Uno de pregunta como es posible que en los EEUU donde está Harvard, el MIT, Stanford, Columbia y vaya usted a saber cuantas otras instituciones académicas de prestigio el sistema político solamente sea capaz de ofrecer una víbora como Hilary Clinton o un desquiciado como Donald Trump.
Uno se rompe la cabeza tratando de entender como los dominicanos soportan las iniquidades y los abusos cotidianos del gobierno, las mentiras, las insolencias, la estafa y la burla.
No me parece posible entender que en Inglaterra Theresa May diga con desparpajo que a ella no le importaría que cien mil inocentes murieran si ella como primer ministro tuviera que usar la bomba atómica.
Tampoco puede uno procesar el llamado de una ministro israelí a asesinar palestinos; solamente le faltó llamar a beberse su sangre aunque debe haberlo pensado.
¿Como es posible que los culpables de crímenes contra la humanidad anden por ahí pontificando y recibiendo cobertura de los medios de comunicación cuando no aceptación oficial de gobiernos? Como es posible que los estafadores de Wall Street, los corruptos de todos los gobiernos, la crápula internacional y todo el entramado delincuencial viva como si nada?
Creo que nuestros pueblos encarnan la misma falta de virtud, decoro, modestia, sensatez y respeto que imputamos a nuestros dirigentes en todas partes y que, aunque lo creamos, no somos en realidad mejores que ellos.
Hace un tiempo, no mucho escribí lo siguiente:
La imagen lo es todo ha proclamado la publicidad y buena parte de la humanidad ha obrado en consecuencia. La gestión pública se comercializa como cualquier producto de consumo masivo y con iguales resultados. El disgusto con el producto adquirido genera descontento y el deseo de sustitución por otro producto similar de mejor calidad pero siempre dentro de los parámetros del ejercicio comercial. Parlamentos o legisladores, presidentes o primeros ministros se mercadean a si mismos de la misma manera, pero a otra escala, que lo hace la gente común en facebook. Al final, todo es una farsa y la gente sigue viviendo dentro de esa farsa incluso a pesar de haberse percatado de su naturaleza fraudulenta. Al lado y alrededor de este despliegue universal de apariencias, otros conflictos reales y muy de carne y hueso estallan y el poder les aplica las fórmulas que no funcionan, las recetas que no han dado resultados, las respuestas que claramente se han revelado como contraproducentes; la insensatez prevalece por sobre el sentido común y la evidencia, solamente, porque resultan rentables para quienes las proponen, impulsan y deciden sobre ellas.
La intolerancia y el desorden políticos que son en gran medida el producto de la irrupción de las corporaciones en el campo de la acción del gobierno y el reclutamiento a su servicio de la clase política, como ya antes había observado Gunther Grass en Alemania, se consuma a una escala sin precedentes y a una velocidad impresionante. Los tres poderes del estado donde antiguamente residían los valores de nuestra civilización colapsaron. Los jueces, mas de lo que quisiéramos, se venden, se confabulan con estamentos de poder, incurren en prácticas degradantes y con sus actos, profanan sus investiduras. Los legisladores corruptos, trafican descaradamente con el poder en su propio beneficio, juegan a hacer carrera, a enriquecerse, ajenos por completo a la suerte de su país y de sus constituyentes. Los presidentes y primeros ministros son ambas cosas a la vez y resumen en sus personas y ejercicios la falta de virtudes y de mérito de los otros. Son el producto de un mercadeo inteligente. Son tipos listos, pero raramente capaces. Como resultado, los ciudadanos se sienten traicionados por una gestión pública que no los representa, cuyo discurso no guarda relación con los hechos y cuyos hechos, visiblemente reflejan todas las distorsiones que emanan de su contradictoria naturaleza.