Vivo desde hace casi 40 años en el mismo barrio de Arroyo Hondo, un sector donde los amarres de tipo social sobrepasan las preferencias políticas y donde no se sabe muy claramente por quiénes se inclinan los moradores. Pero se puede deducir que es hacia el lado del conservadurismo.

Uno se entera que fulano le hizo una cena de recaudación de fondos, a tanto la entrada, a tal o cual encumbrado político; que la vicepresidenta estuvo en tal o cual casa; o que Gonzalo, con un despliegue impresionante de camiones, digno de una autopista triple A, pavimentó las calles de la urbanización.

Un cacerolazo por aquí ha sido realmente algo inaudito. El primer día el sonido fue casi imperceptible. Sin embargo, el domingo, en las tres veces programadas, los cacerolazos resonaron con fuerza de patio en patio.

Los videos de Ágora Mall o Blue Mall completaron el panorama de los estallidos de sonidos que circularon en las redes sociales y que complementaron con broche de oro las movilizaciones de la Plaza de la Bandera y el Trabucazo.

La sorpresiva suspensión de unas elecciones municipales que se anunciaban blindadas ha sido como la cereza sobre el bizcocho. Los reclamos de una parte de la juventud se cristalizaron hacia la democracia y el sistema electoral. El núcleo inicial fueron jóvenes de clases medias que coparon la atención con sus consignas y a los cuales se sumaron paulatinamente sectores más populares y alternativos.

De repente, explotó la acumulación de problemas no resueltos, de medias verdades, de corrupción comprobada, de chanchullos de los partidos, de denuncias de fraudes electorales sucesivos resentidos como un freno a la democracia y secuestro de oportunidades.

Existe ahora un importante cuerpo de investigación que se centra en el rol de las emociones para comprender los eventos de protesta, las resistencias y los movimientos sociales. Las emociones son, según Harry Collins, “el pegamento de la solidaridad y aquello que moviliza el conflicto”; están unidas a valores morales y surgen a menudo de lo que se percibe como infracciones a las reglas morales, tales como el fraude electoral, la impunidad o la corrupción.

Estas investigaciones demuestran la relevancia de las emociones en las distintas fases de la movilización, desde su emergencia y consolidación, hasta su permanencia o declive. También ayudan a explicar la formación de la identidad colectiva, el trabajo emocional en la protesta y su relevancia para con las autoridades y el Estado.

Nuestras juventudes de hoy -porque estas son varias y distintas-, han crecido en una sociedad dirigida hacia el consumismo y el individualismo, y no hacia la ciudadanía. A los jóvenes, particularmente a los de sectores sociales medios y altos, se les ha venido considerando frívolos, hedonistas y apáticos a los problemas sociales. Participan en la sociedad de consumo, pero han entendido que la inequidad y la falta de reglas claras y democráticas es una bomba de tiempo y un estorbo para su propio bienestar.

Otra parte de nuestros jóvenes se encuentra en una encrucijada: han estudiado, pero muchos están desempleados o no tienen empleos de calidad; la inequidad de la redistribución del Producto Interno Bruto (PIB) ha mermado sus posibilidades de acceso a servicios básicos y a una vida digna. Muchos de ellos tienen la vista puesta en quién los va a pedir desde los Estados Unidos.

Los sentimientos generales y ciertas emociones son parte de toda vida social. Son, incluso, relativamente predecibles, no son erupciones accidentales de lo irracional. Aquí todo el mundo sabe que hay corrupción, injusticia, inequidad, pesimismo, inseguridad.

Con motivaciones diferentes, estos sentimientos se han expresado en la Plaza de la Bandera en una catarsis pacífica, positiva y colectiva dando muestras que la juventud se puede interesar en la política y que la puede ver desde un prisma diferente al de muchos adultos.

Los jóvenes manifestaron -en la Plaza de la Bandera, en el Monumento de Santiago y en todo el país-, su deseo de una mejor democracia y de mejores instituciones, reclamando derechos de la primera generación, o sea derechos civiles y políticos.

Pero el movimiento fue más allá del reclamo de estos derechos. El ambiente abierto, alegre y solidario permitió expresar otros sentimientos. Los derechos de las mujeres, la lucha contra la discriminación, el derecho a asumir las preferencias sexuales, entre otros. Lo lúdico de las manifestaciones fueron la expresión de una nueva sociedad dominicana, fraterna, atenta a los llamados derechos de cuarta generación.

Aunque los reclamos de carácter económico y social no han estado tan presentes como en los movimientos sociales que se desarrollan en la actualidad en otros países -en Chile por ejemplo- una demanda de igualdad de oportunidades subyace detrás del movimiento. No puede ser de otra manera en un país que crece económicamente reproduciendo sus injusticias y desigualdades amparado en un sistema político que hace crisis.