David Patrikarakos acaba de publicar un libro que, titulado: “La Guerra en 140 caracteres: Como las redes sociales modifican los conflictos en el siglo XXI” explora un tema del cual muchos nos quejamos y pocos estudiamos.  Patrikarakos explica como las noticias, tanto falsas como verdaderas, recorren las redes sociales tanto informando sobre eventos como contribuyendo a producirlos.

El personal de las redes sociales que graba audio, videos y fotografías no está integrado por profesionales pero quienes leen y ven lo publicado no lo saben por lo tanto no pueden discernir de primera instancia que tan cierta o falsa es una información; no pueden percatarse de la intencionalidad de la información difundida y con creciente frecuencia está ocurriendo que, por las redes se crean estados de opinión, se fomentan actitudes y de desatan conductas repletas de odio, intolerancia, fanatismo y lo mas extraordinario de todo esto es que, generalmente, son infundados, parten de mentiras abiertas, verdades a medias o francamente manipuladas.

En su libro, Patrikarakos cita numerosos ejemplos cuyos desenlaces han sido, por lo demás, sangrientos, pero los dominicanos tienen a mano un ejemplo terrible y temible y no pasa un día sin que alguien eche lecha al fuego convirtiendo la emigración haitiana a nuestro país en una invasión y otorgándole al hambre y la necesidad de esos haitianos el estatus de una conjura que por designio histórico y el interés actual de grandes potencias procura unificar la isla.

Después que los intereses políticos de algunos “nacionalistas” locales sembraron el tema en la población, las redes sociales han  convertido cada homicidio, violación, robo, estafa, acto de violencia o hasta una defecación en público en un delito a cargo de haitianos a quienes además se les imputa desecrar la bandera  con lo cual se regocija la patriotería, se alimenta el morbo o se altera la vida de gente tranquila que llega a creerse amenazada por una amenaza inexistente.

Pero  el propósito de estas líneas no es llover sobre mojado sino advertir, que por primera vez en la historia, las redes sociales han demostrado tener capacidad para influir en desenlaces, crear situaciones y promover guerras y violencia por encima de la capacidad de los medios tradicionales de comunicación y por encima de la capacidad de los mismos Estados nacionales los cuales, además de haber perdido el monopolio del control de la violencia, también han perdido el de las comunicaciones.

Patrikarakos ilustra, con ejemplos, el poder de las redes y nos dice que, no tiene sentido quejarnos sino tratar de entender esta nueva realidad y aprender a responder cuando es evidente que la velocidad a la que se mueve la información en las redes supera con creces nuestra capacidad de entendimiento y asimilación. Presenciamos el advenimiento de un nuevo factor de caos, una nueva forma de  desorden global cuyas consecuencias apenas empiezan a ser observadas sin que nadie tenga ni idea de cómo pudieran ser  evitadas o superadas.

Vivimos desde hace años en un medio social donde ningún ciudadano puede contar con la justicia porque no hay jueces ni tribunales que la garanticen. Ahora enfrentamos el espectro de vivir, no privados del suministro de información, sino abrumados  por esta e incapaces de precisar cuando es verdad, mentira o manipulación mediática que si hasta ayer era patrimonio de los grandes medios de comunicación corporativa, hoy puede ser también producto del accionar de las redes sociales.