ayuden a la escuela. El “efecto escuela” debe ser completado mediante la colaboración con otras instituciones. En primer lugar, con las familias, cuya influencia es definitiva. En el informe de la OCDE Networks of Innovation, Johansson, exministro de Educación de Suecia, escribe: “La autonomía escolar depende de que el colegio esté conectado con la comunidad, con otros educadores y con la sociedad en su conjunto”.
- No solo la escuela debe ser una organización que aprende; la administración pública educativa, también. La función de la administración pública en educación, además de fijar el marco legal y económico, y proteger el derecho a la educación, consiste en favorecer la capacitación profesional de los docentes e impulsar la colaboración entre la escuela y las demás instituciones sociales. Ha de ser promotora del cambio, no gestora directa del cambio. La creatividad y la innovación han de estar en las aulas, pero el impulso, la tutela y los criterios de evaluación deben ir subiendo de nivel.
- La necesidad de una movilización educativa. Michael Fullan advierte que el objetivo final de la educación es crear una sociedad que aprende en un mundo que aprende. Para conseguirlo “hace falta un enorme esfuerzo de movilización y colaboración entre varias áreas: los padres y la comunidad, las empresas y la industria, el gobierno y otros agentes sociales, y el sistema educativo. El cambio educativo que se produjo en Finlandia supuso un pacto educativo en el que participaron todos los agentes sociales. Aunque la escuela tiene un especial protagonismo educativo, no es la única fuente de la educación. La familia, el barrio, la ciudad y el entorno ejercen una poderosa influencia que la escuela debe conocer y, en lo posible, atraer”. La posibilidad de cambiar despierta esperanzas y temores. En el sistema educativo se debe recordar que aprender es cambiar y que, puesto que el centro de esta actividad es el aprendizaje, no se debe temer al cambio, porque nutre a todos.
Los postulados que presenta José Antonio Marina en su decálogo constituyen un gran aporte a la reflexión, a la hora de plantear un cambio en la educación de este y cualquier otro país. El Ministerio de Educación, responsable de los niveles preuniversitarios, debe apurar el paso del cambio para situar la educación en los niveles que demanda la sociedad dominicana de hoy.
Fuente: http://elmundodelaeducacion.mx/revista/posiciones/item/como-transformar-la-educacion