No, Juan Luis, Santiago no está para pasear en coche; ni para saludar en el parque de mil añoranzas a los amigos de todos los días; ni para cumplir con el rito de un quipe y una bien fría en Bader; ni para regodearse en los sazones de las fondas del Hospedaje; ni para pasear a orillas de un Yaque que hace tiempo dejó de dormir en paz. No. Ahora Santiago es (¿cómo decirte, Juan Luis, para que rehagas la canción?) una máquina de cuatro puertos paralelos, un disco duro a diez mil megaherzios, una pantalla sensitiva al toque y una memoria ram que ha perdido la memoria de ese “Santiago en Coche” que ya es lejano pasado.