Aprovechar el sistema, dejar las cosas como están, adaptarse, ha sido mas rentable, provechoso y sabio que enfrentar lo mal hecho. No se trata, como piensan muchos y yo mismo cuando estoy enojado, de que somos cobardes, inútiles, estúpidos y viles aunque, ciertamente, parte de todo eso está presente en la actual conducta de los dominicanos.
Cuando fracasó la Revolución de Abril de 1965 y después mientras se desmoronaban las esperanzas y posibilidades revolucionarias se llegó a la conclusión –cierta por lo demás- de que no había un futuro revolucionario y progresista a la vista en la República Dominicana. Por lo tanto, lo mas inteligente era sumarse a la corriente, bailar la música que tocaba el sistema, progresar, atender lo suyo y cada cual cuajar su proyecto de vida ya que, según se entendía, no valía la pena luchar por algo que no tenía futuro; ninguna revolución ni nada por el estilo. La actitud derivada de asumir esta creencia no carecía de lógica. Si una sociedad entiende, en sentido general, que no hay cambio revolucionario a la vista, entonces y como consecuencia, cada cual busca como acomodarse a la situación existente y eso es exactamente lo que hicieron los dominicanos.
Cuando el campo socialista liderado por la Unión Soviética se vino abajo entre 1989-1992 arrastró consigo lo poco que quedaba de aquella ilusión. La creencia de que no había revolución a la vista, en ninguna parte, produjo entonces la aceptación práctica necesaria y la adaptación mental imprescindible para vivir cada cual dedicándose a sus asuntos. Ya no era el fracaso local de la Revolución. En todo el mundo no había ni habría revolución, todo había sido una grande y terrible equivocación, se había perdido el tiempo luchando por una ilusión imposible y que, en todo caso, mas valía a cada cual, aprovechar el tiempo y dejarse de pendejadas.
La situación anteriormente descrita tuvo lugar en un contexto de crecimiento y expansión económica internacional y también local. Las corporaciones se adueñaban del mundo, las clases medias se entregaban al consumo y los estudiantes, antiguos abanderados de las luchas populares, se transformaban en una fuerza políticamente conservadora empeñada solamente en ganarse un título como pasaporte al avance social y a la prosperidad económica. Pero las corporaciones, no solamente se adueñaban del mundo económico, también derribaban las barreras culturales y legales que antes les habían impedido adueñarse del sistema político de cada país. A medida que las corporaciones, cada vez mas agresivamente, extendían su control mas allá del ámbito económico, una nueva cultura y una nueva práctica se expandió como peste: la corrupción.
Las competencia entre las corporaciones era rápida, global, despiadada. Lo que no hacía hoy la corporación X, lo haría mañana su competidor Y. Para estar en la delantera había que estar dispuestos a todo y ellos lo estaban y ese todo implicaba la absoluta falta de escrúpulos porque, lo único a lo que tenía que temerle una corporación era al fracaso. Todo lo demás era manejable. Entonces, fueron las corporaciones las que destruyeron las instituciones allí donde ya existían o se apropiaron de la cultura existente y la corrupción, que siempre había existido, pero en niveles marginales o complementarios, se convirtió en corrupción global y esa corrupción global que empezó de las corporaciones hacia el sistema político se instaló en todas partes con un éxito arrollador porque, no solamente no había socialismo ni revolución a la cual temer sino que tampoco había sanciones legales que esperar ya que el sistema que podía aplicarlas, había sido también secuestrado.
La gran corrupción corporativa, ya aliada con las élites locales de cada país, dieron a su vez paso a otros dos fenómenos. Uno, la creación de una nueva elite distinta de las oligarquías tradicionales que derivaba su riqueza y su poder del manejo político y del usufructo a gran escala del Estado demostrando que la corrupción, una vez instalada, despierta el apetito de las partes y se extiende como epidemia. Al final, las corporaciones se adueñaron del sistema político. El segundo fenómeno, mas terrible aun, fue el ejemplo dado por esas elites que se trasmitió a toda la sociedad y sus estamentos y cada cual, a su escala, en su lugar, desde su posición entendió que debía hacer lo propio. Eso trajo la corrupción de porteros, guardianes, recepcionistas, secretarias, contables, enfermeros, empleados de todo tipo en todo lugar.
Esa corrupción que nos arropa por todas partes aunque dañina y perjudicial para todos incluyendo los del último grupo es, sin embargo, una conducta racional y la gente se comporta de esta manera porque ha hecho su propio cálculo.
La corrupción es ya endémica, un subsistema que se alimenta a si mismo y que perdura a la escala actual porque el endeudamiento externo y el narcotráfico lo financian. Elementos complementarios de esa corrupción generalizada son la sexualidad, el consumo y el crédito. Son las dos fuerzas que empujan incesantemente a la gente a romper barreras de moralidad o legalidad mientras el crédito lo hace posible.
Todo lo que vemos en la escena política, la falta de valores, el transfuguismo, la falta de ideas, la compra y venta pura y simple de acciones políticas, la estupidez y el envilecimiento son efectos colaterales o secundarios.
Ya somos un sistema estable que se retroalimenta. Necesitamos que se interrumpa la fuente de financiamiento que hace posible tanta corrupción pero eso no depende de ninguno de nosotros. Necesitamos que una catástrofe nos golpee de tal modo y con tal fuerza que rompa el equilibrio y nos obligue a pelear por la justicia pero eso tampoco depende de nosotros. Como quiera, por si acaso estoy equivocado o porque no sabría hacer otra cosa, hay que seguir luchando y con lo que sucederá- a no dudarlo- con mayor razón.
Publicado por primera vez el 15 de abril del año 2016 CON EL TÍTULO; ¿ POR QUE AGUANTAMOS TANTO? . Cuatro años antes de que llegara el Covid-19