Por lo general las tragedias son tristes para la mayoría de las personas. Pero los oportunistas siempre toman en cuenta la frase lapidaria del alcalde de Chicago y ex asesor del presidente Barack Obama, Rahm Emanuel, quien afirmó: “Nunca dejes desperdiciar una tragedia.”
La mayoría de los estadounidenses consideran que lo ocurrido la madrugada del domingo 12 de junio en la discoteca gay Pulse en Orlando, Florida, es un acto criminal indescriptible, que constituye un ataque no sólo contra la comunidad LGBT sino una agresión a todos los ciudadanos de los Estados Unidos.
Algunos activistas homosexuales han tomado con enojo las ondas de radio y de internet para decir que no quieren los “pensamientos y oraciones” de los que no están de acuerdo con los elementos radicales de la agenda LGBT.
En la pasión del momento es humano tratar de culpar a alguien de la magnitud de un crimen. De todos modos, los hombres y mujeres de buena voluntad envían sus condolencias a partir de un peso incómodo en el corazón.
Sin embargo, algunos elementos de la izquierda norteamericana están “locos de contento” por la inesperada oportunidad de golpear a Donald Trump, a los conservadores cristianos, a los republicanos, los propietarios de armas de fuego, e incluso demócratas ocasionales tratan de aferrarse a su cordura en un mundo de locos de atar. Esta es una tragedia que no se puede pasar por alto sin mirarsus matices y raíces de fondo.
Para el presidente Obama es obvio su pesar por lo ocurrido en la discoteca de Orlando, lo que encaja dentro de su agenda de temas “políticamente correctos” de intercambio de parejas, baños para transgénero, y otras tendencias afines. Al invocar el sermón habitual de que los estadounidenses deben cambiar sus actitudes, se quedó corto al no señalar por su verdadero nombre el origen genuino del mal: terrorismo radical islámico.
El mensaje del mandatario debería tener como objetivo a las personas que asumen actitudes equivocadas. La mayoría de los estadounidenses no tienen ningún interés o deseos de asesinar o mutilar a nadie y mucho menos en nombre de la fe religiosa. ¿Cuáles son los monseñores, evangelistas bautistas, los rabinos o los pastores cristianos de la nación que invocan y predican a sus fieles la necesidad de asesinar a quienes no comulguen con sus severas doctrinas, como era usual en siglos pasados?
"Algunos elementos de la izquierda norteamericana están “locos de contento” por la inesperada oportunidad de golpear a Donald Trump, a los conservadores cristianos, a los republicanos, los propietarios de armas de fuego, e incluso demócratas ocasionales tratan de aferrarse a su cordura en un mundo de locos de atar. Esta es una tragedia que no se puede pasar por alto sin mirarsus matices y raíces de fondo"
Si el Presidente sabe quiénes son estas personas dedicadas a la difusión de ese tipo de “actitudes” en las catedrales, sinagogas y capillas a la vera de los caminos, tiene la responsabilidad de decirlo, de manera que los padres puedan advertir a sus hijos del peligro de esa prédica maligna judeocristiana.
Mientras que Hillary Clinton, siguiendo los pasos a la sombra de su maestro Barack Obama, dijo lo habitual: que el lobo solitario o “lobo conocido” terrorista Omar Mateen, que asesino a 49 personas y dejó 53 heridos al abrir fuego con un fusil y una pistola dentro del club nocturno Pulse, utilizó armas de guerra, insinuando que deben ser prohibidas o clasificada pese a que quiso lucir equilibrada al mencionar el derecho constitucional de los ciudadanos a portar armas.
¿Qué es lo que hay que prohibir? Toda persona normal que no va a una escuela religiosa sabatina o dominical sabe muy bien que es malo abrir fuego sobre una pista de baile llena de gente. Esa es una decisión que nadie tiene que clasificar. ¿Acaso ignora el Presidente y la candidata que alguien que afirma estar en una misión de Alá no sería capaz de obtener armas y explosivos de manera ilegal para lograr su objetivo?
El presidente afirmó “sabemos que era una persona llena de odio.” Pero nada agregó sobre el origen de ese odio. Jamás se le hubiera ocurrido a Franklin Delano Roosevelt advertir contra las doctrinas sintoísta o nazi como arma de lucha contra los Estados Unidos y sus aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Pero Obama tiene una curiosa aversión a no decir las cosas como son cuando se trata sobre el Islam radical.
En 2011 y 2012 Omar Mateen realizó dos viajes a la Arabia Saudita en peregrinaje a La Meca, según confirmó un vocero del Ministerio de Interior del Reino. En el 2013 y 2014 estaba en una lista de observación del FBI. El caso fue cerrado porque no ameritaba más investigación. Una vez más, Estados Unidos en vez de ser proactivo es reactivo.
Los propagandistas de la izquierda son maestros en la difusión de las manchas de la derecha. El abogado y activista LGBT de la Unión Americana de Libertades Civiles, Chase Strangio, culpa a los cristianos por la masacre de Orlando. ¿Acaso olvida éste que los musulmanes radicales yihadistas postulan que la pena de muerte es el castigo correcto para los homosexuales y lesbianas?
El exalcalde de la ciudad de Nueva York, Rudolf Giuliani, uno de los pocos republicanos que respalda el matrimonio del mismo género en los Estados Unidos, recordó en una entrevista en CNN que nadie en los Estados Unidos está a favor de los radicales yihadistas, ya que “esta es una cultura diferente y tenemos diferentes niveles de civilización.”
No obstante, subraya que la estrategia de la administración Obama contra el terrorismo del Daesh o Isis, de no señalarlo por sus nombres y actuar por vía de hecho, es obvio que no está funcionando. Desde el pasado año se han registrado cuatro ataques letales, dos en París, uno en Bélgica y el más reciente en Orlando. Y el peligro es que van en aumento, ante el hecho innegable de no tener una estrategia bien definida implica que mostrar debilidad, los terroristas atacan con más fuerza.
La carnicería de Orlando fue celebrada de inmediato por los yihadistas en todos sus portales cibernéticos. Incluso, Omar Mateen, llamó vía telefónica a la línea de emergencia 911 para “proclamar su adhesión al Estado Islámico”, minutos antes de cometer el hecho, y la agencia de propaganda de ISIS, al-Amaq, reivindicó el ataque como ejecutado por uno de los combatientes de la organización yihadista.
En tiempos de guerra ciertas libertades tienen que ser suspendidas a fin de proteger la nación. Este podría ser uno de esos tiempos. ¿O deberíamos esperar hasta que nuestros enemigos obtengan un artefacto de destrucción en masa para despertar al estado de negación llenos de pavor y desesperación?
El Congreso debería declarar la guerra al Estado Islámico y a todos los grupos terroristas afines de manera resuelta y contundente. Clausurar todos los portales cibernéticos que promueven dicha ideología y no autorizar la construcción de más mezquitas en los Estados Unidos hasta que se tenga control absoluto frente al terrorismo radical islámico.
No es bueno afirmar que la mayoría de los musulmanes son pacíficos si no hay mecanismos en vigencia para actuar contra los que no lo son o identificar a los que no son. Después de todo, esa entidad terrorista le ha declarado la guerra total a los Estados Unidos y sus aliados en Occidente con la voluntad de ganar. Y esto no es ni el principio de lo que se avecina si Estados Unidos y sus aliados no se deciden a agarrar al toro por los cuernos de una vez y por todas.